Llamadas telefónicas con Gonzalo Rojas (1917 - 2011)
Por Augusto Rodríguez
Gonzalo, poeta, amigo, te seguiré llamando por teléfono y seguiré escuchando tu voz. Tu voz que viajaba desde el otro lado del teléfono por el alambre de la poesía. De esos poemas que hemos leído siempre como si vinieran de otro lado, de otro mundo. Las palabras en ti tomaban otro ritmo, otra respiración, otro verbo. Creabas nuevas palabras al hablar y al escribir dejabas rastros de luz, pero sobre todo nos decías algo del más allá, del cielo, de las nubes y de eso que está escrito en las estrellas.
Cuando viajé a Santiago de Chile e iba al Sur a verte, viniste a Santiago y nos cruzamos. O como tus deseos de venir a leer con nosotros (tus amigos, tus lectores) a nuestro cálido Guayaquil. El clima te vendría bien, según tú. Pero de último momento te enfermaste. Ya nada importa. Pero me quedo con las conversaciones y los diálogos abiertos. No tuve la suerte de conocerte pero quedo con tus palabras del otro lado del telefóno. Sé que seguirás hablando con tu única voz, a borbotones, a disparos, con la velocidad del lenguaje y de la rabia.
A ratos pienso que las palabras se nos van acabando y que los verdaderos y últimos poetas se van muriendo y vamos quedando los mortales. Los otros. Los ocultos. Los iniciados. Los que esconden cenizas y tienen sucias las manos. En un tiempo actual de terroristas, beatos, tsunamis, terremotos, mineros, talk shows, bodas reales y donde los poetas sólo piensan en premios, marketing, antologías, residencias, ministerios, dinero, mujeres, entrevistas, etc., y se olvidan de escribir el poema sencillo y cotidiano de todos los días que nos aliente, nos descifre y nos una como humanos…
Te seguiré llamando Gonzalo, poeta, amigo. Seguramente tu teléfono sonará ocupado, ocupado, ocupado. ¿Estás hablando con todos nuestros muertos? ¿Eres aire? ¿Estrella? ¿Fuego? Sólo sé que respiraremos tu oxígeno.