"Tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos……no quede yo para siempre en esta nada con barrotes que es la prisión de locos, donde mi madre y todos ustedes me han confinado, por haber tratado de ser Camille y mujer, Camille y artista, Camille y amante y libre”.
El beso de mármol
Cuando sea un árbol voy a parar al viento
en la rama turgente del invierno
viendo las aves en su vuelo que van a otro lugar,
cuando navegue los ríos con el sedimento en mi boca,
mis manos de sordos hablaran por los ojos inertes del metal,
con ese lodo, con ese ruido
voy a defender el sol en mis latidos, el crujido
de mi casa en la rivera donde solía soñar,
y las hojas de mi historia cinceladas con la lumbre
de la oscuridad, las borre mi sangre
cuando vuelvan con el viento.
La araña no hila y
no hay perros que avisen,
no hay gritos, manchas confusas, niños,
somos los fallidos, los perdidos, fósiles dormidos,
todo está tranquilo al final de los años,
que unimos horas iguales a la derrota
y nos murmura solo el sol y el agua y la urbe no me recuerda,
mi mano no da señas, si ya casi estoy dormida.
Cuando sea un árbol, no tendré que ver con la pena,
Clotho es un adorno en el jardín, un virtuoso habitante
sin agosto sin ángeles sin pensamientos.
Cuando en mis raíces los brazos de un difunto surquen
el frío del mármol, abrigaré su espalda,
por los estandartes que ya no flamean,
y la primavera en mi corteza tejerá flores que llevarán
al cementerio, lazo turbio
la fiereza de los que guían el mundo.
No sé dónde estaré aparcada mintiendo a eruditos
y a beatos por ese cuerpo frío,
por ese llanto tieso,
cuando mi voz calle a la lluvia su caída, silenciándome
como un buitre poderoso sobrevolando tu corona,
el pensamiento displicente al tamboreo,
no pretenderá satisfacer a la palma cóncava con sed
en esa habitación
la muda quietud de mi herida.
Mis frutos serán comidos sin más luz que mi osamenta,
desnuda, fría, maté a la que fui y el caduco cielo
vació los remos,
desde entonces, en mi casa estoy mirando los gestos
errando sin saber adónde ir.
No logro esculpir mi viaje, una garra atesta
en mi cuarto,
cuando sea un árbol solo en el desierto, impunes
van a hundirme en mis entrañas, el corazón de una gacela
y preguntarán por mí al final de mis días
si hay una que muerde en primavera,
el diente ausente se nota, enfin.
No tolero ordenada la bandada sin mis patas sigilosas
que migran la absurda rinconada
con sed y hambre,
una gota de sangre marcada debajo de mi lana
por el comprador.
Cuando alto era el vuelo me volvía pájaro y oveja negra
que el baladro remeció en la urbe antes de saludar,
ahora arrecia con un sueño deshilachado,
no hay un cielo que escarmiente a la aherrojada
de mi vuelo mi peregrino tranco, ni provisión ni un gránulo
que en la vera de los tiempos sigan a esta aldea en la gloria,
entre mosaicos húmedos y grises estoy en realidad
tiritando, a contracorriente,
la mutilación un ardid de rumbos,
y mi garganta pide perdón,
emancipada de las burbujas, el silencio aún me nombra,
mis cuerdas merodean las palabras en la ondulación
de la llama,
la duermevela de mi velador,
el bronce las yemas,
la brutal tempestad.
Pesa mi cadáver y el hilo se corta en lo más fino,
porque mi sudario está gastado y no hay nadie
que me reconozca,
la flor marchita tragada a voluntad no se digiere,
y acelera el agua el tiempo, pasa
repartiéndose entre dos piedras,
como en un principio,
dónde estoy escurriéndome
y Ofelia me comprende;
quizás esté soñando, y me lava la cara en su pajar,
que mi cara vuele en las plumas con mis ojos,
y la libertad se derrama como un felino sobre la alfombra,
el aire, la niebla azul, acaso el rocío en el frío,
pero hay ratones hablando de penas.
Hiere la hebra, circula la arteria de mi desazón y la inocencia
la translúcida palabra mortífera,
la venganza de llevar encendida la lámpara,
embriagada
y una noctámbula mujer palpita buscándome a mí.
¿Qué crimen lloré? como albóndigas
revolví en mi corazón
todos los lanchones y
ahora, temo más a la luz que prodigar la soledad.
Avanzan en la costanera las mujeres que no se dejan ver,
de soslayo en mi pelo y mis trancos ocultos,
se avergüenzan de mí.
El árbol ya está viejo y se estancan las raíces,
y mi cabellera se esparce para su celo por la calle,
ellas liberan las caderas,
aman el goce de la noche y el gen del deseo,
la médula efervescente para frotarla y dejarla ir
como un árbol anciano, esas mujeres.
Y él, ya en madura edad, revela una nueva puesta de sol
en mi umbral.
Celebración es una delación con la testuz
de los corruptos
que circulan por la noche y
dice la garza al ritmo del aire,
que está dispuesta, hermana, como tú
a montar la Piedra Feliz con el escorpión azul
que nos da su color
para el veneno.
Voy con un vestido sensorial y cualquiera lo levanta,
me roza en un sendero, agitado por pecíolos roncos
que suavizan mi enojo
con la envolvente palabra del que sueña el desparpajo,
el que me hará su lucha, la posterior fama,
el martillo que hundo en la mesa y la sonrisa
en la canícula de un cuarto hacinado,
encerrará los botones en mis vestidos inmóviles y
qué duro es estar sola con tanto grito dentro.
Para no herir su recuerdo, su maternal enseñanza,
he huido, mil veces besé su mano en la materia,
beso de mármol hoy en un museo.
Mujer que enrojece al sonreír y deja ver su encía,
encía de un tigre en celo que olfatea la piedra,
por si un tatuaje sangra la palabra amor.
Flaqueza que en sus huesos zumba
en una madrugada temerosa
en una violenta sacudida
de sábanas que llega con la mirada al techo,
y rumbo al taller de los narcisos umbría roca
aceitada madera que duele antes
que se haya reventado en la alfombra,
y florecía la arrogancia como un mar sin playa,
levanta su brazo guiando a los que con sus pábulos en ristra,
su corazón arrastran de día
y sus vestidos estilan inverosímiles certezas,
nunca ríe, nunca llora y reina en la marmórea realidad
de una artista,
porque así existe.
El techo derrite el cerezo con sus nidos de pájaros
que llegaron hace mil años el último invierno,
aún espero un trino
y hay nombres escritos sobre el destello, una roca aparecida
de la noche a la mañana detiene el torrente en dos,
en dos.
Y levanto la mirada a su sonrisa, como si el ojo
esparcido me hablara y quisiera quedarse botado
entre las ramas.
Vomito polvo.
Un túnel abandonado y su esplendor por los lados,
esa atrevida oscuridad que en el centro
runrunea a contra corriente
y sigue un puente, el ruido del río subyuga y destruye
el oído con la materia que expulsa el cauce
en la rótula de tanto correr.
Y una boca de caballo se nos parece,
una concha marina que nos trae el mar,
la cantiga de mi derrota, la luz que duele
cuando amenazo a una cerviz,
y me quedo muy sola
en la acaramelada tempestad que usó mi nombre,
Camille,
y hay raíces que muestran rostros en la tierra y las aviento
las despedazo
con mi garra el día de San Juan
y con fuego de mi boca quemé
los tallos que me ahorcaron.
Los hilos dorados de mi falda sin cuarto de lujo
ni sueños ni posesión que lucir en público
ni ceremonia, ni catedral, recorrieron mis muslos sus manos
sin solemnidad,
el órgano en sus notas daba en revolcar
sus sandalias lustrosas, indescifrablemente.
Comparaban mis rasgos con medusas ocultas y
lombrices amanecidas resoplando lodo al sol
y fui escarbando la maleza,
inquieta como un haz en penumbra, redoblando
en golpe de hoja todo mi vigor
y mis labios escarchados, heridos , santos,
quizás no tan santos,
hablan en mi sien,
dándome clamor en la antesala y mi costilla clama,
para quedarse en la escalada hacia algún confín
en mis últimos años.
No tengo aureola. El reflector en mi ventana
que da a mi sien lleva poderes y mis manos
y mis pasos férreos
son mi lánguida actitud mirando la puérpera
abigarrada de dolores,
imagen pegada en la pared,
que alimenta
el menudo peñón que me aduerme
esperando la justa repartición de mis obras polvorientas
y llorosas
que en mi matriz pusieron cruz y seña
desde el cielo lleno de cuentos inconclusos,
y rasgo el hueso que me cruza el silencio
la provisión peligrosa de mi palabra
el sustrato de mi lengua , su sustancia
la esencia del hueso, el veneno, el antígeno,
enfin,
el aceite marino de una gaviota
remedando a la diva del espejo,
voy a martirizar los caminos me dice
hasta hacer caber mis zapatos.