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UNA REAL CONCIENCIA NARRATIVA, UNA MADUREZ TOTAL
«Chino», de Antonio Ostornol. Ediciones de la Lumbre, Santiago, 2020, 214 págs.
Por Camilo Marks
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 6 de diciembre de 2020
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Antonio Ostornol (Santiago, 1954) publica poco, pero siempre va a la segura, como lo ha demostrado en Los años de la serpiente (1991), Dubrovnik (2012, acreedora de dos importantes premios literarios) y, sobre todo, El obsesivo mundo de Benjamín, su primera, originalísima, excéntrica y notable incursión en el género novelístico; así como, en términos generales, en el territorio de la prosa y en formas más alejadas del relato tradicional, como sucede con otro tipo de piezas o con el guion de la extraña, si bien notable, película "Mi último hombre" (1996).
En forma lata, la prosa de Ostornol se caracteriza por el tono irónico, a veces levemente discursivo, en ocasiones lírico hasta alcanzar el nivel del poema en prosa, o bien la crónica que, en forma genérica, roza o de frentón aborda lo periodístico, como queda ampliamente demostrado en las revistas para las que colabora, los medios en
los que se ha desempeñado o las columnas que edita. Esto último de ninguna manera está dicho de modo peyorativo ni implica menoscabo al autor: aun cuando la profesión original de Ostornol es la de abogado, ha quedado definitivamente en claro que su inundo no reside para nada en los tribunales, sino en la literatura, de la cual es un destacado profesor universitario. Esa es la salsa en que se empapa Ostornol y no llama la atención su manera de elegir la forma de vida que ha llevado: en las pasadas décadas, la mayoría de los escritores y escritoras chilenas son, o bien reporteros, o bien juristas.
Los rasgos a los que aludíamos con respecto al estilo de Ostornol alcanzan su plenitud en Chino, su última y, a juicio de este crítico, su mejor narración. Y lo es debido a varios motivos: la madurez creativa de este narrador; la seguridad y aplomo que exhibe; la agudeza y el humor de los que hace
gala; la fluidez de un estilo que, en ningún momento, vacila; en fin, una escritura que produce auténtico goce, genuino placer.
Como todos los buenos libros, Chino puede abordarse en múltiples y variados niveles, de los cuales, por razones obvias, abordaremos solo los principales. En primer lugar, Chino es una enciclopedia del jazz y, en concreto, del saxofón. Intérpretes geniales como Lester Young, Sonny Rollins, Omette Coleman, Charlie Parker, Anthony Braxton, Albert Ayler, Joe Henderson, Wayne Shorter, Eric Dolphy, Charlie Rouse y muchos más practicantes del instrumento inventado por el belga Sax (¿quizá el propio Ostornol?), son invocados por el Chino —que, en verdad, se llama Ricardo Wong— en numerosas páginas de una vividez, un entusiasmo,
una pasión realmente contagiosos.
En segundo lugar, Chino va relatando la odisea del protagonista desde que era un niño hasta alcanzar la madurez, claro que muy relativa. Están sus años en el colegio, donde llevaría una vida espantosa si no fuera por Miss Joanna Goodman, con la cual, más tarde, tendrá un tórrido affaire, y Don Rafa, un entrañable homosexual, que por momentos se roba la película (los compañeros de curso, con excepciones, son inexistentes); tenemos a su progenitor asiático, quien, junto a unos cuantos desamparados que huyen de la guerra en China, aborda una lancha que vaya uno a saber cómo recala en Coquimbo; se describe la partida del héroe de esa ciudad a Santiago en la época de sus amores con la bella e inteligentísima Soledad. En fin, Chino es a la vez un
título consistente en un profundo soliloquio personal y, por otra parte, un friso social de una era que Ostornol conoce bien y en la que se interna en un grado de bastante profundidad, los años de la dictadura militar.
En definitiva, Chino es lo que ya viene siendo casi una norma, por más que Ostornol la ejercite de manera individualísima: un texto inclasificable. Ahí reside su honda extrañeza, su rara percepción de las cosas, el despliegue cultural sin pedantería, que es una nota constante en su libro, el brillo sin afectación con el que describe cada episodio, la naturalidad, nacida de años y años de lecturas silenciosas; en suma, la presencia de una real conciencia narrativa y, lo repetimos, una madurez que aquí alcanza su punto culminante.