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Adriana Paredes Pinda y lo impropio de su lengua paria

Por Fernanda Moraga García
Publicado en WD40, N°6, Valparaíso, invierno 2023


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Cada vez que retorno a los poemas de Adriana Paredes Pinda (1970), recuerdo mi primer encuentro con ella hace unos 20 años atrás, a propósito de su poema “Relámpago” que había sido publicado en la extrañable revista Pentukun que editaba la Universidad de La Frontera. Revista precursora en los estudios sobre literatura y cultura mapuche entre el año 1994 y el 2000. En esos tiempos, hacia fines de los 90 y comienzos de los 2000, iniciaba mis primeras lecturas de poesía mapuche, en particular la de mujeres. Luego, mi memoria recorre de manera intermitente otros encuentros personales con la poeta en Osorno, Chiloé, Valdivia y Santiago; siempre con una conversación cruzada por la experiencia y la poesía y que hasta ahora anuda resonancias entre mis lecturas y su escritura. Digo esto porque entiendo y leo la poesía o más bien el poema como aquello que late rondando intermedios, “desenterrando cadáveres” como dice la poeta Nadia Prado en su hermoso ensayo El poema acecha en los intervalos (2021). Así es, el poema merodea interrumpiendo las continuidades de la muerte, de la opacidad de la memoria y del cuerpo, del lenguaje correcto (o corregido), vale decir, acecha el orden de las representaciones. El poema, de este modo, se abre en la insistencia de un acontecimiento desde donde puede –se puede– escarbar en una energía insurrecta o desde donde es posible que surja “un recuerdo que relampaguea…que afecta el contenido de la tradición” (Benjamin) y que hace visible lo perdido, en el presente. O sea, el poema acontece ligado a la vida, a la revuelta de la experiencia. De esto hablaban nuestras conversaciones con Adriana: sobre el habitar la palabra insurrecta y contaminada como forma de vida. De su casa aún recuerdo su canto y el canto de su Kultrun.

Comienzo con esta breve reflexión en mi memoria porque la lectura –y la escucha– de la poesía mapuche actual y especialmente la de Adriana Pinda, como ya lo dije, despliega señas hacia estos intervalos. Por ahora solo menciono dos de ellas. Una, es que la concepción de poesía mapuche para la poeta, justamente se articula de manera recíproca a la vida y en medio de la vida: “[el] arte y la literatura mapuche como crianza de la vida, no separada de la vida, sino en, desde y para ella, como un modo de ser y estar en el espacio cosmogónico llamado ‘Mapu’, entre los muchos y posibles modos de ser y estar mapuche hoy, en y entre mundos”. Otra seña (y también tejida al poema-vida), es “que, desde el conocimiento mapuche –continúa Adriana Pinda–, el texto poético podría concebirse como un nuevo Küme elgetu zugun, procedimiento discursivo amplio que permite restablecer un modo de equilibrio, como tal, el elgetu zugun poético revela una verdad, pero no fiel a la tradición ancestral, sino que la transgrede y la transforma” (Hacer cantar la maravilla). Aquí es evidente que el sentido del pasado pulsa en el presente, pero no en un presente ordinario, sino en la particularidad actual de una experiencia colectiva que refrenda el lugar desde el cual se escribe:


Fue la lengua castellana que nos ultrajó en primer lugar y en último (la lengua y el pensamiento, pero no solo ella por supuesto, la lengua hispana nos ha violentado, lo confieso, nos ha socavado, por eso escribo; la lengua castellana me ha perdido sin retorno tal vez, me ha mordido los pensamientos y yo ‘pecadora’, pobre de mí, me he enamorado de la lengua castellana meretriz, me ha robado el mapuzungun, me ha robado el chezugun el ce sumun me ha robado el espíritu, el aliento, el sentido; me ha robado a Kallfv Llanka Lican, me ha robado el lican, por eso escribo bajo estado hipnótico y no logro zafarme; esta lengua meretriz, me pesa, me quema, esta weñefe, este pensar weñefe de mí, este espíritu weñefe de mí que vino de afuera y mató el adentro, y nos ha poseído a unos más que a otros, pero posesos al fin hemos perdido nuestra razón. (De “por qué escribo… Mollfvñ pu nvtram” en Üi, Lom Ediciones)


A partir de este lugar de enunciación que algunas autoras mapuche, como la poeta Daniela Catrileo y la periodista Ange Valderrama Cayuman, han llamado una “energía champurria”, es que varios de los poemas y poemarios mapuche se construyen. Se trata de una potencia que no simplemente se tiene, sino que se vive; una fuerza que, en el poema, desentierra los cadáveres del pasado y en el (y del) presente. Como diría Nadia Prado, en el poema “no se trata de seguir de pie ante la muerte sino de seguir de pie ante la vida” y donde “lo ajeno se vuelve propio” (El poema acecha…). En este sentido, este poema-muertevida en la poesía mapuche está relacionado con las violencias colonialistas especialmente las ejercidas por los Estados y los gobiernos chilenos y argentinos sobre Wallmapu a partir de mediados del siglo XIX y que dan origen a la diáspora mapuche. Dentro de este contexto histórico y literario, la poesía de Adriana Pinda es ineludible ya que comparte perspectivas artísticas de la experiencia con un corpus amplio y relevante dentro del campo poético del pueblo mapuche. Se trata de autoras y autores que reflexionan el poema como diálogo (interpelación) intercultural precisamente porque hay una apropiada resignificación de la experiencia de lo ajeno, lo propio y lo apropiado. Aquí aprovecho de dar solo algunos nombres que participan de este extenso cuerpo poético: Roxana Miranda Rupailaf, Jaime Huenún, Liliana Ancalao, Viviana Ayilef, Ivonne Coñuecar, Bernardo Colipán, Pablo Ayenao, Maribel Mora Curriao, David Añiñir, Yeny Díaz Wentén, César Cabello y Álvaro Calfucoy.

Adriana Paredes Pinda, además de poeta, es machi, profesora y doctora en Ciencias Humanas. Entre sus publicaciones se destacan Üi (2005) y Parias zugun (2014). Poemas suyos han sido recopilados en diferentes antologías tales como 20 poetas mapuche contemporáneos (2003), Hilando en la memoria (2006), Kallfv Mapu (2009) y Küme Dungun/ Küme Wirin (2010). A esto se suma que en los últimos años se ha dedicado a difundir su canto poético a través de su proyecto podcast Memorias y osamentas: llagas patriarcales, con el nombre de Pluma Colibrí. Su poesía y su escritura, habitan en las interrupciones a cualquier univocidad de la experiencia mapuche. Sus poemas emiten, como he sugerido, los sentidos de una potencia vital que nace de lo contaminado, lo perdido y lo recuperado, es decir, de lo impropio:


Más allá del rol que me han heredado mis extraviadas abuelas machi, vapuleadas y denostadas, una y otra vez, por el sintomático “mapuchómetro” contemporáneo, porque mi apellido “Pinda” (picaflor, decir), no está escrito ni en crónicas de guerra ni en memorias de grandes caciques, por lo que no puedo jactarme ni justificarme en mi linaje celeste, tal vez en la poesía, y porque soy una machi champurria, a mala honra. Solo mapuche de madre, lo que ya me hace “ambigua”; y más aún poeta y profesora, “machi escueliá” como dicen las papay, una anomalía, algo raro e indefinido.

A pesar de mi misma […] el único tuwün y küpan posible para los seres como yo, es la palabra.
(De “Cartas al país mapuche” en Anaquel Austral de Virginia Vidal)


En su libro Parias zugun, Adriana Pinda construye su propio tuwün (identidad territorial) y su propio küpan (linaje de la persona), los que forman la base de su identificación individual a un nivel simbólico poético, en el que no se suprime a la sujeto biográfica. Lo hace, por una parte, a través de una comunidad elegida (“anómala”) de diferentes mujeres mapuche y no mapuche y por medio de una genealogía de parentesco que desestabiliza un universo sagrado y cultural mapuche. Esto último es explícito, la voz poética se identifica con ciertas “fuerzas negativas” que habitan en el imaginario simbólico mapuche y que alimentan su experiencia paria. Por otra parte, su tuwün y küpan también se hilvanan a partir de su filiación afectiva (amorosa) con el mapudungun extraviado.

Respecto de la comunidad de mujeres que vivifican su existencia, esta se inaugura ya en la dedicatoria que introduce a la lectura del poemario: “A mi madre Marina Pinda Antías, este mi duelo / a la hija de la hija de la hija de la hija…”. Hay una tragedia que se le narrará a la madre y a toda su ascendencia, quienes serán las testigos amorosas de la dolencia de la sujeto poética. Así los poemas señalan la huella familiar ancestral: la abuela (Yolanda), la bisabuela (Asunción) y la tatarabuela (Filipa); incluyendo en este matrilinaje a Küyen, la hija de la hablante. A este küpalme se suma un rastro poético antiguo, el de las ülkantufe –las poetas orales– como Amalia Aillapan, Rosario Tripaiantü, Antonia Kaiún y Teresa Weitra. Y en presente, la acompañan las poetas mapuche Graciela Huinao, Roxana Miranda Rupailaf y Faumelisa Manquepillán. De igual forma, en esta sanación de su herida se hallan las poetas no mapuche: Gabriela Mistral –Lucila–, Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Safo. No quedan fuera de este genelaogía la dantesca Beatriz, la macondiana Remedios la Bella, la pitonisa griega Casandra, la loca Ruth Marigual y la hechicera Doralisa, la serpiente Kaikai, la Pincoya y la Shumpalla y claro está, Wangülen, la imagen simbólica de la primera mujer mapuche. Todas ellas forman parte de su habitar champurria en la palabra:


heme aquí
champurria lengua
Alfonsina lengua
Lucila lengua Juana Inés lengua Rut lengua
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . [Marina lengua
tocaya lengua
Safo lengua
mapuche lengua winka lengua muda lengua
insaciable lengua
Teresa lengua
Juana de lenguas

. . . . . . . . (De Parias zugun, Lom Ediciones)


Me es imposible nombrar aquí todo el matrilinaje que traen los poemas, sin embargo, quiero destacar una figura central de este küpan: la Malinche o “Malincha”. Es evidente la reciprocidad con Marina, la madre de la voz poética, a la vez que la misma sujeto de los poemas es también la Malinche: “malinche me llamaron” (Parias zugun). Esta mujer ancestral del pueblo nahua es el presagio principal de la tragedia que proclama la hablante lírica. Recordemos que la Malinche es parte de una antigua práctica patriarcal, el tráfico de mujeres, ya que es obsequiada por hombres indígenas, junto a otras veinte mujeres, a Hernán Cortés para que las tenga a su servicio. Luego Cortés le cede la Malinche al capitán Juan Jaramillo, para que se case con ella.

La alianza que la sujeto de Parias zugun establece con la Malinche es significativa en a lo menos dos sentidos. El primero es el que he mencionado y el segundo, se refiere a que, a partir de este tráfico, la historia oficial que trasciende es una Malinche que traiciona a su pueblo, lo que habría facilitado la colonización en América Latina, especialmente en México. A partir de aquí, el poemario revela la violencia de un umbral histórico que inaugura la ascendencia paria de la sujeto de los poemas a través de lo que se podría decir, es metáfora de una desgracia –de una vergüenza– ancestral que proviene de su cuerpo colonizado:


Malinche le dijeron
la maldijeron Malinche
la mujer lengua
la maíz lengua
la vi
arder y las vi a todas
llagas vivas
las lenguas hechiceras
las lenguas hechizadas
las vi arder
[…]
tú la desterrada
en su propia cavidad
sin nombre
[…]
dime
¿dónde irás a esconder tu vergüenza?

(De Parias zugun, Lom Ediciones)


Sin embargo, partiendo de esta latencia de la Malinche en el presente, la voz poética se asume como parte de una historia, de una memoria que aparece en los intervalos, en las interrupciones a la historia contada por las narrativas dominantes. La sujeto es a la vez la hija de la “traidora” y la “traidora misma” (la hija de la “Chingada” y la “Chingada” misma), esto es, se ha hecho cómplice de la Malinche abriendo una desestabilización en la “verdad histórica”. Aquí la hablante comienza el trayecto ético de su desarraigo y de su palabra paria a través de la potencia de un origen repudiado: “qué hechizo me ultrajó el decir dime tú, Malincha” (Parias zugun). A partir de este umbral en que su palabra fue violada, el mapudungun irrumpe como una carencia y como un desvelo y, por lo mismo, como un deseo amoroso que se manifiesta a través del pewma, de la memoria, de visiones o presagios:


–me vi danzando entre cenizas
ulmos lahuales pewen del cielo–

y así
te vi mi lengua
relampagueando
medusa en paine celo

ardiendo
mi lengua, ardiendo
dentro de mi
la vi

tupu
vibrante
en el pezón abierto y henchido del mundo
árbol
que nació para ser besado

. . . . . . . (De Parias zugun, Lom Ediciones)


El tejido entre la comunidad electiva de la sujeto poética y el vibrante mapudungun que le retorna, configuran el ritual de recuperación de su propia alteridad. Desde este breve diálogo que ahora mantengo con su poesía, vuelvo a sentir que la voz poética de Adriana Pinda es fundamental. Me parece que su escritura es ineludible no solo dentro del campo cultural mapuche, sino también dentro de la producción artística que se desarrolla en Chile. Sus lenguas impropias, sus parias zungun, tienen su pulsión en una interpelación que va en contra de la violencia, razón por la que su palabra, su experiencia, su saber y su deseo buscan y encuentran en las grietas de la historia mapuche, chilena y latinoamericana. Su palabra y sus poemas habitan en un territorio fronterizo de los afectos y de las culturas donde la energía de la revuelta de su experiencia, es también política y ética, porque es el lugar de la dignidad de su “vergüenza” (“la vergüenza de ser esta y no la otra”). Además, esto que acabo de decir va más allá de su propuesta artística (su poesía y su canto poético), quiero decir que también envuelve otras formas de su escritura como lo son sus ensayos y trabajos académicos, entre otros.

Su lengua paria –que es su lengua poética– gestiona su propio lugar para habitar y en el cual vive una lengua en “estado hipnótico” como nos advierte en su potente texto que abre el poemario Üi y que cito más arriba. En él, la poeta responde a la pregunta que le han hecho de por qué escribe: “Por qué escribo, se me ha preguntado, y los truenos caen como montañas; escribo porque tal vez es cierto que tengo dos corazones…”. En esta habla champurria –y no por eso menos mapuche o, mejor dicho, champurria, por eso mapuche–, la poeta despliega la dignificación de su “vergüenza”. La poeta insiste en esto, por ejemplo, a través de otras adjetivaciones de su palabra, las que de igual forma interrumpen el régimen lingüístico tal como lo hace su lengua paria: lengua enloquecida, lengua huacha, lengua demonio y lengua errante, entre otras.

Así, me parece, que el tuwün y el küpalme de los poemas de Adriana Pinda abren una palabra que reflexiona alrededor de la individualidad que se quiere ser y la comunidad que se quiere construir y a la cual pertenecer. Una palabra que no está fuera de la historia, pero que tampoco la habita en su continuidad, sino en sus intervalos: es ahí, para la poeta, donde crece una fuerza creativa.

 

 

 

 

Muestra poética

entonces
la vi
ardiendo dentro de mí una vez más
la lengua
sus incontenibles
pétalos de plata
abriéndose
miel ajenjo escozor proscrito
desentrañando
el silabeante
éxtasis perdido
el soplo . . . . neyen
rajadura de leche parturienta
llama
la lengua
ardiéndose
y lamiendo
fatua
las espesuras malignas del mundo

 

 

Matriarcado
de lenguas
en que vine

para que ustedes
vibren
dentro de mi

mis vivas todas
las que ya partieron
cantan

Yolanda Marina Mónica Doralisa Filipa Kallfullanka Wangülen
–vi los códices arder–

y las que ahora vienen cabalgando en las grescas habitadas de la sangre
habitadas de espanto
brujo espanto weküfe espanto lengua
por celestiales delirios por cadenciosas culpas . . . . por amor
küyen kallfumalen lemunantü

 

 

Comadrona es mi lengua, meretriz
– “Bendita mi lengua sea”–
Lucila,
mi lengua
carnal
desata los nudos ciegos de la sangre
mi lengua
quise
en cada sorbo de mí
como un látigo que echa flores
mas no te tuve sino la otra
que desgaja luna febril entre los dedos
sin fulgores
rota y extraviada

Cómo anhela mi sangre
la miel
sedienta y temerosa de la vara
con que se tensan
los arcos
defiéndeme
de mí
/la ajena/

si por la rotura de tu pulpa
no ha de brotar foye sino hiel
la de animales mansos y tardíos

 

 

Mercedes Millapán la del útero
anhelante
y encendido
como corteza de luciérnagas
la de almidonados
pechos
que susurran como niñas intocables
llagó y pulpó
Mercedes
en la raíz
durmiente
de todas sus nostalgias
trapial del puelche
kollam y Quelwe
arrejuntaos y lambíos
En la miel de su preñez

 

 

Águila
que no amansa el viento
muerde
en Wichawe la última pepa de su negrura. Al
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .[otro lado
de las aguas
empluma la mañana nuestra sangre rota.
“La tierra –dice– no alcanza a colmar la urgencia
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .[de la mano”
de una calle a otra
ñuke alen desmigaja
el pan sombrío para sus jijas
la Quinta Normal
amasa flores y canelos
en espera del último tren de carga.
el Bío-Bío
muerde
también
su cándida amalgama de peñasco delirio y
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .[abandono

ah, Bío-Bío
resuella el mundo a tu azul crin
Pilmaiquen
se escuchan tus shumpall
llorar
te vuelcas
amada
ríos riscos raudos
desnudos y desnudas
en el ojo primordial y latente del mundo
ampollada
las memorias
ultrajadas
por tanta y tanta palabra
sin aliento
Bío-Bío te llaman los cóndores
Bío-Bío
fuego fuego del tayil del Kallaki
agua
agua
agua
ko mvley ko
la tierra no alcanza a calmar la urgencia de la boca
ay ay ay ñuke yem chaw yem
nielay mapu nielay
¿se acabará la tierra madre?
te pregunto
¿se acabará el agua madre?
“que el río
hablará por tu frente
entonces
alumbrará su estrella del amanecer
que hable
aliento aliento
respire
y marque”

 

 

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