Entrevista con Cristóbal Jimeno y Daniela Mohor, autores del libro La búsqueda (Planeta 2022). Obra reconocida con el Premio Municipal de Literatura 2023 Género Referencial y el Premio Mejores Obras Literarias Publicadas,
del Ministerio de las Culturas 2023.
Pregunta a Cristóbal
—En el prólogo de La búsqueda, sostienes que la decisión de hacer pública esta historia pasa por observar "la trivialización" que afectaba los Derechos Humanos en ese momento, junto al -mal- uso político frente a esto, ya sea por oportunismo o ambigüedad de diferentes sectores y actores de la vida pública, personas y partidos. A casi dos años de la aparición del libro, cómo ves ese escenario hoy ¿hay cambios?, y en lo particular, ¿valió el esfuerzo realizado de publicar? ¿ves un impacto en hacer públicos los hechos ocurridos y parte de la investigación? —La Búsqueda fue una pequeña contribución en la causa de los DDHH. Poner este tema como una cuestión básica, fundamental y de permanente relevancia para nuestra convivencia es una tarea de todos. El libro buscaba mostrar una historia privada, de una familia que le tocó vivir esta situación, sin que existiera una agenda política detrás. Los hechos fueron contados tal como ocurrieron, en forma calmada, sin slogans o clichés, de manera que fuera el lector quien sacara sus propias conclusiones. Eso creo que ayudó mucho a bajar barreras y a persuadir a gente que, por distintas razones (políticas, etarias, etc.) no había tenido un contacto con estos temas. Este, a diferencia de lo que nos han querido hacer creer por muchos años, es un tema actual y de futuro. Las democracias, hoy más que nunca, deben estar alertas. Cuando se crean las condiciones para que un dictador tome el poder, ya es muy tarde. Además, creo que ha ayudado a crear este consenso el hecho de que hoy el gobierno de Chile condena sin dobleces las dictaduras Latinoamericanas, sean del signo que sean.
Mirando hacia atrás, no tengo ninguna duda que el esfuerzo de publicar una historia como está valió la pena. A un poco más de un año y medio de su publicación el libro, que ya lleva varias ediciones, se sigue vendiendo y ha sido mencionado como un libro importante que leer. Eso es muy gratificante porque muestra que sí existe un interés, quizás más transversal de lo que pensábamos antes de escribirlo, de conocer y reflexionar sobre los hechos que ocurrieron en Chile durante la dictadura.
Se nos han acercado personas y políticos de distintos sectores y edades. A nosotros nos importaba especialmente llegar a las generaciones más jóvenes que no conocieron la dictadura para que se dieran cuenta de que las polarizaciones son siempre peligrosas y de que nunca se está tan lejos del horror. Que por eso es primordial cuidar la convivencia, tener la capacidad de escucharse los unos a los otros y de reflexionar sobre el pasado para preparar el futuro. Podemos tener diferencias, pero hay una línea roja que nunca nadie debe traspasar y es el respeto de los derechos humanos.
En agosto me tocó alegar en la Corte Suprema el caso La Moneda en representación mía y de mi hermano. Este caso, que se inició cuando mi madre entre otros interpuso una querella por la desaparición de mi padre Claudio, llevaba 50 años en tribunales: Perseguía a los responsables de la muerte Claudio y de 22 hombres más. Ese día ante la Corte Suprema, relaté muchas de las cosas que aparecen en el libro y que tienen que ver con la investigación. Hechos como el engaño a los familiares por parte de un abogado que les hacía creer que seguían vivos; la cobardía de los militares involucrados que se echaban la culpa los unos a los otros; la indolencia de ciertos jueces que no dejaban avanzar las causas de derechos humanos, y más bien las retrasaban. Y también la dedicación de otros jueces que buscaron llegar a la verdad. Esto no sólo nos pasó a nosotros, sino a miles y miles de familias más. Ese alegato, sin que yo lo esperara, causó mucho impacto. Circuló el video de la audiencia y me contactó mucha gente para preguntarme sobre los hechos. Creo que esa fue una demostración más de que hacer público lo que ocurrió en forma serena es absolutamente necesario para que la sociedad avance y que se proteja la democracia. Y lo mismo ocurre con el libro. Yo no quise escribir solo mi historia y la de mi familia, quise contar la verdad de los hechos.
Pregunta a Cristóbal
—Hay cierto acuerdo en nombrar la dictadura como cívico-militar, y ello incluye a los militares golpistas, y a los políticos de la derecha que luego apoyaron la acción militar, sin cuestionar su brutal e ininterrumpida acción por 17 años. Sin embargo, hay otro actor que también fue responsable y que hasta hoy no reconoce, no asume su beneplácito ante la junta militar, y luego con la dictadura; nos referimos al poder judicial, a la Corte Suprema, cuestión que tú señalas claramente en las páginas del libro al decir que ellos le negaron justicia a la población chilena amenazada y perseguida, cuando sistemáticamente rechazaron los recursos de amparo. ¿Como abogado, y tras esta larga investigación, cuál es tu análisis de ese hecho? —Yo he sido muy crítico del poder judicial durante la dictadura. Una de las misiones del poder judicial es proteger el derecho de los ciudadanos y el más fundamental que es la vida y la integridad física. Como dices, fueron miles los recursos de amparo que se presentaron, y casi todos fueron rechazados. Eso significa que hubo jueces que renunciaron al ejercicio de sus deberes básicos. Y contrasta con el trabajo que hicieron, en cambio, los abogados de derechos humanos que trabajaron incansablemente, a pesar de las amenazas y de las puertas que se les cerraban, por hacer avanzar las causas.
Durante la democracia las causas de DDHH han tenido distintos momentos. En los 90 casi no avanzaron. Después de la Mesa de Diálogo, se registró un avance vertiginoso en algunas causas. Hubo casi cuatrocientos procesamientos. Pero luego se perdió ese impulso. Como siempre ocurre en la justicia transicional, quedan enquistados jueces que no creen que estos hechos ocurrieron y así la justicia, incluso en democracia, pareció ser indiferente a estos casos por muchos años.
Con la conmemoración de los 50 años del Golpe, el año pasado se vieron nuevos avances. La Corte Suprema emitió unos cien fallos en causas de derechos humanos, algunos muy emblemáticos como el de Víctor Jara o el mismo caso La Moneda. Pero quedan muchas causas por investigar después de décadas. Y lo más importante es la cantidad de detenidos desaparecidos que no se encuentran. En ese sentido, espero que el Plan de Búsqueda lanzado por el presidente Boric, y que recurre a nuevas tecnologías para cruzar datos, permita avanzar más rápido y dar respuesta a las cerca de 1200 familias que aún no saben qué les pasó ni dónde están sus desaparecidos.
Pregunta a Cristóbal
—Como hijo, nos presentas una forma muy especial y conmovedora de conocer y descubrir a un padre ausente, aprehender su historia de compromiso irrenunciable, del valor político y cultural de profesar ciertos ideales mayores. El relato desarrolla esa unión de búsqueda íntima y fraternal, junto a la historia mayor, la parte de la búsqueda por la verdad y la justicia, de una forma excepcional, rigurosa y emotiva. Tú has tenido la fortuna de poder hacer este camino, de proyectarlo y perseguirlo hasta el final. Pero sabemos que muchos otros niños y jóvenes perdieron a sus padres -o sus madres- y no han podido aún encontrar los cuerpos, ni la verdad ni la reparación. Qué se le puede decir hoy a esas personas que aún buscan, que aún esperan... —Sólo me atrevo a compartir mi experiencia. La justicia tuvo para mí un poder sanador muy importante. Eso es lo que, como sociedad, debemos intentar ofrecerles a los familiares que aún no encuentran a sus desaparecidos. Nuestra decisión férrea de hacer todo lo posible como país para saber el destino de nuestros compatriotas. Los académicos la llaman justicia transicional. Hay centros de estudio en las universidades y doctorados dedicados a ella. Yo la viví y conozco bien sus características. Es lenta e indolente. Las pruebas son difíciles de encontrar porque los criminales tienen pactos de silencio e, increíblemente, los de mayor grado militar, ya sin las armas para proteger sus bravatas, se echan la culpa los unos a los otros. En ella se quedan incrustados jueces que, como dije, no creen en la justicia o que, a lo menos, piensan que las víctimas de alguna forma se merecían el castigo que sufrieron. A mí me tocó lidiar con uno de ellos.
Es una justicia solitaria, tiene muchos detractores. Desde luego los culpables. Pero también hay otros. Son estos detractores los que en los 90 no querían una comisión de verdad, en los 2000 no querían una mesa de diálogo ni una comisión Valech, ni un Museo de la Memoria. Son los que hoy miran con cinismo el Plan de Búsqueda advirtiendo, como lo han hecho por 30 años, que nada saldrá de él.
Pero, a pesar de todos estos problemas y trabas, esta justicia transicional, abre una puerta. En nuestro caso, con la ayuda de los jueces, policías y peritos que sí quisieron honrar su juramento, sin estridencias, en forma pausada y serena, sin violencia, sin odio, nos dio la posibilidad de conocer los hechos, quebrar los pactos de silencio, sancionar a algunos de los culpables y remover los restos que quedaban del lugar infame de la masacre.
Esta justicia es la antítesis de la venganza. Es el triunfo de la razón sobre la barbarie, pues rompe el ciclo de la violencia permanente y sin sentido. Restablece nuestro equilibrio ético y, aunque es incompleta, es sanadora, porque parte con lo más importante, la justicia con los hechos. Estos se vuelven incuestionables.
Si hay algo que como sociedad podemos hacer, es poner los esfuerzos y los recursos para que haya una justicia, que de alguna manera sane a los familiares. Y en eso es muy importante la labor de los jueces y del gobierno. Tengo esperanza en el Plan de Búsqueda.
Pregunta a Daniela
—Una cosa es editar un libro como periodista, realizando un trabajo, objetivo, por un contrato o un acuerdo laboral y profesional. Pero acá estamos ante la historia íntima y dolorosa de tu esposo y toda su familia. ¿Por qué decides ser la editora del libro, y no dejar esa responsabilidad a otras personas? ¿Ha cambiado tu visión del ejercicio periodístico tras el libro? —Antes que nada quisiera precisar que no soy la editora de este libro, sino que la coautora. Eso significa que ambos lo escribimos, y lo hicimos trabajando juntos de manera muy fluida. El editor final fue Felipe Gana. Investigar sobre una historia tan cercana y dolorosa no es fácil y fue muy distinto a lo que había hecho hasta entonces. A pesar de haber escrito mucho sobre temas de violaciones de los derechos humanos, entrevistar a personas que forman parte de tu familia y obligarlos a revivir momentos tan dolorosos de sus vidas es efectivamente muy duro. Pero siempre me motivó la certeza de que era un trabajo necesario. Lo era, por un lado, para contribuir a una reflexión sobre lo imperativo que es respetar los derechos humanos, porque sus violaciones, a diferencia de lo que se podría creer, no afectan solo a quienes las sufren directamente o a sus parientes, sino que se irradian y tienen un impacto sobre los distintos estamentos de la sociedad.
Y por otro lado porque lo consideraba importante para que nuestra familia pudiera tener más tranquilidad respecto a lo ocurrido. Saber lo que pasó, hablarlo, es más sano, en particular para las nuevas generaciones, que incluyen a nuestras hijas y sus primos. Todo eso me motivó a querer participar en el libro que Cristóbal se propuso escribir, en vez de dejarle la tarea a otros.
En cuanto a la segunda pregunta, escribir este libro solo reforzó mi convicción de que el rol de los periodistas es entregar información basada en hechos, para que cada lector se haga su propia opinión sobre ellos. Este no es un libro ideológico ni político. Es un libro que revela los hechos que rodearon la muerte de Claudio, lo que significó para su familia, para quienes lo buscaron, para quienes lo encontraron, y que revela también la manera en que funcionó el aparato represivo durante la dictadura. Pero cuenta hechos.
En estos tiempos de desinformación y en que cada vez más surge un periodismo que parece tener una agenda que a veces bordea el activismo, me parece aún más esencial recordar cuál es nuestro rol.
Pregunta a Daniela
—Tú y Cristóbal tienen tres hijas en su matrimonio. ¿Tratan esto con ellas, qué pasa con un tema tan delicado y fundamental en la educación, cuando se lleva una historia de esta naturaleza en la familia? ¿Piensas que es necesario educar desde muy temprano en estos temas a los más jóvenes, justamente para no trivializar ni banalizar los derechos humanos y para resguardar la democracia? —Con nuestras hijas, lo que hemos tratado de hacer es ir respondiendo a las preguntas cuando surgen. Cada una de ellas es muy distinta, tienen edades y sensibilidades diferentes. Se les ha ido entregando información, según la etapa en que están. Pero es un tema que ahora que están más grande –tienen 17, 15 y 11- conversamos abiertamente. Es importante hacerlo y no solo con ellas sino que con todos los jóvenes, porque esa es la generación que construye la sociedad de mañana. Si queremos que valoren la democracia –algo que no es tan obvio si uno observa las encuestas y la tendencia al populismo que ha surgido en otros países latinoamericanos– la educación tiene que empezar temprano. No se trata de agobiar a los jóvenes con la crueldad de los hechos ocurridos ni de asustarlos, pero sí de invitarlos a reflexionar sobre la importancia de la memoria y enseñarles a no tomar por descontada la democracia, porque siempre puede quebrarse. Para eso tienen que estar informados, aprender a desarrollar la tolerancia y la capacidad de dialogar con quienes no comparten necesariamente sus opiniones. Que en los colegios y en las universidades se enseñe esa parte de la historia es esencial para ese trabajo. La existencia de archivos y museos como el Museo de la Memoria también lo es, porque son registros que permiten volver a lo que ocurrió, incluso cuando se busca olvidar.
Pregunta a Daniela
—¿Qué sientes al ver el reconocimiento literario que ha tenido el libro?, en el sentido que, junto a valorar la investigación histórica, también se reconoce y se premia su calidad literaria. Esas dos condiciones no siempre van juntas, y en este caso ambas son muy logradas, con dos importantes premios obtenidos. —Es un honor haber recibido esos premios, que figuras prestigiosas de la literatura chilena han recibido en el pasado. Siento que es un reconocimiento a todo el trabajo que hicimos en buscar una estructura que funcionara, y lograr un relato que une varias historias y tiene muchos personajes.
Para nosotros era esencial no agobiar al lector; es fácil hacerlo cuando se escribe sobre temáticas tan duras. Por eso nos preocupamos de incluir partes con cierto humor, muchas escenas y buscar detalles que permitieran “novelar” de cierta manera este libro de no ficción.
La investigación fue crucial para eso, porque es lo que permitió conseguir detalles específicos imprescindibles para reconstruir los hechos de la manera más acuciosa posible. A mí me preocupaba además poder conectar al lector con la figura de Claudio. No quería que fuera un personaje sin humanidad o que lo percibieran solo como una víctima. Quería que el lector lo conociera con sus virtudes y sus defectos, con su historia personal y sus particularidades. No quería que se perdiera en la anonimidad del concepto de “detenido desaparecido”. Y eso también requirió mucha investigación, a través de entrevistas, revisión de cartas que había escrito, y otros. Todo esto fue mucho trabajo y los premios nos dan la sensación de que logramos nuestras metas. Así que estamos muy agradecidos de estos reconocimientos.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista con Cristóbal Jimeno y Daniela Mohor,
autores del libro "La búsqueda" (Planeta 2022).
Por Alberto Moreno
Le Monde Diplomatique, Chile, 21 de febrero de 2024