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Mantenimiento
Ángel Valdebenito, Libros del Pez Espiral, 2015
Por Angélica Panes
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Yo mismo un pino en la soledad de la cuesta. Estancado en la dificultad y el vértigo del camino.
O el hualle joven, digueñal fecundo y perecedero
En este Mantenimiento, el poeta Ángel Valdebenito, construye una multiplicidad de voces, de hablantes, que sortean el tropiezo en la cuerda floja de un presente esquivo.
Como equilibristas, se bambolean entre la evocación, que bien puede ser de una infancia, de un lugar de crianza, de un espacio natural parsimonioso y la proyección de sí mismos, mostrando y alejándose de una serie de patrones y lugares empotrados y comunes que confrontan al hablante en su libertad de pensamiento y acción al constreñir, delimitar e instalarse sin mayor reflexión.
Así, en el primer tramo de esta cuerda vemos a un sujeto que se concibe en sus hijos “en cuyos ojos/al fin puede reflejarse/ la salvaje libertad que postergaron mis proyectos”; o alguien que supone las vidas que pudo tener: “la vida que no he podido recordar/descansa al final de esta hondonada/y se escabulle entre los riscos” o bien “todavía una gota de lluvia/ puede representar mi sueño”.
Diversas posibilidades y sueños por cumplir además de lo que se espera de él: “buen hombre”, “trabajador sosegado”, “escritor ansioso”, “adolescente arriesgado”, “familiar comprometido”.
Imágenes de un tiempo anterior, de un terruño silenciosamente hostil y que ni siquiera parece pertenecerle. No hay lar sino el sonido apenas perceptible de motoniveladoras queriendo aplanar toda la escena natural que está soberbiamente instalada desde hondonadas y riscos, cipreses y flores, musgo y nalca, dihueñes y lagunas de invierno que parecen ser lo único asible, rastro de ese tiempo como “restos de árboles caídos tras el temporal”.
Imágenes que nos dejan justo en el centro de la tensión entre pasado y futuro, zona de aforismos, donde escuchamos a este sujeto que se viene configurando desde aquel que señalaba en el primer tramo: “ya no somos el que buscaba sombra/a un costado de la motoniveladora” hasta el que adopta la cautela como condición: “furia y mantenimiento del temple”, “posición del bárbaro” ante la inminencia del ser, presente e incierto, pero propio y latente, manteniéndose en un “cordal oscilante” como eximio funambulista ante su propia versión de los días, del hoy.
