La hija del carnicero de Vanessa Martínez
Por Augusto Rodríguez
Guayaquil, Ecuador, marzo 2008
Siempre he creído que la poesía peruana ha gozado y goza de buena salud. Y entre las voces más maduras de las poetas del hermano país vecino podría destacar a Carmen Ollé (Lima, 1947) y a Blanca Varela (Lima, 1926). Sobre todo sigo muy atentamente la obra poética de Varela con su tono sincero, áspero, punzante y duro. Menciono esto porque inevitablemente a leer la poesía de Vanessa Martínez (Lima, 1979) creo hallar algunas líneas en común, coordenadas o hasta temas comunes, pero sin duda, la obra poética de Martínez sigue y seguirá sus propios derroteros.
Leo y releo su ópera prima La hija del Carnicero (Editorial Zignos, Lima, 2007) y cada vez entro en peligro, ya que las palabras ensordecen, se quiebran, vuelan como insectos deformados por el constante trabajo de su autora por extirparlas y por tratar de que las palabras como pequeñas serpientes expulsen el veneno oscuro/ el cuchillo de su interior a nuestros ojos y oídos de lectores. La poesía de esta autora va directo al cuerpo, quita el aliento, no da tregua, se deposita en los párpados y se mantiene entre la locura y la rabia. Es un tipo de poesía desenfadada, que pretende no seguir el curso normal para adelante, según los indicadores; sino que le interesa ir en retroceso, volar, ir para los lados.
En La hija del Carnicero nos enfrentamos a un discurso inclinado al amor y a las dolorosas relaciones de parejas desde una total libertad. Su poesía es el espacio para la trasgresión, para la búsqueda de sentidos y de nuevas sensaciones. La mejor droga para experimentar en el delirio, en otras órbitas o en total desenfado:
Soy feo y me haré una amputación para ti
con frases para testamento,
donde tú, niña,
tendrás que percibirte agradecida
por toda esta magra carne
que huye en las tenebrosidades
de mondongos,
alcohol
y olor a ceviche sazonado
por hambrientos feligreses
entre
las piernas de las putas.
regresaré a casa todo macho pincho frío,
en mi taciturna ebriedad,
a darte las buenas noches.
qué cosa te queda:
querías el título
y, total, ahora eres la importante,
la freak del músico
y del Rock and Roll,
baby,
no te olvides
el puto Rock and Roll
También vale notar que la poeta escribe y bordea en el erotismo con grandes dosis y con una fuerza descomunal que vale seguirle la pista y no perder sus huellas. Aquí el poema que da título al libro La hija del Carnicero:
No he podido profesar,
la luminaria y el silencio cómodo
de habitar feliz
y emplacebada en este piso machihembrado a pata calata,
he caminado como ganadora del Nóbel,
directo a la cocina,
donde tantas veces te guisé besos y
pedazos de senos.
no he dejado de sonreír
y apoyándome tambaleante
he visualizado tu magnífica fisonomía,
he localizado con mi índice trotamundos
en este atlas de cuerpo moldeado por ti,
el ancladero donde quisquillan efervescentes insectos.
y justo allí donde hallo el vértigo de tu amor,
me he estacionado,
he abierto la gaveta
y me he clavado el cuchillo,
para no olvidarme de esto.
Muy bien aquí cabe una reflexión de la poeta chilena Paz Molina (Santiago, 1945) para hablar de la poesía de Martínez: “El poema, así resuelto, viviente como un ser, podrá entonces percibirse y olerse cual una fruta. Ofrecerá también una forma lisa y bien pulida; suave y fibrosa ha de ser su carne fragante. El verso ha de sostener su propio aliento en concisión y densidad. Los amores y las perdidas luchas deben habilitar en él con pasión ceñida. Y aún la suma de inefables maldades podrá asomar entre verso y verso su cabeza múltiple. Existe un pulso de la experiencia, un ritmo interno y audible que se hace grávido en ciertos momentos de lucidez reflexiva y expresiva. Estos dos constantes de la percepción deben fijarse y fundirse en el poema con la fuerza amorosa de lo generador de vida”.
Con estas palabras quiero tratar de globalizar la poética de Vanessa Martínez, como se puede observar y leer en su poesía, sus constantes son el desenfado y la movilidad. No sólo quiere que el poema signifique, sino que quiere que haga y deshaga, rompa, cristalice, se movilice entre los dedos/ojos del lector para ponerlo contra un paredón imaginario:
Una infanta disfrazada de realidad,
corre a través de paisajes etéreos,
tal vez porque es libre,
tal vez porque está huyendo.
Los juguetes
-eróticos fetiches-
la esperan en casa
para derrocharse
y pernoctar en su tiempo infantil,
que se alimenta
de un sueño perverso.
¿entonces
de qué se avivan los sueños,
de alguien que sueña con ser nada?
la realidad es ella
y
ella
no existe:
se reinventa.
No es fácil hablar de la poética de esta autora, porque ella nos da ciertas pautas comunes y de ahí nos da el delirio. Entre la realidad y lo que podemos apreciar a ras de piel es una cosa, lo otro está en forma subterránea. Su poesía entra por los ojos y como un virus imperceptible destruye desde adentro, nervio, carne, sangre, cerebro, hígado y hueso y expulsa su tan mencionado veneno/cuchillos para oscurecernos/desangrarnos la existencia y partirnos en varías partículas que por desgracia nunca tendrán un mismo fin.