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Armando Roa Vial:
Escribir es indisociable de traducir

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 12 de Septiembre de 2010

 
 Un encuentro con Armando Roa (Santiago, 1966), hijo del destacado psiquiatra y ensayista del mismo nombre, desmiente en cinco minutos la imagen adusta, grave y hasta amarga que proyectan sus elegías y monólogos de ultratumba, sobre todo los de su primera época; aquella de -los títulos lo dicen todo- El apocalipsis de las palabras/La dicha de enmudecer , Zarabanda de la muerte oscura y Estancias en homenaje a Gregorio Samsa .

Roa, por el contrario, es afable y vivaz. Un sentido del humor carnavalesco, aunque perturbador -como la pintura de Ensor que ilustra la portada de sus Ejercicios de filiación - infiltra su obra desde Fundación mítica del Reino de Chile (2002), y se convierte en autoironía en Los hipocondríacos no se mueren de miedo (2005). Tema éste del que el autor sabe mucho. "Soy hipocondríaco vitalicio e irremediable. Los hipocondríacos siempre estamos leyendo de medicina y medicamentos. Y es que la enfermedad la tomamos muy en serio, salvo cuando viene de verdad. Es nuestro cuento del lobo", asegura.

Esta hipersensibilidad, sin embargo, no ha minado su extraordinaria capacidad de trabajo. Solamente sus libros de poesía -reunidos ahora en una edición definitiva- superan las 300 páginas y aun así ha encontrado el tiempo para traducir a 36 poetas de habla inglesa y el Beowulf completo junto a otros poemas medievales.

-¿Cómo logras publicar tres libros en un año, en tres editoriales distintas?
-Fue una coincidencia que no dependió de mí sino de los cronogramas de las editoriales. Son parte de un trabajo que he venido haciendo los últimos cuatro años en orden a revisar, reescribir y ampliar trabajos anteriores.

-Dices en la nota preliminar del "Beowulf": "Traducir es, para mí, un ejercicio de reescritura". ¿Qué aprendes de él?
-Escribir es indisociable de traducir. La traducción es una apuesta reescritural que ve en todo texto un universo abierto y no algo cerrado y conclusivo. Es, también, la posibilidad del poema colectivo, a muchas manos, jugando a la polifonía y al disfraz en la voz de otro, rompiendo la figura sacerdotal del autor como entidad única y excluyente.

"El poema es una partitura"

-¿La traducción es, como sugieren algunos, un ejercicio de interpretación?
-Es que en la traducción, como en la música, el poema es una partitura, y contrariamente a lo que se suele creer, la partitura es sólo un punto de partida, con muchos elementos provisionales que deben ser completados por el intérprete en un ejercicio aproximativo cuya libertad es muy diversa. Eso hace que, por ejemplo, una misma sonata de Beethoven pueda sonar muy distinta en manos de pianistas diferentes. O que la canción "All Along the Watchtower", de Bob Dylan, sea un universo distinto y nuevo en manos de Jimi Hendrix.

-En "Covers", desde el título, haces un vínculo entre poesía y música. ¿Qué las acerca? ¿Qué las separa?
-Las une la vocación de darle un pulso y una geometría sonora al tiempo; las separa el que la palabra, como diría George Steiner, debe mantener un "contrato con el mundo" por la vía de la referencialidad y el significado.

-¿Cómo te acercas a la música en tu propia poesía?
-Trato de mantener ese vínculo por la vía de la prosodia aliterativa y acentual y de la utilización de ciertas estructuras contrapuntísticas tomadas de las formas clásicas de la música. Es una búsqueda que nace del amor incondicional por la música.

-¿Nació simultáneamente con tu interés por la literatura?
-Fue mucho más temprano. Empezó con una obra de Ravel, "Mi madre la oca", inspirada en cuentos infantiles. Mi madre escuchaba música todo el día. La pasión por el inglés también tiene un origen musical: estudiarlo era una forma de entender lo que decían Los Beatles. Sin ellos a lo mejor no me habría interesado aprenderlo.

-A tu juicio, ¿quiénes en Chile son los poetas que mejor han tocado esta cuerda?
-Yo diría que en poesía Eduardo Anguita; en narrativa, Carlos Droguett, un extraordinario sinfonista de la prosa. Adolfo Couve es uno de los más grandes músicos de cámara.

-¿Hubieras querido ser músico?
-Sí, un músico de blues. Gracias a mis hijas, que me obligaron a "sacarlos" en guitarra, he redescubierto a dos extraordinarios poetas del blues: John Lee Hooker y Keith Richards. De hecho, el próximo libro que estoy escribiendo se llama "Shakespearean blues", en el que juego con textos de Shakespeare y estructuras musicales tomadas de los Rolling Stones. Keith Richards es un gran lector, tiene una biblioteca enorme en Connecticut y sus temas están llenos de alusiones literarias. Revisar las letras de los Stones, redescubrir la riqueza del blues, que es la base del rock, es una experiencia gozosa.

-¿Cuáles son los vínculos entre los 36 poetas elegidos en "Covers"?
-Es una muestra muy heterogénea, pero te diría que el elemento más común en todos es, parafraseando a Robert Lowell, que se obsesionaron con la escritura para darle aún más realidad a lo real, recuperando el estatuto referencial de la palabra en medio de un siglo como el XX donde buena parte del pensamiento se ha construido desde un cuestionamiento muy radical acerca del sentido mismo del lenguaje. Fueron, al mismo tiempo, figuras que rompieron las ataduras de los cánones sin dejarse domesticar por los mandarines de la crítica o la academia.

-¿Sientes mayor afinidad con Basil Bunting que con los demás?
-Bunting me gusta porque jamás se sintió instalado en ninguna estética ni en ninguna fórmula. Era un lobo estepario, y ya en la primera mitad del siglo XX miraba con mucha desconfianza la profesionalización creciente de la poesía. No por nada su referente era Villon y quiso emularlo al desechar el mundillo literario y reemplazarlo por el pilotaje de aviones de la RAF durante la Segunda Guerra Mundial.

-En "Notas personales a la literatura chilena" está el canon: Parra, Juan Luis Martínez, Neruda y Pezoa Véliz. ¿Qué hacen junto a ellos José Edwards y una nota a una tumba del patio 29?
-Es que no creo en otro canon que en las propias afinidades literarias, que son siempre electivas. José Edwards es un cuentista muy notable, injustamente olvidado, que indagó de manera maravillosa en un tema que me interesa mucho: la resurrección del cuerpo. Lo del patio 29 es un homenaje al sacrificio anónimo y solitario.

-¿Por qué te interesa tanto la resurrección del cuerpo?
-Para volver a gozar las cosas buenas de la vida. Fue un tema que inquietó a la generación del 38, y que probablemente me llegó por mi padre. De hecho, cuando murió, Zurita habló de eso al recordarlo. La resurrección del cuerpo también obsesionaba a Anguita. Ellos lo asociaban a la concepción táctil de la materia propia del chileno. A mí siempre me ha inquietado la posibilidad de volver a encontrarse con la gente que uno quiso. Y con sus mismas apariencias físicas. La idea de volver a ser.

-"Si citas resucitas", dices en el poema "Thomas Hardy: Regret no more".
-Tal vez la manía por reescribir es otra forma de esta misma obsesión. Es darles nueva vida a frases que han quedado huérfanas. El texto nunca termina de decir lo que dice. Esas citas, esos intertextos, van pasando de autor en autor, un poco como la transmigración de las almas. Cuando juegas con ellas juegas con la memoria y con el tiempo. Pound llamó a eso la contemporaneidad de todas las voces.

-A propósito de la parte "Casa de citas", en el libro "Ejercicios de filiación", ¿qué separa a la cita del plagio?
-En el plagio con minúscula está la copia sin más, gratuita; en el plagio con mayúscula -pienso en Pound, Lautreamont o Shakespeare- hay una tentativa de resignificar, de aludir, de parodiar, dialogar o releer para resucitar lo ya dicho en otro contexto o bajo una perspectiva diferente. La escritura es una de las formas de la lectura, la lectura plural, concertada en un mosaico de voces. No hay nada más supersticioso que la creencia en la autoría única, virginal.

"Las tribus y las patotas me enferman"

-¿Has pensado en el lugar que tú ocupas en la poesía chilena actual? ¿No es algo solitario y marginal?
-Si toco el corazón de algún lector despistado, con eso me basta y me sobra. No apuesto a ningún otro lugar. Las tribus y las patotas me enferman: veo en ellas fatuidad, aspiracionalidades encubiertas y muchísima mediocridad. Como dijo Diego Maquieira: la poesía debe ser una viña, no una feria.

-Pero imagino que hay poetas que te interesan, que ves como pares con quienes es posible un diálogo.
-Claro. Hay voces valiosas. Me gusta mucho el trabajo de Rafael Rubio, uno de los poetas con los que me siento más afín a pesar de que él usa formas más clásicas, propias del siglo de oro español. Me interesa también la poesía de Diego Maquieira, Tomás Harris, Manuel Silva Acevedo... Pero es odioso mencionar gente porque siempre se te queda alguien en el tintero.

-¿Por qué escribes, en "Fundación mítica del Reino de Chile", "Nada de fiestas pa(t)rias para la poesía chilena"?
-Celebrar supone un homenaje a algo ya instalado y yo siento que este es un país que todavía está por construirse. Los personajes que aparecen en Fundación mítica del Reino de Chile son teólogos, cronistas coloniales o poetas, justamente las personas que han indagado con mayor profundidad en la identidad de lo chileno. El libro surgió en un momento de soledad, como una respuesta al vacío, la frivolidad, la chabacanería y la pirotecnia del Chile actual. Fue una suerte de descenso al Hades para dialogar con la generación de mi padre: Mario Góngora, Clarence Finlayson, Eduardo Anguita. Fieles a sí mismos, con una gran honestidad intelectual, ellos buscaron la identidad de Chile y ayudaron a fundar su imagen.

-Vuelves a mencionar a tu padre. ¿Qué representa para ti su figura? ¿Qué sientes al llevar su mismo nombre?
-Siento amor, gratitud y admiración. El llevar su nombre me llena de orgullo y sólo siento la responsabilidad de tratar de ser con mis hijas un padre tan bueno como mi padre lo fue conmigo.

-La muerte, el ubi sunt , "la voracidad destructora del tiempo". ¿Cómo llegan a tu poesía?
-Nacen de experiencias personales: siento que en esos tópicos se juega el sentido de todo, que vivimos siempre en la cuerda floja, de cara al abismo, y que sin conciencia en la fragilidad de la vida no brindaríamos a los afectos el relieve y la urgencia que realmente se merecen.

 Héroes y dragones del "Beowulf"

Armando Roa es el segundo chileno que traduce el Beowulf completo. El primero fue el profesor Orestes Vera Pérez. Su versión en prosa fue publicada en España por la editorial Aguilar, el año 1959.

Roa tradujo este sobrecogedor poema épico -uno de los primeros que se divulgaron en la Europa medieval- desde el anglosajón y desde las más autorizadas versiones al inglés moderno, considerando también los trabajos en español de Orestes Vera y de Luis y Jesús Lerate, para Alianza Editorial.

Fervoroso lector de las antiguas literaturas germánicas, Jorge Luis Borges tradujo algunos fragmentos de esta gesta que se ha conservado gracias a un manuscrito del siglo XI.

"Me interesaba en el poema la estética de la ética heroica", dice Armando Roa. "El poeta anglosajón, el scop , era un cronista cuya función era revivir constantemente la memoria de la tribu. Cuando ves el conjunto de esta poesía hay una enorme añoranza respecto a lo perdido, la caducidad de las cosas y la urgencia de darle plenitud a la vida. Hay una cosa melancólica, sentenciosa, reflexiva, que siempre me ha llamado la atención. Los vikingos, definitivamente, no eran unos bárbaros".

 

 

 

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