La porfía de una triste belleza. Si hubiera que definir a vuelo de pájaro aquello de lo cual habla este nuevo libro de Américo Reyes Vera, sería eso. La insistencia de una belleza que, pese al desamparo en que se encuentra, continúa apareciendo por aquí y por allá, en rincones por los que el progreso no ha pasado o es sólo un eslogan que se escucha cada cierto tiempo y después desaparece como aquellos que se llenaban la boca con él. Amores no correspondidos y un deseo persistente pero no siempre satisfecho, procurado a través de encuentros semiclandestinos que van tejiendo los hilos de una historia que nunca termina de contarse.
Pero todo este abandono y todo este baldío, que en realidad más parece un peladero y que no puedo sino relacionar con los eriales descritos por Jonathan Opazo en su Junktopía, no sólo es escenario, sino también personaje de esta historia. No hablo de escenarios como de aquellas fantasmagorías virtuales sacadas de la purulencia dictatorial y toda su larga lista de consecuencias, como ocurría en la obra de Thomas Harris, sino de otra cosa. Los basurales de Opazo se acompañan, en la escritura de Américo Reyes, de una dolencia vital que me recuerda ese texto notable que es Dónde iremos esta noche, de Cristian Cruz, el responsable de traer a San Felipe al tinglado de la literatura nacional y de escribir uno de los libros donde más que el escepticismo, es la desilusión la que hace presa de su hablante y, por extensión, de sus lectores.
Esa poesía de la desolación moral que emprende Cruz tiene un lugar, entonces, entre las páginas de Canto en el canto, pero aun así la comparación no le hace justicia al autor curicano. Porque hay, en este último, un sentido del humor, a ratos un tono de picaresca, que hace que todos los embates con que lo acosa el medio que lo rodea, sean sino más comprensibles, sí más fáciles de manejar. Y esto reorganiza el mapa que hasta ahora estábamos contemplando, en la medida en que este último no se acepta sumisamente, sino al menos con la conciencia de que si es imposible cambiarlo, cabe por último la posibilidad de asumirlo desde la ironía y la distancia que esta impone.
Tal vez así podamos entender esos “anexos” que abundan en este libro, comentarios que vienen a continuación de muchos de estos poemas, pero que en el fondo forman parte intrínseca de ellos. Estas adendas ni cambian el tono del poema ni intentan explicarlo. Son, en ese sentido, también una forma de entender de una manera propia, i.e., apegada a las necesidades de estos poemas, un tipo de discurso que inauguraran Baudelaire y Eliot al incorporar notas explicativas a sus textos, añadido inédito para la época en que ellos lo hicieron. La gracia de los anexos de Reyes es que imitan la letra, pero no el espíritu de aquel formato. Un sutil sarcasmo resuena detrás de ellos.
Creo, dicho todo lo anterior, y por paradójico que parezca, que una de las líneas que le otorga mayor sentido a Canto en el canto, es una de las que aparece hacia el final del volumen y no es ni siquiera de autoría de quien firma la portada de este libro, sino una cita de Konstantino Kavafis: “Más adelante, en una sociedad más comprensiva/otro ciudadano como yo / hablará y actuará sin hostigamientos”.
No es casual, entonces, que a todo lo largo de este libro de Américo Reyes Vera, nos encontremos con la creación de una ciudad imaginaria (Ciudad espléndida) y de héroes con mayor o menor presencia a través de las páginas del conjunto: Aladino Midas Midas, el reyezuelo fugaz, el mendigo ideal, el perro solitario. Y no es casual porque subyacente a todo lo que leemos en estos poemas, se encuentra el deseo, muchas veces en disputa, por un espacio que sepa recibir mejor las búsquedas callejeras del o los hablante(s) que pululan por estos paisajes.
Estos mecanismos de escritura ya estaban presentes en otros libros de Reyes. El que sea tal vez el más conocido de ellos, Black Waters City, giraba precisamente en torno a la (re)invención de Curicó en un formato “global” (el entrecomillado no es gratuito), por la que circulaban una amplia lista de personajes igualmente ficcionales. Uno de ellos merece que le dediquemos algunas líneas, en tanto nos permite hablar vicariamente de otros temas que nos interesan. En el poema “Poeta maulino”, del libro recién mencionado, se recrea la figura de un autor cuyas características morales son por lo menos dudosas, de acuerdo a lo que allí leemos. En otro poema de ese mismo conjunto, pero que acompaña una página antes al poeta maulino, tenemos “Refunfuñón provinciano”; otra vez el retrato pinta la imagen viva del diletante, inconsciente (o no) de la fisura que media entre su praxis y su ideología, un ejemplo de falsa conciencia de no mediar el cinismo implícito, posmoderno y tercermundista que campea en el retrato.
¿Por qué, entonces, reparamos en estos dos poemas de un libro anterior a Canto en el canto?, ¿qué nos dicen estos poemas sobre este último libro? Lo primero es que nos hablan de una (nueva) geografía, de la conquista de un territorio que debe su existencia a su nominación. No quiero decir con esto que la poesía de Reyes Vera invente la poesía del Maule[1]. Al contrario, creo que ella se engarza, por negación y similitudes, con poéticas que venían de muy lejos en la cronología de la poesía chilena, pero por razones que sería largo explicar aquí[2], hoy se desconocen parcial o totalmente. Esta genealogía que podamos trazar hasta Jorge González Bastías y pasa por autores como Emma Jauch o Alejandro Lavín, por nombrar sólo algunos, trae nuevamente a la palestra, pero al mismo tiempo modifica, estéticas como el larismo o la poesía del sur, con las que tiene relaciones de cercanía y disparidad que valdría la pena, aun cuando someramente, dejar por escrito. A saber: la recreación de un lugar idílico, amenazado en distinta medida y de múltiples maneras, por el proyecto de la modernidad occidental, con todos los matices de su versión chilena. Aunque también se desarrolle, al mismo tiempo, una comprensión alternativa de esa modernidad, donde el desarrollismo del siglo XX incorporaría, al menos en un nivel utópico y teleológico, formas de integración con lo natural y lo nativo alejados de un mero modelo extractivista.
Falta, no obstante, otra vuelta de tuerca. Nos falta un elemento sin el cual me parece que este libro (y el conjunto de la obra de Reyes) se explicaría sólo a medias. Me refiero, con esto, a la capacidad que tiene nuestro poeta de generar una lírica que no se arrepiente de serlo, una escritura que, si bien ha incorporado creativamente desde el discurso de Parra hasta la arquitectura de crítica de Lihn, aun así no ha dejado de lado el gesto de la palabra que busca la belleza como un valor en sí mismo. Esa porfía de la que hablábamos al comienzo de estas páginas le permite a Reyes Vera definir su mundo a través de ese lente:
Al que nunca rechaza un trago ni un beso.
Al que aprendió a vivir
no en la noche
sino de la noche
bajo una luna que parece seguirlo
y protegerlo.
Al que nos recuerda al ladrón que alega
que tal o cual prenda le pertenece
porque él se la robó.
Lo que me llama la atención de estos versos es el instaurar leyes propias que validan la existencia del mundo representado. No es tan importante vivir en la noche, sino de la noche: matiz no menor que separa a los habitantes del mundo propio de estas páginas, de aquellos otros que son su hipotético reflejo, siempre distorsionado por el lente de la poesía. De ellos nos dice el hablante que “algo muy lírico irradia su rabia y su resentimiento”. La unión de lirismo y resentimiento, de rabia y rencor, creo que entregan un retrato prístino del mundo que Américo Reyes Vera nos quiere presentar. Porque si bien este libro pudo haber sido escrito (estas son meras especulaciones de lector) antes, o cuando menos durante el estallido social de octubre del dos mil diecinueve, con toda certeza será leído en un país posterior a él, pandémico o post-pandémico, escenario de un régimen distinto de diálogo y/o de intercambio de fuerzas que aún está por definirse, pero que encuentra en estas páginas una nueva definición de la intimidad, una reivindicación de la misma, que resulta muy necesario tener en cuenta considerando todo lo que se nos avecina.
Novelty, 1° de abril de 2021
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Notas
[1] Sobre este y otros puntos, los interesados pueden encontrar abundante información en Territorios invisibles. Imaginarios de la poesía en provincia (2016), de Felipe Moncada Mijic, uno de los mayores conocedores de estos temas.
[2] No podemos, sin embargo, dejar de mencionar algunas de ellas. Creemos que una estética como la de González Bastías, pero no sólo esta, se vio eclipsada por la avalancha vanguardista, pero también por la tromba que significara, a partir de mediados del siglo XX, la antipoesía parriana. La vanguardia alcanzará “notoriedad”, o toda la notoriedad que un movimiento poético de avanzada pudo haber alcanzado en las primeras décadas del siglo XX en un país como el Chile de aquel entonces, donde la alfabetización no había alcanzado a todas las capas de la sociedad y en la que la educación universitaria seguía siendo, sino un privilegio, un derecho de pocos, valga la paradoja, alcanzará notoriedad en figuras más bien tardías, como Gonzalo Rojas, y en el Neruda residenciario que paulatinamente dejará atrás esta poética, para abrazar una poesía pública y militante.
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Pese al desamparo: La poética de Américo Reyes Vera.
Canto en el canto. Ediciones Nueve Noventa, Curicó 2021.
Por Cristián Gómez O.