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Raíces de la memoria
(Comentario sobre “Raíces en la bruma” de Raúl de Ramón. Ediciones Nueve Noventa, Curicó 2016)

Por Américo Reyes Vera


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Ya en el primer poema de este sorprendente libro advertimos esa marca lingüística  que lo recorrerá por completo: la elaboración de  curiosos pero certeros neologismos que transparentan sus páginas, vitalizándolas, o acaso sería mejor decir que “Raíces en la bruma”, de Raúl de Ramón, estaría definido por una suerte de idioma nuevo, con el fin de estremecer y/o cautivar de manera rotunda al lector menos atento.

Vengo de lejas tierras.
Las que adurmieron el sueño funerario
de mis antepasados
en su ancho regazo terrero.

En estricto rigor, digamos que este poemario comienza con la irrupción  de un individuo   al que reconocemos de inmediato como el portador, sin arrogancias, del espíritu del aborigen sudamericano y su desconcierto ante la invasión europea. Una asonada tribal impulsa al hablante a marcar sus territorios con elementos tristemente reconocibles y que nos sitúan en el sur del mundo –ese sur tanto visceral y prodigioso como trágico y violento–  inundado de colores prístinos por donde sobrevuelan tencas, loicas y chiriguas, entre otras aves vernáculas, “en las verdes quebradas costeñas”. Nos vemos así enfrentados al infinito y a su  misterio secular, conjurando razas y delirios cuyo retrato nos aguijonea con toda su efervescencia y bravura, de tal modo que la enumeración de las diferentes comunidades del Chile prehispánico  deviene, en más de un sentido, en situaciones místicas revestidas con carácter de epopeya. A sobresaltos, nos enteramos del trajín de diaguitas, molles, changos, pehuenches y mapuches, hasta llegar a los desaparecidos onas –también llamados selk’nam y fueguinos– homenajeados en este libro con un texto de largo aliento y que contiene los más esenciales materiales de la fábula clásica, en el que abundan animalillos “pensantes” y dotados de un instinto casi sobrenatural de sobrevivencia. En este mismo texto –que lleva por título justamente “Onas”– el autor se las ingenia además para entregarnos antecedentes que permiten conocer a fondo a estos habitantes de Tierra del Fuego y reparar en sus costumbres, ritos y creencias, sin caer en la compasión facilista por una raza que fue brutalmente exterminada, y éste es uno de los aspectos más nobles y rescatables de este libro por cuanto acá no se erigen proclamas de guerra ni de venganza –muy entendibles por lo demás– en el sobreentendido que el poeta no se viste de guerrero ni de instigador. Como en los grandes cantares épicos, en “Raíces en la bruma” –publicado por primera vez en 1982, bajo el alero de Ediciones La Capilla– son exhibidos los antecedentes de un determinado momento histórico y el avasallamiento europeo es referido en toda su ferocidad  como asimismo las arbitrariedades de la conquista  y posterior colonización, pero a fin de cuentas es el lector quien debe juzgar, en conformidad a su visión y criterio.

En “Raíces en la bruma” –que en algunos pasajes recuerda lo mejor del “Canto General” de Neruda– se  vislumbra una apuesta por asumir el mestizaje como condición irreversible y una invitación a aceptar –y valorar– las tradiciones de una y otra cultura –la aborigen americana y la española, indistintamente– exaltando lo mejor de cada una, con sus emocionalidades y contradicciones a flor de piel, es decir, subsiste una ternura que  a la vez es una moral y un destino. Esta idea queda de manifiesto en “El cáliz”, el poema final y quizás uno de los más bellos de este libro y en el cual el poeta, enfrentado a un hallazgo de resonancias bíblicas,  le pregunta a un cráneo:

¿Quién eres? ¿Qué cara te contuvo?
¿De quién fue el pensamiento que una vez
moró tras la leñosa arquitectura de tu frente?
¿Fuiste español?
¿Tú viniste en los altivos galeones
surcando las aguas de los mares
y las llenaste de oro y de sueños imperiales?
…………………………………..
¿Fuiste acaso un indio silencioso,
de fornido y anchuroso pecho,
con el pelo como un sauce negro,
con las plumas sangrientas de la loica
de pie sobre la frente opaca,
un brillo de odio en las pupilas
y una lanza de piedra entre las manos?

En resumidas cuentas, estamos frente a un humanismo desbordante, lúcido y tenaz, expresado en versos jubilosos pero despojados de ingenuidad y abanderamientos odiosos, como pocas veces se da en un libro que aborde los episodios relacionados con lo que se ha dado en llamar “el encuentro de dos mundos”, y en particular en un libro de poesía.



 

 

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(Comentario sobre “Raíces en la bruma” de Raúl de Ramón. Ediciones Nueve Noventa, Curicó 2016)
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