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Host desecration, painting, Museu Nacional d'Art de Catalunya


Conversación con Mario Lanzarotti, sobre su novela
La vida de medio lado. Un escritor marrano bajo la Inquisición
(Las Tentaciones de Penélope, 2022)

Por Samuel Ibarra y Alberto Moreno


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1.- Mario ¿qué le dice la gesta del marranismo a la cultura de Occidente?
El marranismo denomina la experiencia de judíos españoles y portugueses que, obligados a convertirse al cristianismo, continuaron durante generaciones practicando secretamente su religión, con un riesgo existencial. Pequeños gestos rituales, inofensivos en sí, podían conducirlos a la hoguera, como usar aceite de oliva para cocinar, no comer cerdo, vestir ropa limpia los sábados. Y lo menos que se puede decir es que la Inquisición y sus soplones vigilaban de cerca. ¿Por qué este apego a una fe tan peligrosa y a sus ritos?  ¿Cómo lograban conciliar una práctica pública cristiana con su judaísmo clandestino, celebrar a escondidas el Shabat e ir a misa al día siguiente? Más allá del convencimiento que ellos tenían de que por allí pasaba la salvación del alma, yo creo que su actitud plantea cuestiones que remiten a la filosofía moral. Los marranos tenían una existencia social postiza, se presentaban a los demás de manera fingida, una conducta a priori contraria al imperativo moral Kantiano “compórtate según principios que sean generalizables”, puesto que una sociedad donde todo el mundo miente no es viable. Sin embargo, ellos mentían, por decirlo así, “moralmente”, para no trasgredir un principio que les parecía más elevado que el respeto cotidiano de la verdad, y que es el respeto de convicciones profundas, de verdades esenciales. Jerarquizaban valores morales contradictorios entre sí, poniendo unos por encima de otros, y eso los autorizaba a vivir mintiendo. Pero yo creo que igual estos acomodos eran incómodos, llevar una doble vida no ha de ser simple, y la presión interior resultante debía salirles por algún lado, así como las ollas sueltan vapor para no explotar. Lo que me lleva a abordar más precisamente la pregunta sobre el aporte de los marranos a la cultura occidental.

Voy a referirme a los conversos en general, en el entendido que algunos de ellos eran marranos, y otros no. Porque ocurre que los conversos sinceros igual sufrían discriminaciones por su origen judío. Bastaba con tener la “sangre manchada”, es decir, algún antepasado judío, para ser excluido de cargos, oficios y alianzas matrimoniales. Lo judío no se lavaba con aguas bautismales, era una tara perenne, y los que lograban “limpiarse la sangre” (presentando por ejemplo falsos certificados de pureza de sangre o construyéndose genealogías truchas), vivían en el temor de ser descubiertos. Al punto que había chantajistas, unos bribones llamados linajudos, especializados en la detección de mancillas en las genealogías, lo que no era al parecer un mal negocio. Los conversos sinceros eran víctimas de racismo. Otra forma de persecución, pero el mismo sufrimiento. Algunos estudiosos piensan que una válvula de escape, o de sublimación, de la presión interior que resentían los conversos frente a la persecución, al temor, a la simulación, a la injusticia, era la creación artística. Tanto, que la explosión creativa del Siglo de Oro español les parece muy ligada a la actividad literaria de los conversos. Se cita a autores como Fernando de Rojas, Mateo Alemán, Jorge de Montemayor, Miguel de Cervantes, todos de origen converso, que concurrieron a la creación de un nuevo género literario: la novela moderna. Lo que no sería un aporte menor…

Pero la forma precisa en que la condición de converso influyó en su creación literaria es harina de otro costal. Se piensa que la tensión entre realidad y apariencia es un tema común a todos estos autores (en el caso de Cervantes y su Quijote parece evidente), lo que remitiría a sus experiencias vitales, que estaban atravesadas por la misma tirantez. Pero aquí estamos en arenas movedizas, son cuestiones que se debaten y que sobrepasan mis conocimientos.

2.- ¿Cómo entra en este cuadro Antonio Enríquez Gómez, el escritor en el que está inspirado el protagonista de tu novela?
Creo que encaja muy bien. Él fue a la vez converso y marrano, además de haber asumido, en ciertos momentos, un combate abierto contra la Inquisición. Estuvo claramente confrontado al desafío de saber expresarse sin ser vetado por la censura. El arte de escribir bajo la persecución fue analizado por el filósofo Leo Strauss, quién propuso una bella fórmula para definirlo: la escritura entre líneas. Se trata, puesto de otra manera, de decir sin decir. Strauss identificó los métodos utilizados por diversos autores para expresar sus pensamientos prohibidos sin que la censura se espantara. Entre ellos, el de poner sus ideas en boca de personajes deleznables, demonios, traidores y bellacos, o incurrir en contradicciones, o usar expresiones extrañas, u otros de la misma calaña. Todo lo que alerte al lector capaz de leer entre líneas.

En mi opinión, Antonio Enríquez Gómez llevó el arte de escribir entre líneas a un extremo inigualado, ya que en la última etapa de su vida escribió piezas profundamente cristianas. Lo que no deja de ser curioso para un judío, autor además de violentas sátiras contra la Inquisición. Claro, siempre queda la posibilidad de pensar que se convirtió sinceramente al cristianismo, pero creo que podemos descartarlo por diversas razones. Entre ellas, precisamente, lo que se encuentra entre líneas en sus piezas cristianas. Es en todo caso la interpretación que yo propongo en mi novela, donde hay un Inquisidor que busca, y encuentra, en los escritos de Enríquez Gómez (que en el cuadro de la ficción yo atribuyo a mi personaje) algunas pepitas “entre líneas”, que son más bien vetas enteras. Lo dejo hasta aquí para no develar más el contenido de la obra, aunque no resisto a la tentación de recordar esta: a San Vicente Ferrer, predicador que se considera responsable de miles de conversiones forzadas, lo llama, en una de sus comedias, “perro de admirable nombre”.

3.-La novela transcurre y despliega un mundo intenso y abigarrado. ¿Qué elementos pueden tornarse significativos, para un lector contemporáneo, a la hora de leer e interpretar el tiempo que le toca habitar?
Las miradas históricas, hacia atrás, y muy hacia atrás en el caso de esta novela situada en el siglo XVII, siempre corren el riesgo de ser anacrónicas, es decir, meros atajos que proyectan sobre el pasado visiones actuales, propias a nuestra época y nada adecuadas a la comprensión del pasado. Evitar esos atajos es una preocupación permanente de los historiadores, al menos de los serios, esos que se esfuerzan en controlar su subjetividad. La parada del novelista es otra. Puede por cierto movilizar conocimientos históricos, pero su asunto es crear ficciones, de modo que los personajes y situaciones que describe están empapados de subjetividad. El mundo de La vida de medio lado refleja mi propia interioridad. Los acontecimientos históricos que contiene están novelados y traducen una manera mía de aprehender, con mis ojos de hoy, las realidades de la Inquisición Española, del marranismo o del imperialismo español, con todos los sesgos —omisiones, arbitrariedades, anacronismos— que eso implica. Dicho lo anterior, es evidente que hay cierto paralelismo entre ese mundo novelado de persecuciones religiosas, de racismo, de ansias dominadoras, de resistencias, con situaciones del mundo actual. La violencia y el totalitarismo del fundamentalismo religioso de nuestros días no tienen nada que envidiarle a la Inquisición, ni los enfrentamientos por la dominación planetaria de hoy, al Imperialismo Español del siglo XVII, el cual, según decía su eminencia el Cardenal Richelieu, respiraba la esclavitud de Europa. Si son diferentes en sus concreciones históricas, estas realidades paralelas remiten probablemente a una base común, yo diría universal, propia a nuestra especie, que tiene que ver con la pulsión de muerte del ser humano, Tanatos según la denominación que le dio Sigmund Freud. No puedo profundizar aquí su teoría de las pulsiones humanas (se puede encontrar una explicación clara y sintética en su intercambio con Einstein en el libro ¿Por qué la Guerra?). Lo que yo sí puedo notar es que las grandes pasiones destructivas se presentan a menudo, sino siempre, como su contrario, como una salvación frente a un mal que amenaza a la civilización. La Inquisición, con su panoplia de cadalsos, hogueras y cámaras de tortura, pretendía salvarles el alma a seres naufragados en la herejía; el Estalinismo nos quería salvar de la explotación capitalista; el nazismo, de una fantasmática corrupción judía; las dictaduras latino­americanas, de la subversión marxista… Yo creo que esto es lo que podría rescatar el lector inquieto de la situación que le toca vivir: que el radicalismo, la tentación de la tabla rasa, el nihilismo y todos los extremismos, pueden ser males que se presenten como bondades, y que por lo mismo pueden hacer mucho daño.

4.- ¿Podrías desarrollar más, a propósito de la forma en que se adecuan en el trabajo del escritor los elementos documentales, históricos, con la creación de una realidad ficticia?
En realidad, no son cosas que vayan por carriles distintos, o no deberían. En una novela histórica la trama del relato no debe ser interrumpida de pronto para dar lugar a explicaciones históricas, y continuar luego, como después de haber hecho las tareas. En ese caso el lector se ve confrontado a páginas que más pueden aparecerle como ensayos que lo sacan del mundo ficcional. Los elementos históricos deben integrarse a la ficción. Esto se aparenta a un desafío, pero en realidad se da de manera bastante fluida. Por una razón simple, y es que el esfuerzo documental sobre el pasado estimula la imaginación del escritor, gatilla en él imágenes, parajes, espacios, calles, ciudades, gentes, percepciones mentales que pueden apoyar el relato, e incluso desencadenarlo. De manera general, creo que hay interacciones entre experiencias personales, situaciones históricas y procesos de escritura, que suelen ser fructíferas. Así como hay lectores que gustan visitar los lugares descritos en sus novelas preferidas, hay autores que visitan, no solo intelectualmente, sino también físicamente, los espacios de sus personajes para concebirlos mejor (y hay por ahí alguno que ha confesado que eso lo que más aprecia de su trabajo).

 

Francisco de Goya. Escena de la Inquisición.



5.- ¿Puedes ilustrar con algún ejemplo personal?
Para efectos de mi novela tuve que documentarme sobre la Plaza Mayor de Madrid tal como era en el siglo XVII, cuando ocurrió allí un auto de fe importante en la trama de la obra. Fue necesario reconstituir su plano, con sus diferentes pasajes, arcos y portales. Sus nombres evocadores, como Callejón del Infierno, Calle de la Amargura, Arco de Cuchilleros, me llevaron a imaginar un cuento que intercalé en la novela, el caso del escritor de la Plaza Mayor, el cual me ayudó a asentar mejor la personalidad de mi protagonista.

Puedo contar otro más. Gracias a un libro sobre la ciudad de Ruan, donde ocurre parte de la obra, me enteré que en el siglo XVII había allí una iglesia con unos vitrales antijudíos. La Iglesia de Saint Eloy, que existe hasta el día de hoy. Fui a verla con la intención de aspirar algo de la mentalidad de la época, pero sólo pude constatar que se había transformado en un templo protestante, y que ya no tenía vitrales. Poco después volví a Ruan, a visitar esta vez una exposición de objetos judíos de la época medieval. Entonces descubrí en el anexo del museo, una colección de vitrales salvados de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, y ¡sorpresa! allí estaban los de la Iglesia de Saint Eloy. Muestran, casi como en un comic, un cuento muy sórdido donde un usurero judío apuñala una hostia para ver si sangra. Eso me permitió, creo, aguzar mi sensibilidad respecto del antijudaísmo imperante en el Ruan de aquellos años, y también describirlo, puesto que esos vitrales están presentes en la obra.

Otra vivencia provechosa que tuve en el proceso, fue una visita a la ciudad portuguesa de Belmonte, donde hubo, al menos hasta fines del siglo XX (quizás hasta hoy), una comunidad de marranos en funcionamiento. Fue descubierta por un ingeniero polaco, Samuel Schwartz, que llegó a trabajar a Portugal en los años 1920. Después de múltiples tentativas fallidas logró entrar en contacto con ellos, pero no le creyeron que era judío. ¿Cómo puedes llamarte judío, le decían, si no conoces nuestros rezos? Porque después de siglos de práctica aislada y clandestina, esa comunidad, cortada del mundo judío, había alterado las oraciones y desconocía la tradición. Eran una supervivencia lejana del judaísmo del siglo XV, ni siquiera tenían noción de su origen hebreo, ni conocimiento de la lengua hebrea. Pero sí conocían una palabra clave, Adonai, que se usa para designar a Dios. De modo que cuando Schwartz les recitó una oración que la contiene (Adonai es nuestro señor, Adonai es uno), la reconocieron y sólo entonces le dijeron “eres de los nuestros ya que pronunciaste la palabra Adonai”. Después le dieron acceso a sus prácticas y a sus rezos, que Schwartz recopiló y publicó. Llegué a la ciudad de Belmonte bajo el influjo de esta historia y pienso que eso no fue ajeno a los ojos con que la miré. En todo caso, algo que me marcó fue que, en el casco antiguo, las casas de los marranos se reconocen por los signos cristianos prominentes que exhiben sus fachadas, lo que era una forma de proteger con la apariencia exterior, los escondrijos interiores. Mutatis mutandis, es exactamente lo que hacían los escritores marranos, Antonio Enríquez Gómez en particular, cuando escribían entre líneas.

Santiago-Paris, abril de 2023.


 

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