Lamento de un necrófilo
Intento incendiar el cielo
para desatar tus tormentas,
aferrarme a una luciérnaga, crucificarme en tu cruz.
Ya no queda sendero que no haya pisado
para empaparte los ojos, sombra intacta,
silencio gangrenado.
¿Por qué susurras ataúdes perfumados?
¿Por qué lanzas ramilletes de palabras en la fosa?
Yo,
que guardaba las noches más tristes en mi bolsillo
para bebernos el llanto, para que forjes a la humanidad
con la hiel sagrada del amor, para navegarnos bajo esta soledad.
La serpiente pasea los huevos de la dicha en su eterno esófago.
Cómo perpetuarme en tu vientre congelado
y sentirme en casa...
En ese atardecer bailamos
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . . .. . a mi Mamita Elvira, mi abuela
En ese atardecer bailamos.
Un tranvía chorreó en el pavimento
su estela, y mis lluvias
se escabulleron bajo sus rieles
para dejarse arrastrar. Quizás
los edificios cobijaron un sol
cansado de rumiar en las esquinas el olvido,
o pudo macerarse en tus diáfanas arrugas
el tiempo entero para mi garganta.
En ese atardecer bailamos
un bolero, emplumado de abismos
—como los míos—,
pero también mi vértigo sabe de ocasos
en tus manos. Quizás las baldosas
se llenaron de nuestras raíces
como pretendiendo sembrar la eternidad
en una canción, enarbolar la bandera
de un territorio de dos habitantes.
En ese atardecer bailamos
descalzos de alma,
al compás del diástole.
¿Serán las hélices de tu aliento
que a mi nombre hicieron
una barcaza en buen puerto?
Quizás
todos los peces del mar se juntaron
en una orilla del cielo
sólo para vernos bailar.
Tu cieno
Fragmentario, avientas tu cieno
más allá del éter, y me avalanzo
a la presa. Atravieso
los cascarones del cielo, muerdo
lo eterno en siete segundos y caigo
en un cuerpo,
que cae en un poema,
que cae en el silencio.
Sin cordura ni factura
Tu boca, cementerio de mis hijos,
anda noctámbula en mi desvarío.
La fulana —resuena algún jipío—
me susurra eufemismos sin cortijos.
Tus uñas me tatúan dos letijos.
Serás mi cárcel dentro del hastío
de un catre estriado por el amorío.
Entro sin descifrar tus acertijos.
Nos escupimos hieles esplendentes
mientras tiemblan los ávidos torrentes,
Encarnamos en fieras sin cordura
ardiendo en el infierno de mancebos.
Todo quedo; las lunas duran evos,
las ventanas confirman: no hay factura.
Arcilla
Mis manos envaino
en una guerra de obuses.
Busco la palabra
entre los escombros.
Me recuesto en la yerba,
observo
un cielo de arcilla,
y pájaros
que niegan su vuelo.
Oración
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . . .. . a los poetas Cristian Avecillas y Pablo García-Inés
Me zambullo en tus versos, alimaña indomable,
rozo tu vientre oscuro galopando en mis ojos
bajo este cementerio de ángeles disecados.
Cosecho tus profetas, navego con sus cruces
pero no quiero ver espejos incesantes
adormeciendo el mar, enquistados en sienes.
Hay que surcar los cielos, ¡derramar su prudencia!
Tanteo los peldaños que llevan a tu boca,
hoguera sacrosanta, púlpito de ambrosía.
Sacia estas heridas con tu sangre perpetua,
cerremos este pacto en tu valle de lava.
¿Dónde escondes tus dioses? ¿Bajo qué puentes duermen?
Manantial de locura, líbrame del no-estar,
del sonriente feliz, del silencio y su acecho.
Vierte sobre mí sombras colmadas de lamentos,
el latido del viento posándose en mis vellos,
funestos adjetivos, tus hieles manoseadas.
Desplegaré mis puentes a tu orilla secreta,
fecunda mi pensar, lapídame en tu gracia,
beberé de tus poros, eclosiona estas letras.
Déjame penetrar tu afilado portal,
deshojarme de brillos, cubrir tu soledad
con mi manto de abismos, grábame con un tajo
lágrimas y sonrisas sobre mi rostro en blanco.
Amén.
El rito
A una tierra huérfana mi sangre penetró,
también a grietas de noche y todos los astros
hasta desembocar en tu bóveda celestial.
Aletargado, cava un osario, el insomnio,
para los andamios de mi cuerpo.
¿Sientes el vástago frío de mis venas?
¿Sientes sus yedras de olvido?
¿Sientes los restos de tu naufragio?
Junta tus manos y bebe
el licor de mi alma expiatoria,
por el crimen que te nombra.
En la piedra del altar está escrito:
«Morir en ti es nacer cada día.»
Girasol
Estos son mis rostros tañidos por tu luz, los ríos vertidos desde noches longevas
a un cáliz ardiente, manos que han macerado tu nombre en silencio para no
sepultar las cenizas en el viento.
Mis tobillos han tocado tu calidez bajo la lluvia.
¡Qué juego de vendavales cansinos!
Vengo de un abismo en ruinas, he desperdigado los restos de mi ser en un cuenco donde habita tu oquedad. Retorno siempre a las orillas de tu cielo,
seco mis entrañas en el fuego, afilo mis párpados en piedras sobrepuestas del altar.
Florecen tus ojos en el tajo de mi alma.
Así cantamos con Zaratustra
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . . .. . a Silvio Reyes
El aire está habitado por espejos,
las luciérnagas brotan de los bolsillos.
Hay un rebaño de sordomudos que ríe sin
cesar, los vemos desde afuera del gran ataúd de
cristal donde pastan. La miseria no está en el , sino en el vivir arrodillado; así cantamos.
Para transitar por las aguas del saber,
para no temer al aguijón de la muerte,
hay que extirpar las miradas como esquirlas
y desempolvar al superhombre.
La salvación soy yo; así cantamos.
Tenemos pájaros en los ojos
picoteando el cascarón para empaparse de luz,
ávidos por volar sobre letras que siempre están por nacer.
El reloj se acicala con sus lenguas humedecidas vino.
La Eternidad son las cenizas del miedo; así cantamos.
Historia de un homicidio
Habría que meter los pies en el cieno
del tiempo, dejarse hundir
sin hacer resistencia,
volar con las telarañas que crecieron
desde el centro de nuestras axilas
sobre mares inciertos,
lamerse los antebrazos con resignación,
depositar palabras cotidianas
en gargantas de oxidiana.
El hombre sueña con el péndulo del reloj,
el reloj
sueña con el hombre-péndulo en un árbol.
Así, el homocidio convive
con la gravedad del aire.
Nunca es la verdad colgada de las ojeras.
Universo hecho de pólvora,
cuerpos lacerados por la angustia,
¿dónde está aquel oasis,
búsqueda hostil?
Un rey en cautiverio deja sus sandalias
para atravesar un pueblo nuevo.
Abel Ochoa nace en Guayaquil, Ecuador, en 1986. Es diseñador, publicista y poeta. Sus poemas han sido publicados en varias revistas digitales. Escribe en el portal político-social gkillcity.com. Obtuvo una mención en el Concurso Nacional de Poesía Paralelo Cero 2011-2012 con varios poemas que constan en su primer poemario publicado por la editorial El Ángel. Participó en la Feria Internacional del Libro, Quito/2012 y en el Encuentro de Poesía Ileana Espinel, Guayaquil/2012. Su blog es abeloski.blogspot.com