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El alcahuete de Onán de Fernando Artieda

Por Augusto Rodríguez

Si mi memoria no me falla al poeta Fernando Artieda (Guayaquil, Ecuador, 1945-2010) lo conocí en una lectura poética en el Centro Cultural Alemán en el año 2000, a mi regreso a Ecuador. No recuerdo la fecha o el día exacto pero lo que sí recuerdo es su impactante voz a la hora de leer su poesía. Por algo lo llamaban “El ronco de la poesía”. Posteriormente pude dialogar con él en muchas ocasiones en su hogar, en cafés, en tertulias de varias partes de la ciudad de Guayaquil. Siempre fue muy generoso y leyó su poesía con los integrantes del grupo cultural Buseta de papel; colectivo al que pertenezco. En él no había egos, poses, ni actitudes especiales o raras tan normales en nuestro medio literario ecuatoriano. El poeta Fernando Artieda publicó varios libros conocidos como Hombre solidario (1968), Safa cucaracha (1978), Julio Jaramillo: Romance de su destino (2002), Que un hombre macho no debe llorar (2006), El alcahuete de Onán, entre otros.
 
Cuando se habla de la poesía de Fernando Artieda se me vienen a la mente varias ideas. Su vinculación con el grupo Sicoseo en Guayaquil. Su intensa vida periodística en medios de comunicación del país. Sus lecturas antes las grandes multitudes. Su poesía popular que siempre dialogó con el pueblo que siempre lo leyó y lo celebró. Y por supuesto su aclamado y hermoso poema Pueblo, fantasma y clave de Jota Jota, poema al gran ícono de nuestra música, el cantante guayaquileño Julio Jaramillo. Pero yo creo que el gran poemario de Fernando Artieda es El alcahuete de Onán (2008). Este libro fue escrito varios años antes de su muerte, pero ya con una enfermedad lenta que lo iba carcomiendo de a poco. Nuestro poeta lo escribió con rapidez, con furia, con rabia. Sabía que el tiempo estaba en su contra. Ya no había tiempo que perder. Era todo o nada. Escribió sin excesos y con gran velocidad. Nombra, dice, ahonda en la herida, sacude, duele. Sabía que la muerte estaba sentada esperándolo en el living de su cuarto. La muerte ya estaba en sus venas. La muerte ya estaba en los orificios de su nariz. La muerte ya estaba palpitando en su corazón. La muerte ya estaba en su rodilla, en su mano, en su ojo, en su columna vertebral…

El mismo Artieda en la contraportada de este libro nos dice: Quizás este sea el último libro que publique. Una terrible enfermedad me está matando a pedazos y es presumible que el tiempo no me alcance para ejecutar otro texto poético. Seguiré escribiendo, eso sí, hasta el último día que el temblor de mis manos me lo permita, que la computadora me ayude, que mis hijos o mi mujer tenga paciencia para copiar o grabar lo que les dicte. Si esos versos tienen futuro de imprenta será culpa de otras decisiones (…) Aquí está pues “el alcahuete”, como seguramente llamarán a este libro en el futuro. Son poemas sobre el amor, la alegría y la muerte, donde cuento lo que soy y canto a lo que he vivido. A continuación leamos algunos de sus poemas:

 

* * *

No me digan que caí

No me digan que caí
ay solamente
porque me duele el hueso.
Después de tanta navidad
el diablo sabe la ética de fronteras
donde todos estamos perdidos.
Lo peor de la vida no es la muerte
sino que hubiera otra vida y fuera como esta.
Alguien desenterró a mi perro.
Los que vienen a buscar huesos de niños habrán sido.
No me culpen a mí
que siempre he sido soga y nunca ahorcado
que he sido víctima de la víctima
pero no de su cuchillo.
Pausa y grito
les regalo mi tremor
mi lengua yerta.
Ha llegado la hora de morir.
Riamos. Riamos.
Riamos.

 

Ni lo pienses carajo…

Ni lo pienses carajo.
Tú no encenderás una vela en mi velorio
ni vibrarás un beso
ni beberás un vaso de veneno apachurrado
in memoriam del sol que se oculta.
Tomaré precauciones para que pases difusa
en medio del dolor sincero de esos viejos
y la sonrisa del maldito que cante por ahí.
Inevitable
una danza de espejos imprecisos
proyectará tu sombra quebrándose
en un zaguán de silencio
donde solo tu vidrio llorará
donde solo tu llanto brillará
con su cencerro de oro
en la noche achuchacada de mi muerte
embotellada y pálida.
Mariconaza
llorarás
todo tan tarde
tan medioeval tu cintura fracturada
tan a destiempo tu oración blasfema
tan lejos tu serpiente encadenada.

 

Se te acabó la fiesta…

Se te acabó la fiesta de orquídeas cumpleañeras
y de ritos hervidos.
Asistimos juntos al sudario del fuego
y su doliente yugo
donde cayeron las palabras virtuales
y los pollos Kentucky de todos los domingos.
Ya no los platos limpios
las metáforas
los consejos de viejo
y el cerrar las cortinas y ventanas antes de dormir.
Con esta enfermedad
con este luto
quedó sobre la mesa el vino tinto
que calentaba el alma
o la cerveza fría que tanto envolataba la cabeza.
Ahora corremos detrás de los anuncios
de las novelas que hemos perdido las ganas de leer
y de las borracheras de los hijos.
Pero tengo una buena noticia.
Pronto me voy a morir
y volverán las rutinas musicales
la casa tibia
la risa frutal de los amigos
la verbena continua
los pisos de lectura enmohecida
y un nuevo corazón.
Así es la muerte generosa
así es la vida.

 

 

 

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