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La literatura chilena bajo la lupa de Ángel Rama

Por Roberto Careaga C.

Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 25 de noviembre de 2018



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Considerado uno de los críticos literarios más importantes de Latinoamérica y el lector más sagaz del boom, Rama dedicó decenas de reseñas a autores chilenos. Desperdigadas en revistas y diarios, ahora el libro La querella de realidad y realismo recoge esos textos y muestra su personal visión de nuestras letras: dudaba de Donoso y Neruda; se rendía ante Marta Brunet y Carlos Droguett.

En esos días, Marta Brunet era una figura central de la literatura chilena; acaso la mujer más importante tras la muerte de Gabriela Mistral. Le habían dado recién el Premio Nacional de Literatura y no se había oído ni una sola queja en el ambiente, en donde tenía admiradores, como Manuel Rojas, José Santos González Vera y el crítico Alone. Brunet había surgido al calor del criollismo para terminar abriendo una puerta a la transgresión femenina y que solo décadas después sería evidente. A inicios de 1963, era, en todo caso, una autora que parecía con más pasado que futuro y, sin embargo, aún encandilaba: "Muy difícil explicar el encanto peculiarísimo de esta mujer, de sesenta años, alta, canosa, de cara ancha, los ojos enfermos tras sus lentes oscuros; explicar su espontánea simpatía, su chilenísima cordialidad", anotaba el crítico uruguayo Ángel Rama, que no solo se rendía a sus encantos, sino también, y sobre todo, ante su escritura.

Mientras Brunet estaba en sus últimos años —moriría en 1967—, Rama estaba en plena ebullición: con 37 años y una abrumadora energía para leer y escribir, se estaba convirtiendo en el gran crítico literario de Latinoamérica. Por cierto, el crítico del boom. Pero su ojo no estaba solamente en las figuras bajo las luminarias, como García Márquez, Fuentes o Vargas Llosa; Rama veía todo el paisaje literario del continente y, de visita en Chile en 1963, se reunió con Brunet en la Universidad Técnica Federico Santa María para entrevistarla. Publicó un completo perfil de la escritora en el semanario Marcha, para años después escribir en la misma revista sucesivas críticas y notas sobre la narradora chilena que, según anotó, daba cuenta en sus cuentos y novelas del "tacto sensible, intenso y trágico, duro y tesonero siempre, de la vida humana".

Novelista, ensayista, periodista y crítico total, Rama (1926-1983) echó a andar su carrera en su natal Montevideo, escribiendo en diarios y revistas, como El Nacional, Acción y Marcha. Ahí aprendió un estilo urgente y claro, ajeno a cualquier laberinto teórico y que no despreciaba nada y que necesitaba todo: según Tomás Eloy Martínez, Rama lideró en los 50 a una generación de críticos uruguayos que viendo las películas de Igmar Bergman, escuchando a Miles Davis o John Coltrane, leyendo a Samuel Beckett y sentándose a la mesa con Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández, "supieron captar más rápido y mejor que nadie las transformaciones culturales de la época".

Rama, un hombre de izquierda, dejó Uruguay en 1973, al instaurarse la dictadura, para vivir en Venezuela, Estados Unidos y París. En el tránsito hizo lecturas fundantes de José Martí y José María Arguedas, polemizó con Mario Vargas Llosa y Pablo Neruda, abrazó y le dio la espalda a la Revolución Cubana y, como pocos, diseccionó el fenómeno literario, editorial y comercial del boom. Y dejó libros claves, como La ciudad letrada, que se editó tras su muerte en un accidente de avión en 1983, a los 57 años. "Se sospecha que no duerme nunca", dijo Carlos Real de Azúa acerca de Rama a mediados de los 60, describiendo su conocida intensidad; ahora, la frase abre el prólogo de La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena, un volumen que compila todos los textos que Rama le dedicó a autores chilenos.

Uno más en Chile

Publicado por editorial Mimesis, La querella de realidad y realismo fue editado por Hugo Herrera Pardo, quien recogió artículos dispersos de Rama entre 1954 y 1981. Como dice el editor, son textos "marginales" dentro de la obra de Rama y también dentro de la narrativa chilena, pues pocos fueron leídos en el país al ser publicados. Pero a través de estos textos aparece una revisión muy completa, informada y personal de nuestra literatura de mediados del siglo XX, que puede volverse inesperadamente actual. Rama escribió sobre Marta Brunet, José Donoso, Pablo Neruda, Carlos Droguett, Alfonso Alcalde, Manuel Rojas, José Santos González Vera, Marta Jara, Alejandro Jodorowsky, y también respecto de críticos, como Raúl Silva Castro, Ricardo Latchman y Alone, y sobre decenas de obras teatrales y de danza. Y en el texto más largo que recoge el volumen, "Terremoto en la literatura chilena" (1964), presenta y discute a la Generación del 50; por momentos pareciera que Rama estaba en Chile.

En algún momento de su carrera, Rama adquirió tanta notoriedad que era requerido en toda América Latina. "Pero esos viajes de Rama empezaron en los 60, cuando ya era un profesor que circulaba por el continente a raíz de su lectura atractiva, sugerente, sobre la nueva narrativa. Antes estaba en Uruguay", cuenta Hugo Herrera. "A mí me llamó fuertemente la atención como él, estando en Montevideo, conocía y manejaba fuentes que circulaban en la época en Chile, como los textos de Yerko Moretic, y todo lo que se había publicado en torno a la Generación del 50. Ese afán de conocer en su fuente las discusiones para hacer un examen de la literatura chilena es llamativo, porque en esa época, los circuitos de circulación de Latinoamérica eran mucho más restringidos", añade.

Es verdad que a través de la revista Marcha Rama tenía acceso a libros de todo el Cono Sur, pero además manejaba muchos datos locales. En mayo de 1958, al criticar Coronación, la primera novela de José Donoso, sabe perfectamente que en Chile, el libro fue un éxito por ser considerado una "interpretación sicológica de la sociedad chilena". Pero también cree que Donoso debería repensar su novela a la luz del estilo de otro autor chileno. "A Donoso le convendría abordar una segunda edición corregida de Coronación, para que esta alcance quizás la plenitud a que apunta. Quizás entonces sea más breve, le sirva de ejemplo la economía tensa de su contemporáneo González Vera. Y ello no afectará lo más singular de esta experiencia: su resonancia espiritual", lanza el crítico.

Dos décadas más tarde, Rama volvería contra Donoso al criticar El jardín de al lado, que consideró "blanda, bonita y trivial". "Si no estuviera firmada por José Donoso, a quien debemos un libro capital, El obsceno pájaro de la noche, y de quien no hace tanto se pudo leer una refinada composición alegórica como Casa de campo, diríamos que pertenece a la literatura de aeropuerto", escribe en 1981, cuando en su recorrido ya ha dado cuenta dónde están sus preferencias en la literatura chilena: además de Brunet, Rama será especialmente elogioso con Droguett, González Vera, Marta Jara, Alfonso Alcalde; valorará las letras de las canciones de Violeta Parra y los cuentos de Jodorowsky; manifestará reparos ante Manuel Rojas, y, cuando lo estima necesario, se lanzará al cuello de Neruda.

"Como esos ebrios que al llegar la madrugada hablan sin cesar y todo les sirve de pretexto para su inextinguible discurso, así aparece Neruda en este libro. Porque en verdad está borracho de poesía, o para mejor decir, evitando aludir al verso de Darío, está borracho de su propia capacidad de versificar sin mesura y nada puede detenerlo, ni siquiera la certidumbre de lo vano de su palabreo", escribió Rama el 18 marzo de 1960, en Marcha, sobre el libro Navegaciones y regresos. Justo ese día, Neruda llegó a Montevideo, leyó la nota y decidió hacer un evento del que excluyó a Rama. Este, sin embargo, sabía que Neruda era un gigante y tres años después lo dijo así: "Otros escritores aspiraban a competir con el registro civil; Neruda aspira a competir con la naturaleza, y lo consigue".


El canon Rama

Y aunque Rama escribirá también con admiración de Pablo de Rokha, sobre todo está interesado en la narrativa chilena. En 1959 reseña Mejor que el vino, de Rojas, y si bien considera que la continuación de Hijo de ladrón es un "aporte novelístico considerable", precisa: "Puede estimarse su calidad ética, pero es visible su fragilidad narrativa: en una novela en que el amor tiene tanto lugar no hay una sola figura femenina novedosa, trazada desde su interioridad, y en última instancia todas revierten a circunstancias en la vida de Aniceto Hevia para llegar a su entendimiento personal del amor".

En el otro lado, Rama dedica grandes reseñas a dos autores hoy menos centrales en el canon local. Criticando Eloy (1960), de Carlos Droguett, parte diciendo que merecía ganar el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, del que fue finalista. "Estamos en presencia de una auténtica elaboración artística, original, poderosa, estamos frente a un hombre que es un escritor con la sensibilidad diestra del oficio y la eficacia del decir narrativo", sentencia. Y poco después, en 1961, le dedica un largo texto a González Vera, de quien dice: "En esta América palabrera, de altisonante verbigracia hueca, este cauto chileno se ha regido por el criterio de la más estricta economía, aliada a la empecinada búsqueda de la exactitud artística. Es uno de los motivos de su ejemplaridad".

Un poco a contrapelo, en el ensayo recogido sobre la Generación del 50, Rama discute con textos de Enrique Lafourcade, Claudio Giaconi y Yerko Moretic, y abre la lente a una zona hoy casi olvidada: la tradición de la narrativa femenina. Y así enhebra una historia que va de Mary Graham hasta María Elena Gertner, incluyendo a Brunet, María Luisa Bombal, María Carolina Geel, Marta Jara, Mercedes Valdivieso y Margarita Aguirre. El libro se vuelve inesperadamente actual: "En su interpelación del presente, los textos La querella de realidad y realismo se vuelven contemporáneos", dice el editor del libro, Hugo Herrera, que sospecha que las palabras de Rama pueden entrar a debates de hoy: el valor de Donoso, la revitalización de Brunet o la importancia de la vida política y personal de Neruda.

Quizás ahí radicaba la grandeza de Ángel Rama: en mirar donde nadie había mirado. Y mirar mejor donde todos estaban mirando: cuando en 1981 criticó tan duramente a Donoso por El jardín de al lado, aprovechó de extender sus dudas a toda la generación del boom . "¿Qué pasa? Y no solo en Donoso: ¿qué pasa con los últimos libros de cuentos de Cortázar, por debajo de sus asombrosas capacidades? ¿En la serie de libros dispares de Fuentes, que parecen metralla sobre todos los estilos posibles? ¿O con la flojera de La tía Julia y el escribidor, firmada por quien es, para mí, el más dotado de los novelistas?", se preguntaba sin dar respuesta. Antes de morir, Rama ya estaba dudando del desarrollo de esos grandes escritores. Quién sabe hasta dónde habría llegado.



 



 

 

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