Yo estaba vuelto hacia el sur
cuando encallecí mis palmas.
Era un niño-choclo
parido en una guerra
en la que todos vencían.
Un chacalito de greda
que soñaba por primera vez.
Asimismo, sentía vergüenza
de morir, de no pecar
contra mi piel y el aire.
Sin medir las consecuencias
me iba al río a beber
el vino robado a mis mayores.
MI MANO
Mi mano no siempre fue una mano: antes
fue un camino que conducía al pueblo
en el cual sus sacerdotes eran imaginarios
—sólo sus misas eran reales—.
Y estas artimañas no siempre sedujeron:
primero debieron sortear una frontera, conocer
de cerca el orgullo, y dividirlo.
Antes que fuera una sombra, mi sombra
buscaba al peregrino perfecto,
y no siempre la muerte llenó mis vacíos: antes
fueron vacíos de verdad.
En consecuencia, descubrí un grito que no requiere
de ningún silencio para irrumpir.
Y un silencio que no se calma con un grito.
Por eso soy digno de mis derrotas.
EXTRANJERO MARRÓN
Extranjero marrón
¿con qué derecho vuelves a mi pocilga?
¿No te bastó con ensuciar mis sábanas?
¿Cómo es posible que pronuncies mi nombre
mejor que yo mismo?
¿Por qué confundes la zarzamora de mi patio
con laureles celestes?
Y el ocio de las ciudades por las que anduviste
¿dónde lo llevas puesto?
¡Ay, yo quiero ver tu ocio!
¡Yo quiero acariciar
ese ocio bajo unos laureles, extranjero marrón!
MI COMPATRIOTA RIBEREÑO
Compatriota ribereño, no podría
aseverar que no seas el viento por cuanto
conozco muy bien tu silbido
y el modo que tienes de levantar o derribar una pasión.
No sé si eres el día o la noche… ¡tan capaz eres
de encender un deseo como de apagarlo!
Y no sé si cuentas o no cuentas
con un cuerpo donde albergar un alma.
Y si un delirio te falta o te sobra.
Tampoco estoy seguro si eres la vida o la muerte
en este instante
en que todo transcurre y deja de transcurrir.
UN JARDINERO (ESBOZO)
Al barrio llegó una vez un jardinero
fuerte y necesario; rebosante de imaginación y entusiasmo
pero demasiado dado a la jactancia y al descontrol.
Iba por la vida escribiéndole poemas
de amor al viento: soltaba las palabras
como si le sobraran dentro de sí.
Yo lo necesité una mañana de luz erecta.
Viendo en mí a su salvador
puso sobre mis muslos un clavel
y tiritó de tal manera
que me llenó de convicciones.
Y es que no lo vi a él: sólo vi su gran impaciencia.
Al cabo, había una sola realidad
y éramos dos para habitarla.
Nunca fuimos tan insolentes como entonces
si bien la insolencia verdadera estaba por venir.
AMIGUERO
Si él golpeara tu puerta
en este instante
tú llegarías demasiado tarde a donde debes ir
—lo que no es poco para quien no sabe a dónde va
ni lo que busca—.
Y es que no podrías decirle "no" al extraño que viene de tan lejos
—y a la vez de tan cerca, como si viniera de tus propios latidos—.
No podrías decirle "necesito pensarlo"
a quien ha sido él mismo
una necesidad y un pensamiento.
¿Con qué cara le dirías "pucha, voy saliendo"
al hombre que llamó a tu puerta
sólo para recordarte que algún día morirás?
ILUMINACIONES
En el Río Elemental
los muertos no se ven
—y hasta pudiera pensarse que no existen—
pero basta con que estiremos un poco la mano
para constatar que permanecen ahí,
esperando siempre la caricia que los contenta.
Así conocemos a los muertos, así
sabemos cómo son y para qué sirven.
A destajo, chapotean de buena gana para olvidar
que alguna vez tuvieron que ceder su lugar.
Y nos deslumbramos de corazón
cuando oímos que un muerto viejo
le dice a un muerto joven: "¿Ves como morirse
no era nada del otro mundo?"
Ahora son ellos los que no dejan ver el agua, no dejan
ver la soledad que ha crecido y que ya cubre los yuyos
y las rocas más altas.
REYEZUELO FUGAZ
Reyezuelo fugaz, deja
que el ladrón haga su trabajo.
¿No deja él que tú hagas el tuyo: ser fugaz?
Y, llegado el caso ¿qué podrían robarte a ti,
como no sean tus presentimientos y tu buena fe?
¿Y para qué te sirven, por lo demás,
tus presentimientos y tu buena fe?
EL PRIMER DÍA
DESPUÉS DE MUCHOS
En el sueño cualquiera
era una multitud: sólo yo era uno, por lo tanto
podía decir la verdad.
Pero no la dije.
“De qué le sirve
la verdad a un soñante” pensé.
De algún modo estaba negociando conmigo mismo.
O quizás eran mis ansias de sobrevivencia y así poder,
en lo sucesivo, despertar una y otra vez.
O quizás era mi miedo a la calma de los otros y,
por ende, mi ilusión pisoteada.
“También los sueños tienen su lógica”
me comentó años después un paisano que vagabundeaba
por las orillas del Guaiquillo.
¡Y fue el primer día
después de muchos!
Américo Reyes Vera