Siete días
de la señora K. de Ana María del Río
Muy parecido a un buen vino
Por Mónica Drouilly Hurtado
En menos de cien sensuales páginas, Ana María del
Río (Santiago, 1948) presenta a la Sra. K. Uno de los modelos
más tradicionales de dueña de casa que se puede encontrar
en el mercado, en la feria, el mall y ahora, seguramente, también
se puede conseguir por internet usando Google y alguna tarjeta de
crédito. La Sra. K., indiscutible prima de la Sra. Juanita, vive prisionera entre barrotes, entre colaciones, entre corbatas inexistentes
y camisas por planchar. Despojada de sueños y motivaciones
deambula por el barrio haciendo las compras, pagando las cuentas,
siendo completamente transparente, siendo la dueña de casa
modelo, esa que tiene la ropa lavada y la cama matrimonial, "que
sólo parecía matrimonial cuando su marido no estaba",
hecha antes de las doce del día.
Súbitamente, gracias a un campamento de invierno y a una Convención,
se ve liberada de hijos y marido, se encuentra sola en una casa a
la que pareciera sobrarle habitaciones, por donde se deslizan presencias
incorpóreas y en la que el espejo del baño insiste en
devolverle su imagen.
Siete días de la señora K., novela según
Seix Barral, nouvelle desde mi punto de vista, se perfila como
un relato indispensable para ingresar a la narrativa chilena actual.
Propone una ruptura en el rol de la mujer, generalmente vista como
madre o puta, santa o bruja, otorgándole la capacidad de decidir
con respecto a su propia vida y a su propia piel. El lector asiste
a la travesía de la Sra. K.; desde su cuerpo de corcho que
no sabe bailar, ese cuerpo atrapado por el calzón-faja que
la transforma en "un cilindro perfecto", cruzando por el
re-despertar de sus sentidos, el reconocer su propia imagen, hasta
encontrar a una nueva Sra. K., dueña de sí misma, de
sus movimientos, de sus palabras y de lo que construye con ellas.
Sra. K. ¿y por qué no Sra. X? ¿o Sra. Y? Todas
designando a la misma mujer genérica, a esa mujer anónima
que no representa un yo y por consiguiente, ni siquiera un otro. Sra.
K. que es la ausencia de un interlocutor, es una voz muda, una voz
que no crea, que no habla y si lo hace es despacito, para que no pueda
ser oída. Sra. K. cuya intimidad es construida entre gritos
y abucheos, entre palabras que se superponen a una realidad que nadie
ve (o que tal vez nadie quiere ver). Asistimos a la representación
de una sociedad que rinde culto a la apariencia, donde lo inventado
a través de la palabra es lo real. Sonia Montecino apunta al
respecto:
Así, una de las características
del culto a la apariencia, es la interdicción de la palabra.
Violar la palabra -por medio de otra- será el punto más
álgido por el que atraviese cualquier alternativa de cambio,
sobre todo, desde el punto de vista de las mujeres, de la familia
y de la sexualidad en la cultura mestiza chilena. (1)
Sra. K. y su intimidad destruida luego con una bofetada, con sólo
una palabra: frígida. Sra. K. y sus funciones creadas desde
la masculinidad, con su feminidad "que no es más que los
signos que los hombres le atribuyen" (2)
desde la autoridad de un esposo incapaz de encontrar sus corbatas
(tal vez porque busca unas que nunca tuvo), desde un hombre que llora
todo el día sus esfuerzos y es incapaz de servirse un café.
Sra. K. acotada por una especie de discapacitado emocional que le
recuerda diariamente que ella no baila, que ella "nunca podría
moverse ni rugir un poco como leona sin peinar". No puedo olvidar
la fuerza y el enorme poder de las palabras y el efecto que tienen
sobre la Sra. K. (y todas las mujeres que ella representa). María
Luisa Femenías señala que "el género-sexo
es una construcción, no una determinación biológica
o social" (3) , y esta construcción
se lleva a cabo, precisamente, desde el lenguaje que limita, presupone
y legitima los roles de cada sexo-género en una cultura dada.
Así, las voces que retumban en el interior de la Sra. K.: la
voz de su suegra, la de su esposo, las de los vecinos que se escuchan
a pesar de los muros, delimitan su espacio, ayudan a instalar barrotes
y van acallando su ya silenciosa voz.
Los siete días de convivencia con la señora K. y sus
recuerdos, dudas y temores, develan las complejas relaciones entre
sexualidad, placer y autoridad (¿y dinero?), todas desligadas
del amor, que destaca por su ausencia. Reflejo de gran cantidad de
relaciones surgidas y cobijadas por la sociedad chilena actual, en
las que el simulacro de felicidad, sustentado en un auto nuevo cada
dos o tres años y el condominio con guardias de seguridad,
reemplaza las relaciones complicadas, esas en las que hay que invertir
tiempo y las partes se escuchan y complementan. Las relaciones y experiencias
de la Sra. K. representan tan sólo los síntomas de la
gran carencia afectiva que aqueja al ciudadano actual.
Desde este panorama tan desalentador, en el que no hay una Sra. K.,
si no un cómo debe ser la Sra. K., construido por su marido,
el tropical Mauro; su suegra, abnegada dueña de casa; y los
infaltables amigos de la pareja, surge una isla, un oasis, o tal vez
un iceberg, o tal vez los tres al mismo tiempo, que permiten que la
protagonista no sólo reconozca esta ausencia de sí misma,
si no que se descubra, tanto física como emocionalmente, y
rompa los sellos que el pasado, las camisas por planchar y las reuniones
de apoderados. Luego de estos siete días "ya no hay carencia,
ya no hay prohibición, ya no hay límite" (4).
No me imagino a la Sra. K. viviendo estos siete días rodeada
de gente, ella necesita estar sola, su proceso es personal, su situación
se sustenta en pilares que surgen desde su interior. Necesita descubrirlo,
necesita conocerse, necesita un espacio de intimidad, libre de terceros
y libre también de la Sra. K. que debe ser. "El erotismo
es lo propio del hombre. Al mismo tiempo es aquello que lo abochorna"
(5) sentencia Georges Bataille, y encuentro
materializadas sus palabras en la Sra. K. que siente vergüenza
de los cuerpos, especialmente de su cuerpo corcho. Sólo cuando
la Sra. K. rompe la imagen de la perfecta dueña de casa y compra
pan duro y no paga las cuentas y desayuna algo que no se desayuna
según Carreño o uno como él, fractura el sello
que la tiene atrapada.
Desde el momento de esta fractura es capaz de enfrentar su imagen
reflejada, ya sea en un espejo o en un otro inverosímil. Es
capaz de asumir una voluptuosidad sagrada que descubre donde nadie
se lo hubiese imaginado: en su interior. En este punto es válido
preguntarse: ¿qué lleva a la Sra. K. a iniciar esta
búsqueda, este recorrido que la arranca de la tierra sin consulta
alguna, como un huracán, para luego depositarla en medio de
espasmos ajenos a este mundo, en medio de chorritos de primavera anticipada?
Baudrillard esboza una respuesta: "Lo femenino seduce porque
nunca está donde se piensa" (6)
, "(...) lo femenino está en otra parte, siempre
ha estado en otra parte: ahí está el secreto de su fuerza"
(7) , la fuerza que le había hecho falta para destapar
ese cilindro de corcho que solía ser y dejar fluir aquello
que tenía en su interior, con todos sus aromas y sabores, al
igual que un buen vino.
La prosa de Ana María del Rio atrae por su lirismo y por su
sensualidad. En un relato en el que la mayor parte de las acciones
apelan a la exaltación de algún sentido, ya sea placentera
o dolorosamente, se corre el riesgo de caer en la vulgaridad o en
la cursilería. Afortunadamente, Siete días de la
señora K. le otorga al lector la oportunidad de regocijarse
junto a la protagonista, siguiéndola de la mano mientras transita
por una y otra de las escenas eróticas mejor narradas del panorama
nacional actual.
Siete días
de la señora K.
Ana María del Río
Seix Barral, 1993
141 páginas
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Notas
(1) Montecino, Sonia. Madres
y Huachos: alegorías del mestizaje chileno Santiago, Chile:
Cuarto Propio - CEDEM, 1991. p. 121.
(2) Baudrillard, Jean. De la seducción. Madrid, España:
Ediciones Cátedra, 1989. p. 21.
(3) Femenías, María Luisa. Judith Butler: Introducción
a su lectura. Buenos Aires, Argentina: Catálogos, 2003.
p. 116-117.
(4) Baudrillard, Jean. De la seducción. Madrid, España:
Ediciones Cátedra, 1989. p.13.
(5) Bataille, Georges. La felicidad, el erotismo y la literatura.
Ensayos 1944-1961. Buenos Aires, Argentina: Adriana Hidalgo Editora,
2001. p. 377.
(6) Baudrillard, Jean. De la seducción. Madrid, España:
Ediciones Cátedra, 1989. p. 14.
(7) Íbid...