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Muestra poética

Anahí Maya Garvizu
(Bolivia, 1992)

 



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Donatella a media mañana

En medio del altiplano,
hay una pequeña aldea rodeada por álamos.
Ahí, en los mejores, aunque duros años
Donatella recogía el agua del río en baldes de madera
y lanzaba un puñado de grano a las gallinas cada mañana.
Donatella tuvo seis hijos, de los cuales dos murieron.
Nunca volvió a casarse.

La última vez la vi
no logró reconocerme.
De la casa de adobe que habitaba,
rescatamos candelabros de bronce
y algunas herramientas oxidadas.
Las mismas cucharas y vasos fueron usados hasta el último día,
de ella aprendimos que uno debía agradecer lo gastado,
que debía evitarse herir con la ingratitud.

En la aldea de álamos y horneros,
hoy es una sola vertiente
donde se recoge el agua.
Los cambios son notables o no,
según el ángulo del cual se mire un viejo hogar.
Una mañana un mechón de sus trenzas blancas
escapó con la brisa. Mi abuela también.

 

 

 

Los ecos de la supervivencia

No importa cuán estricta sea una reconstrucción,
pasados los años recordar conlleva una pérdida.
Mi madre me tomaba la mano y se sumergía entre la multitud
buscando una porción de pescado 
a través de secciones cada vez más naturales,
un mercado donde no hay edición de gestos
ni de sagacidad de supervivencia.
La vendedora escogía las caras de las monedas
pegadas a un imán en su bolsillo
y entregaba el cambio en sincronía a las manos extendidas.
En el recorrido por esas calles
con suerte, podía verse de vez en cuando
un ekeko que al pasar por las patas apiladas de los cerdos
hacía una mueca y luego volvía a sonreír.
Ahí las grietas eran más reales,
distraerse con un gato llevando un ratón en la boca
bastó para tropezar dejando caer los huevos
que tres perros lamieron rápidamente,
De noche la lluvia y el mismo ekeko
escondiéndose bajo el techo de la iglesia.
Cada uno se limita a sobrevivir
sobre el suelo que pisa a medida que avanza.
Nuevamente los perros
caminando sobre los restos de las escamas,
lo demás de la existencia  fue secada por el sol.

 

 

 

Jam session

Mi amigo decía: Todo lo que vive tiembla y provoca temblor.
El domingo por la mañana frente al supermercado
la fila doblaba la esquina
para entrar a uno de los cajeros automáticos.
En la puerta del otro, un indigente dormía
ante el espasmo de los usuarios
que miraban las repugnantes heridas de sus manos.
Por cada ligero movimiento que hacía
todos sujetaban sus tarjetas de crédito.
Él sin embargo, ya había cruzado el límite,
casi adormecido babeaba en cada ronquido
hasta que levantándose de un sobresalto
sacudió el polvo en sus rodillas
y se alejó como un contrabajo balanceándose lentamente.

 

 

 

Cuando indagamos en la perspectiva

Una anciana camina 
hacia los panes apilados a las seis de la mañana,
a sus espaldas: estatuas de guerra
que mantienen la misma expresión de grito hace décadas.
Ella parece caminar cada vez más erguida,
como si el viento por fin hiciera
recobrar su posición vertical.
De cuando en cuando, 
todos formamos parte de un cuadro,
si desenfocamos el centro veremos
que las estatuas estiran la lengua al rocío;
si nos alejamos más
creeremos que ella se desintegró de esas figuras,
que lleva en un solo paso setenta inviernos,
y en un parpadeo la mitad del verano.

 

Historial médico

Habiendo superado la inquietud por el  deceso
y olvidado la impresión del nacimiento
el corredor del hospital se encuentra abarrotado.
Cada vez que del consultorio se abre la puerta,
los pacientes giran la cabeza
y en su mayoría el rostro que ven
no es otro que el de la negación.
Hemos dejado atrás el escepticismo 
para creer en la acupuntura entre cosas peores
y si preguntan, no habían planes iniciales,
pero ahora que no entendemos
el porqué de tanto temor a un diagnóstico médico
el único plan es tomar un atajo por el cual llegar a casa.

Son los largos lapsos de espera
en que una imagen es suficiente para volver a aferrarnos:
como la madre que al final del pasillo acaricia su vientre
mientras su hijo gira la punta del paraguas
y la gotas caen como rocío
sobre estos días en que todo se disloca.

 

 

 

Un suceso

Me detuve al observar
cómo un globo esquivaba las ruedas en la autopista.
Su fragilidad transgredió un destino vertical
cuando un niño lo recogió alejándose sin mirar atrás,
nadie a quien contarle, nadie que comparta el asombro
solo el reojo de la estatua de Bolívar
que  por un momento casi suelta su caballo
para dejarlo correr por la ciudad.

 

 

 

Contra ruta

No tuve miedo en dejar
solo una huella accidental en el cemento.
Escapar de las conglomeraciones
de las nucas estresadas en los micros,
con todos los ángulos apuntando lejos de casa.
Escapar
sin saber que hasta el desierto mueve sus rutas
y que entre paso y paso,
cubierto por el polvo indiferente del verano,
terminaría como un  perro
que duerme a la sombra de otro.

 

 

 

Frontera

Quizá eran las seis de la tarde cuando la noche caía sobre el andén
sin embargo aún podían verse a los muros resquebrajándose
como si no soportaran el calor que les había dado el día,
una madre que a pesar del ardor en sus mejillas
sostenía con un brazo a su hijo y espantaba con el otro a las abejas
sobre los vasos de refresco,
camiones partiendo repletos de madera,
personas canjeando monedas, personas esperando abordar,
en la maleta una fotografía,
los que se van siempre estarán un poco tristes, un poco en el pasado.
(Nunca me había encontrado tan lejos de casa pero tan cerca de otro lugar)
Verlo todo en el recuerdo de este cuadro que cuelga sin marco
con tan solo las primeras pinceladas
de un cuerpo, de una casa, de un país que nunca pudo ser.

 

 

 

Anahí Maya Garvizu: Nací en Bolivia el 7 de julio de 1992. Vivo en Cochabamba desde el año 2008.
Actualmente mi primer poemario está en proceso.



 

 


 

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Anahí Maya Garvizu, (Bolivia, 1992)