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Entrevista a Sergio Román Armendáriz

Por Augusto Rodríguez

 

Sergio Román Armendáriz (Guayaquil. Ecuador, 1934). De 1951 a 1962, frecuentó las ciencias sociales (Universidad de Guayaquil), la política revolucionaria en el Ecuador (URJE) y la poética modernista (Club 7, con Carlos Benavides, Ileana Espinel, Gastón Hidalgo y David Ledesma). De 1975 a 1979, estudió artes escénicas y fílmicas en México, praxis que aplicó en sus cursos de producción escrita y audiovisual en la Universidad de Costa Rica. “Cuaderno de canciones” y “Arte de amar” fueron su aporte a la lírica parnasiano-simbolista (1959 y 1960). “Función para butacas” fue su aporte al teatro experimental (1973). El guión del largometraje ecuatoriano-mexicano “Nuestro Juramento” acerca de la vida y las canciones de Julio Jaramillo fue su aporte al cine para públicos amplios (1980). Sus 67 artículos incluidos en la Página 15 de “La Nación” de Costa Rica fueron su aporte al prosema, un periodismo encabalgado con la literatura (1985-1995). Para agencias internacionales, SR ha servido algunas consultorías de signo temporal en el área de la comunicación, faena que lo retornó otra vez a sus primeras ciencias sociales. En www.sergioroman.com está resumiendo, hoy, sus experiencias pedagógicas por medio de bitácoras.

- Sergio, ¿cuándo y por qué empiezas a escribir poesía?
- Al igual que en el fútbol callejero después de mis fintas de mozalbete con la pelota de trapo, pretendí empezar,  en 1951, durante el curso final de mi bachillerato en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte deseando resumir, en versos, las lecciones que sobre los presocráticos nos obsequió el Dr. Manuel de J. Real en su cátedra de Introducción a la Filosofía, e intentándolo al amparo de las lecciones de Literatura Universal con las cuales el Mtro. J.J. Pino de Ycaza (miembro menor de la Generación Decapitada quien conservó su cabeza mucho tiempo), nos aproximó al simbolismo y al parnasianismo decimonónicos recitándonos en francés a los líderes de esos movimientos, sobre todo, al trío vertebral: Baudelaire, Rimbaud y Verlaine, y traduciéndolos de inmediato al español, y comentándolos. Así aprendí a oxigenarme dentro de una caldera siempre a punto de explotar. Sin embargo, la iluminación se dio a mediados de ese período cuando conocí al también estudiante David Ledesma Vázquez (ambos procedentes de 1934), en la imprenta del establecimiento, como referiré en párrafos posteriores. Pero, quizá, cultivé mi curiosidad  (luego adicción y hoy, esquema del vivir-morir) desde el primer grado de primaria. Comento. A mis seis años apenas cumplidos (1940), sin ningún aderezo previo porque aún eran desconocidos los jardines de infantes, inicié mi educación en el Cristóbal Colón, colegio salesiano ubicado allá por los antiguos astilleros. Siempre las palabras impresas y sus sonidos me llamaron la atención (y el sabor agridulce de algún fruto breve) y el aroma de los libros y de los cuadernos nuevos. Iba cuantas veces podía a la prefectura en donde vendían los útiles escolares, sólo a respirar ese ambiente. Aún, hoy, además de la computadora, uso lápices más que bolígrafos, saudade de la infancia. Y me encantan las negras pizarras de madera para dejar correr allí trazos de tiza blanca. (Aún persigo grosellas lejanas, semillitas…). “Semillitas” (metáfora de su función) fue el texto de ese primer grado básico. Aún lo recuerdo. Era más ancho que alto, formato apaisado y lucía figuras inocentes, letras, sílabas, vocablos. Su textura gruesa y áspera quiero adivinarla todavía pegada a mis dedos que de tanto recorrer sus hojas volvieron irreconocible el límite en donde ellas terminaban y comenzaba yo. Pero no sólo rememoro el libro. Recuerdo en la página 34: “Con el canto de los gallos / el labriego despertó…” imagen que tres lustros después encontré transustanciada en el  “Romance de la pena negra“   de  Lorca: “La piqueta de los gallos / cava buscando la aurora…”. Así empezó mi amorosa lid con y contra las voces sueltas o trenzadas en párrafos y en escenas. Sin embargo, la epifanía se produjo en la imprenta del Colegio Vicente Rocafuerte, en 1951, en medio de la fragancia de tintas de diversa especie y del ruido de los primeros linotipos y las charlas con los últimos y viejos obreros socialistas descendientes de los sucesos del 15 de noviembre de 1922 (fecha del bautizo con sangre de la clase obrera del Ecuador) allí, en ese clima premonitorio nos conocimos David Ledesma y yo, ambos provenientes de 1934 y comprometidos en ese lugar y hora con la confección de la sección literaria del periódico juvenil “Nosotros” y con algunas ideas parecidas a las grosellas rojas. Otra coincidencia significativa. De ese instante se precipitó una ola cotidiana poética política que todavía encrespada continúa fluyendo entre 1951 y 1962 y hoy, 2010,  porque,  aunque ese reloj y ese paisaje  ya pertenezcan a nuestra historia criolla, frente a las imprecisiones filtradas quién sabe cómo, por Internet, la red de redes, no me queda más remedio que aventurar mi versión de testigo y coprotagonista, uno de los pocos sobrevivientes que aún navega con la pluma  en su odisea mínima. En esa tarea estoy. Concluyo. Hay algo que se puede descifrar en la génesis de toda vocación creativa y crítica y, agrego, hay mucho de “duende”, indescifrable, según Lorca. Talvez, una dosis de azar y otra de misterio. Y una severa y tenaz disciplina para domesticar el lenguaje que, por naturaleza, es indómito e inasible, agua que se escurre entre los dedos. Ira pura.  

- ¿Qué poetas son tus referentes y cuáles son tus autores de cabecera?
- Prefiero hablar de “los poemas que impactaron mi ánima”, más que de poetas. Y la impactaron porque de súbito asomaron mi mortalidad, a la eternidad, fugazmente. Con esta premisa espigaré, al pairo, siete referencias:
 
I.-  “Abedules” de Robert Frost, aplica la metamorfosis del espacio gracias a la transfiguración retórica de la realidad externa e íntima, pues se disfruta y se padece soñando que es un niño quien mueve los ciclópeos árboles en las crueles noches del invierno septentrional, y no las tempestades, precipitando hacia el suelo del bosque y tapizándolo con un cobertor de hielo despedazado que semeja la infinita cúpula de cristal de los cielos.

II.-  “Ítaca” de Konstantin Kavafis,  merodea por el instante fugitivo y por el sintagma prisionero dentro del tono conversacional sin la prisa de conquistar ninguna parte cantando de manera parecida a la tonada de Vicente Fernández cuando nos empinamos algunos tragos (pues aún yo me los tomo con prudencia): “Más que llegar primero, hay que saber llegar”, astucia humanísima de Ulises superior a la furia del único ojo del semidiós Polifemo.

III.-  “La canción de la vida profunda” de Porfirio Barba-Jacob, resume la aspiración a la destreza escritural pues en seis cuartetos capta y proyecta seis estados de ánimo, cada uno coronado con una doble señal de la cruz de venablos esdrújulos que se curvan y terminan aleteando a los pies de Nuestra Señora la Muerte, motivo de la séptima y última estrofa de ese bajorrelieve lírico.

IV.-  Vicente Huidobro exhorta en su “Arte Poética”, al lirida, “pequeño dios” lo llama, para que en vez de exaltar la gracia efímera de la rosa, la haga florecer en cada línea mientras juega al “Ajedrez” con ese J. L. Borges matemático, el del adjetivo exacto y certero de ese inimitable binomio de sonetos suyos “con jugadores en rincones graves y con reyes postreros, torres homéricas y peones ladinos …” para concluir extendiendo la guerra del universo al multiverso y -de él- al aleph anterior al bing-bang. De allí, la pregunta conclusiva e iniciática: “¿Qué Dios detrás de dios la trama empieza de sueños y agonías…?”.

V.-  Anónimo, aquel rito oriental que impregna, del odiar y del amar, el mismo elemento modificado apenas por el arribo de alguien a quien, aunque se extraña, ya no se espera: “Odio la lluvia porque roba las flores del jardín… pero tú llegaste, y amé la lluvia cuando te quitaste la túnica empapada.” Es la sugerencia, fuego del arte. Es el macho preparando con un cuchillo alargado una ensalada de frutas cromáticas y fragantes que llaman macedonia, mientras la hembra semivestida o mediodesnuda desde el alféizar sonriente lo contempla en la cinta “9 semanas y media”, de tal modo que no se necesita babosear el coito obvio con sus jadeos y sus majaderías. La ensalada es la cópula. ¡Basta!

En fin, resonancias del símbolo y del parnaso de cuyo lampo dual y único, nunca he deseado huir.

- Sé que fuiste Miembro-fundador del Club 7 de Poesía ¿Cómo nació Club 7? ¿Quiénes realmente eran? ¿Qué recuerdos tienes de esa época?
- Con practicismo y desenfado, cierta cifra de jóvenes en 1953 conformamos un equipo para compartir nuestro vino existencial y nuestro ego íntimo y nuestro pan social  (las tres sortijas del grupo) por medio de recitales radiofónicos y suplementos periodísticos y etcéteras afines. De allí el marbete: “Club 7” (1954). Pero dos amigos, cada uno por su cuenta y en distinto momento, antes de echar a volar la antología, decidieron separarse, uno, Miguel Donoso Pareja, para priorizar su narrativa, y el otro, Carlos Abadíe Silva, para priorizar su música. Quedamos cinco adictos al simbolismo y al parnasianismo. La concordancia aritmética exigía que nos llamemos “Club 5…” pero nuestra afición a la numerología y a la metáfora en donde 2 más 2 nunca dan 4, hizo que Carlos Benavides Vega, Gastón Hidalgo Ortega, Ileana Espinel Cedeño, David Ledesma Vázquez y este servidor, Sergio Román Armendáriz, decidiésemos mantener el número cabalístico.

En 1960 dimos a luz “Triángulo”,  David, Ileana y Sergio. (Gastón se había encerrado en su bohemia y Carlos en sus investigaciones históricas.)  Ahora, solitario sobreviviente, estoy afinando mis composiciones dispersas con un santo y seña que sea, a la vez, pragmático y hedónico y ético: “Uno del Club 7”.La unidad de estilo exige también un sentido de serialidad desde la clave individual al conjunto. Y viceversa. Fascina la gradación: siete, cinco, tres, uno. ¡Nada!

- Sé que publicaste el libro Arte de amar, en Triángulo, en el año 1960, junto a David Ledesma Vázquez e Ileana Espinel Cedeño, ¿qué me puedes decir sobre esta publicación?
- “Arte de Amar” fue un poemario esculpido a fragmentos y en filigranas relampagueantes entre diversas cópulas con la misma pareja proletaria de entonces, ceremonial cumplido en modestos hoteles de paso y en una residencia de El Dorado capitalino y en un palomar de la porteña calle de Escobedo que alquilamos gran parte de 1959 mientras naufragábamos entre los sucesos contestatarios y sanguinarios del 2 y 3 de junio de ese año, y yo preparaba y obtenía mi licenciatura en Ciencias Sociales en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Guayaquil y, de paso, degustaba una 2da. Mención con mi “Cuaderno de Canciones” en el  1er. Concurso Nacional del diario “El Universo” cuyos tres premios epónimos, en su orden,  pertenecieron a Hugo Salazar Tamariz, César Dávila Andrade y Hugo Mayo. (Fue un honor para mis 25 años de edad caer vencido por maestros que, aunque me derrotaron, a la vuelta de las generaciones y en secreto, siento que el máximo laurel también es mío. Y es del Club 7. Un par de semestres antes, David me había precedido con su “Gris”, 2da. Mención en el Concurso Internacional de la revista “Lírica Hispana”, Caracas. 1958.) A igual estación pertenecen y son de parecidas circunstancias “Cuaderno de Canciones” y “Arte de Amar” que ostentan idéntica factura estilístico-ideológica. En el “Cuaderno…”, 27 estrofas de siete versos cada una, signadas con las letras progresivas del abecedario. En “Arte…”, 13 estrofas, ídem, marcadas con progresivos números. En conjunto, una liturgia clásica de introducción y desarrollo y desenlace, en cada cuerpo y en los dos reunidos. El poder del amor total vence lo imposible cuando “el hijo nos sorprende como el final de un viaje”. He aquí el tema. Sólo los diferencian las 27 musas del “Cuaderno…” frente a la única de mi “Arte de Amar”. Y los epígrafes de diversa estirpe. La amistad une lo que el oficio separa, facilitando así la constitución automática de ese “Triángulo” pues antes de entendernos ya nos adivinábamos y, de ese modo, casi sin preámbulos, cada uno aportó un título gemelo en calidad pero  antípoda en timbre social, existencial e íntimo: “Diríase que canto” (Ileana), “Los días sucios” (David) y “Arte de Amar” (Sergio). Yo, sin presumir de dibujante que no lo soy, pero aficionado a la geometría desde la escuela, bosquejé unos triángulos en distintas posiciones rígidas, el de la portada general y el de las tres portadillas internas. La Casa de la Cultura del Guayas difundió el libro de inmediato. Eran otros tiempos.

- Has escrito teatro, cine y poesía ¿en cuál de estos géneros te sientes más cómodo y por qué?
-
Repito lo que todos sabemos. Poesía no es sólo acomodar filas fraternales y columnas dispersas, con rima o sin ella, o ensayar prosemas y otras rebeldías. La poesía es una manera de vivir. Y morir. Reza Gheorghiu acerca de la seda legítima que surge del sacrificio de ese mínimo ser que la produce pero que, al hacerlo, se extingue convertido en esos hilos fuertes y luminosos. Sin embargo, sentencia: “Mañana no habrá poesía en ninguna parte porque las fábricas de plástico y los aparatos que industrializan la imaginación, la habrán eliminado y sustituido” se lamenta el culpable de “La hora 25”, al clausurar su “Diario de un poeta” (París, 1949).

¿Exageración o verdad? Y, ¿el cine en estado puro no será el  vicario de la poesía? ¿No lo es, ya?  Tres ejemplos: “El regreso del padre pródigo” (Zvyagintsev, 2003), “Todo va bien” (Goddard, 1972),  “El séptimo sello” (Bergman, 1956).

De allí que no tenga que decidir entre géneros, sino entre tonos que corren de lo sublime a lo patético y de lo grotesco a lo maravilloso y de lo vecinal a lo didáctico atravesados por el eje del mal y del bien. A esta constelación de tonos aplicables a géneros en pugna, me gusta llamar “mirada intuitiva” que flota por encima del texto y del contexto. Y los matrimonia. Me siento cómodo cuando logro establecer esa mirada. En caso contrario, no.

- ¿Qué me puedes decir al respecto sobre tu propia poética?
- Asumo la poética a la manera de un intento de imbricar estilo e ideología, buscando que ésta sea, en sí, estilo, y, éste, en sí, sea, ideología, entendiendo por tal, lo que el texto predica del contexto, lo cual sintetizo en el siguiente albur: ¿Cómo se debe enfrentar o cortejar la vida-muerte (en lo existencial, en lo íntimo y en lo social). ¿Y cómo no se debe hacerlo? Con esta perspectiva, la ideología corresponde a la sustancia del mensaje y a su consistencia en cuanto a la carga significativa de realidad o de contexto que deja transparentar el texto por medio de la fantasía y la arquitectura de las formas que constituyen el estilo. De este modo, la Belleza con mayúscula, valor supremo de la Estética, poco tiene que ver con lo bonito o con lo agradable. Sólo tiene que ver con la intensidad del sismo heredero del caos siempre y cuando imponga, al fin, un logos, un orden. Esto conquista, verbigracia, David Ledesma Vázquez en “Los días sucios” (“Triángulo”, Guayaquil, Casa de la Cultura, 1960).  Gracias al espejo paralelo del cine, se enfatiza que la oscuridad debe iluminarse y el silencio debe provocarse en el laboratorio porque el registro fisiológico es diferente al registro fotográfico, y es diferente la captación por el magnetófono que por el oído. Si no se procede así el resultado será manchas en vez de oscuridad, y siseos en vez de silencio. Extendiendo este dato a la poética, debemos aceptar que el tratamiento de lo absurdo exige su propia lógica. Y el de la violencia, en la política, su propia serenidad. Así percibo mi canon, nunca un ser logrado, siempre un ser en trance o, mejor, un “ser” insatisfecho mutándose en un insatisfactorio “deber ser”. Siempre.
 
- Cuéntame sobre tu vida en Costa Rica, ¿a qué te dedicas? ¿Sigues escribiendo?
- Existencia discreta de profesor pensionado, familia grande a la que jugando llamo Román(tica). Acudo de repente a un grupo de aficionados al arte y atiendo consultas de gente joven por medio del correo electrónico aunque sólo sea un precarista de la tecnología. Ayudan a consumir mi escaso tiempo,  inevitables cuestiones de salud relacionadas con hiperplasias prostáticas, endodoncias y acúfenos, malestares propios de la edad, nada graves pero cabrones. Sí. Escribo cada día un trío de horas persiguiendo la rima de sueños y papeles reencontrados y dispersos por viajes y lecturas. En  punto, continúo intentando sobrevivir entre una mínima pero suficiente dignidad material y una -hasta donde pueda- máxima apetencia intelectual. 

- ¿Qué opinión tienes sobre la literatura ecuatoriana? ¿Qué autores recomendarías?
- Ser ecuatoriano es un orgullo pero en la bolsa de los valores internacionales, sufrimos una injusta depreciaciación. Asignatura pendiente es ajustar aspectos de imagen y mercadotecnia. Incluso, yo debo ponerme al día en literatura tan variada por medio de “blogs” y fuentes virtuales (esta misma “Buseta…”) donde fluyen información directa y saludable que los manuales y tratados tardarán en incorporar. Por eso, con esta apostilla, acotaré de manera indirecta la pregunta, anotando algunos títulos (de libros y acontecimientos) que balancearon mi madurez  sobre el columpio que une y separa el tramo final del bachillerato con el inicial tramo universitario, circunscritos ambos a ese Guayaquil de 1949  a 1953, en donde, medio millón de seres sesteábamos por el día entre la ría de poderosa agua dulce aún sin puentes y los esteros marineros del Barrio Garay o Puerto Liza, y titilábamos por las noches entre los cerritos de Santa Ana o la serpenteante calle colonial Numa Pompilio Llona y el Camal o la estación general de los tranvías eléctricos. Y los cito sin rango ni jerarquía conforme, en este momento, visitan mi memoria (por algo será):  I.- “El montubio ecuatoriano” de José de la Cuadra (ensayo literario-sociológico),  II.- “Las cruces sobre el agua”,  de Joaquín Gallegos Lara (novela de la vanguardia política),  III.- “La romanza de las horas” de Ernesto Noboa y Caamaño (poemas modernistas),  IV.- “Anhelo y pasión de la democracia ecuatoriana” del Dr. Alfredo Vera y Vera (tesis jurídico-política),  V.- “Charlas sobre materialismo histórico” del Dr. Manuel Agustín Aguirre y del Dr. Juan Isaac Lovato (introducción al marxismo)  y  “Charlas sobre materialismo y psicoanálisis (Marx y Freud) del Dr. Humberto Salvador (quien, además, me presentó en la antología del Club 7). VI.- “Dejad que muera el odio” de Tomás Pantaleón (poemas),  VII.- “Túnel iluminado” de Pedro Jorge Vera (poemas), VIII.-  “Cuaderno de bitácora” de Rafael Díaz Ycaza (poemas), IX.-  “El teatro en su hogar” (dirigido por Enrique Wilford del Ruiz, en Radio El Telégrafo),  X.- “Se conocieron en Guayaquil” de Paco Villar (largometraje ficción),  XI.- “Comentarios del Momento” (revista de la populista Concentración de Fuerzas Populares, CFP, dirigida por el Dr. Carlos Guevara Moreno siendo su secretario el Dr. José Hanna Musse y su principal redactor el Prof. Luis Cornejo Gaete),  XII.- “Carnet de la emigrada” poema que su autor, César Andrade y Cordero, leyó en un recital de 1951 en la Casona, auditorio donde en otra ocasión un tratadista uruguayo, Óscar Valdovinos, presentó “La cuestión boliviana”, charla acerca de la revolución nacionalista de 1952, y donde Juan José Arévalo, expresidente de Guatemala denunció en 1953 los peligros que afligían a la revolución nacionalista de 1944. Y,  XIII.- La gira de la compañía argentina de teatro “Francisco Petrone”, con “La muerte de un viajante” de Arthur Miller, en el “Olmedo” o en el “Parisiana”, en 1951, lo que derivó a nuestra secta hacia el original y a su traducción y adaptación radiofónicas y hacia la atenta vigilia y descubrimiento gozoso de la versión fílmica. Sin estos ingredientes creo que hubiese sido un abogado más en los tribunales del país, profesión que no me disgusta. Denuncié un tema para mi tesis doctoral “La Revolución como fuente de Derecho” que no fue aceptado y, luego “Del Juicio de Excepciones”, que sí lo fue, pero los acontecimientos se precipitaron y ahogaron este plan. 

- He escuchado en numerosas ocasiones de que supuestamente la poesía solo la leen y la consumen los mismos poetas, ¿crees que es así? ¿Cómo crear mecanismos para que la poesía llegue a otros sectores de la sociedad, pero sin que pierda su parte radical o subversiva?
- En lo táctico, debemos luchar por cimentar una comunidad real de aprendizaje y lectoescritura del español (en la costa) y del español-quichua (en la sierra). El bilingüismo con el inglés nos está matando. Está conduciéndonos al callejón sin salida de un bimudismo idiota y degenerado, un “spanglish” castrante.  Este pobre instrumental no alcanza a veces ni para babosear la simple aritmética de un titular del diario, menos para saborear la golosina algebraica del poema. De allí que se diga en broma y en veras: “Si me lees, te leo”, o “Esta procesión es sólo para obispos”. Debemos constituir ya una “Asociación Internacional de Usuarias y Usuarios del Idioma Español” que resista los embates y las ambigüedades de la Real Academia, asunto a desenvolver en otra oportunidad pero del cual tengo colocadas algunas bitácoras en mi página ‘web’. En lo estratégico,  propongo aplicar la técnica llamada “el otro lado de la luna” que hemos visto desplegada en la televisión cotidiana mostrándonos un vaso cuyo líquido cubre sólo la mitad. “- ¿Cómo llamarlo: vaso medio vacío o vaso medio lleno?” Depende de la perspectiva. Depende de lo que entendamos por poesía. Si entendemos por poesía sólo un conjunto de versitos diabéticos o rabiosos con hormigas y bebedizos, el público quedará  circunscrito al clan. Pero, si entendemos por poesía el rayo clásico en cuanto concentración, ritmo y sugerencia de la imagen en movimiento dentro de una extensa e intensa circulación e intercambio de medios y formatos desde los tradicionales hasta los tecnológicos, hoy, este arte disfruta de un público cada vez mayor desde el corto publicitario hasta el cine en tercera dimensión. Pero, en este caso, como tú señalas, corremos el riesgo de ganar extensión y perder radicalidad. Sin embargo, es un riesgo asumible que debe monitorearse y evaluarse constantemente. Anexo un estrambote certificando que cada vez es más palpable constatar que la poderosa mirada intuitiva del ser, del paisaje y de las cosas, está huyendo o emigrando (¿para siempre?) de los folletos de líneas rimadas o sin rima para hospedarse en espacios  y en tiempos sociales, íntimos y existenciales más perturbadores y pentagrámicos. Acaso a Gheorghiu le asista en parte la razón cuando afirma que “mañana no habrá poetas ni en París ni en ninguna parte”. Pero el autor rumano falla cuando identifica la extinción del “gen-poeta físico” con la desaparición del “gen-esencia de la poesía”. Mañana no habrá ni poemas convencionales ni de vanguardia. Es cierto, acaso. Pero habrá cine en estado puro.

-¿Actualmente en qué proyectos literarios estás?
- Estoy pastoreando tres procesos simultáneos: “Guayaquil, fuego sin tregua”,  paisaje político y poético y cotidiano de nuestra ciudad en el lapso 1951-1962. El otro es un trabajo sobre los escenarios josefinos, también adelantado en mi web, cuyo apellido provisional es larguísimo: “Desmemorias o casi-olvidos de un ocioso espectador de teatro en Costa Rica (desde 1962)”. El tercero es la recopilación de mi quehacer lírico, por dicha breve que publicaré con el único grafito factible: “Uno del Club 7”. Dejaré sueltos en la red, mis apuntes pedagógicos atinentes a teatro, literatura y cine. Cuando los concluya, calculo unos 17 meses, espero que aún tenga oxígeno para agarrar una mochila y una tarjeta “Visa” y darme una vuelta por todo el Ecuador embarcado en tu (o en nuestra)  “Buseta de papel”.  Y de la vida.

 

Balada para una tarjeta postal

Saltan fosfóricos peces
en el sueño nos unimos a veces
entonces recuerdo tu cintura
que aprendió la lección de las frutas
y mi boca te busca
aunque ya no me beses.
De la puerta cerrada
nadie tuvo la culpa:
acaso no fue nada.
O acaso fue la lucha.
O el exilio. O los meses.

 

La nube en el calabozo

Amiga
vamos al surco que es hora de la siembra:
enterremos la raíz de la risa
y olvidemos afuera la rosa de la pena.

Amiga
vamos al río que es hora de la pesca:
enterremos la red de la alegría
y olvidemos afuera el pez de la tristeza.

Amiga
vamos al sueño es hora de la niebla:
enterremos nuestras manos unidas
y la nave del llanto olvidemos afuera.

Porque es hora del amor amiga mía
porque es hora del pueblo y su contienda:
enterremos las viejas agonías
y encendamos las esperanzas nuevas.

 

Biografía del puerto

Fantasma de ojos rubios. Tu melena de muelles
despeina el huracán sonámbulo.
Tus callejones ebrios se tuercen en vaivenes.
La lluvia te borra con sus piernas de charco.
Un collar de faroles apenas te dibuja.
Y con el humo azul te saludan los barcos.
Naciste como el viento capitán. Y las algas.
En la geometría tremenda del océano.
Desde entonces derramas tus caminos salobres.
Capturas los últimos luceros atrasados.
Recoges la filuda bufanda de la niebla
Y todas las agujas opacas del cansancio.
En tu clima puntual de evasión y abandono
el adiós siempre empina sus cuadernos amargos.

 

 

 

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Entrevista a Sergio Román Armendáriz.
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