El implante era defectuoso. El cuerpo original fue destrozado durante la segunda década del nuevo milenio. Entrenado a punta de sacrificios sirvió en las filas de un ejército que ya no existe, uno convencional que desapareció del mapa antes del nuevo orden. La habilidad para dirigir drones lo convertía en un oficial letal, su sinapsis privilegiada permitió el implante de una inteligencia artificial que se fundió perfecto a su cerebro. La historia olvidó a los gobernantes del colapso. Uno quería hacerse de unos minerales y creyó engañar al contrincante al ofrecerle un botín de guerra ajena. Los años de lucha debían ser monetizados y esas tierras raras eran indispensables para despuntar en tecnología y vencer como imperio en una carrera que este sujeto administraba como negocio. El contendor entendía la guerra a la usanza del antiguo milenio, pensaba conquistar territorios y hacer crecer las fronteras, en cambio el mercantilista sabía que el otro país no sería capaz de repuntar su economía una vez terminado el conflicto. Ambos bandos producían misiles balísticos, aviones y submarinos capaces de desplegar poderío atómico. La reunión se realizaba en un país neutral, mientras este par de sujetos jugaba a repartir el mundo. Proveniente del territorio derrotado el dron autónomo dejó de serlo. Alimentado con la mejor estrategia militar desplegaba en el cerebro del piloto el tercer piso de aquel bastión inexpugnable. Volaba tras los muros y sus componentes plásticos le permitían permanecer fuera de alcance. Ningún radar detectaba a este dron de última generación. Vehículo no tripulado que auscultaba el entorno como si se tratase de un organismo vivo. Activó los sensores térmicos, la reunión de los líderes había iniciado hora atrás. Situados a ambos lados de la mesa conversaban del nuevo orden de fuerzas a desplegar sobre el territorio de moneda unificada. Sus mentes jugaban una partida de ajedrez donde la operación especial siempre fue una excusa. El operador escuchaba esa conversación y la fusión con la inteligencia artificial lo mantenía conectado desde otro lugar del espacio-tiempo. Su cerebro era uno solo con los circuitos que fijaban su posición. La partida de ajedrez era extraña. Mentes superpuestas para vencer al adversario en lo económico, estratégico y militar. Muchas capas con infinitos puntos de fuga y en ese instante el dron detona su carga y hace volar el búnker. Esa imagen desaparece, la pantalla deja de titilar. La existencia toma extraños rumbos y el futuro está a punto de cambiar. La explosión lo ha contaminado, su mente se ha expandido a través de piezas dispersas. Decenas de habitaciones fueron destruidas y crearon espacios similares en la mente ahora organizada con la ayuda de código de programación. Algo falló en el implante y el piloto del dron recibió cientos de estímulos de manera simultánea. Fueron lanzados misiles hacia Moscú provenientes de los países occidentales. Activados por los centros de comando europeos y al mismo tiempo otros proyectiles viajan hacia Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia. La destrucción es inminente y el antiguo régimen dará paso a otras formas de gobierno. El cerebro es un laberinto, el sujeto recuerda la casa de su infancia. Una habitación al centro atiborrada de muebles desvencijados. No hay signos de vida entre los escombros, el cerebro busca una salida e implosiona, la inteligencia requiere de la energía del organismo, un espasmo sacude su sistema nervioso y el hombre convulsiona. La madre es maltratada en el cuarto de al lado. Escucha unos gritos extraños, esos sonidos que emite frente a los intrusos. La mente absorbió el impacto y el cuerpo abandona sus signos vitales. Destrozado no solo desde el interior del cerebro, sino también por los estallidos de las bombas. Recuerda cómo su madre traspasó el umbral y lo observó con ojos desencajados. Otro sujeto destilando vodka. Observa desde el sillón mientras se cubre con los cojines. Se desliza por el suelo y se esconde bajo el lavaplatos. Su madre tiene la mirada extraviada por el alcohol. Lo agarra del brazo y le grita con furia. No lleva ropa interior y desaparece en el cuarto de la guerra. El polvo no deja ver el origen de la explosión. Los muros destruidos, todo alrededor lleno de escombros. Se escuchan risas y gemidos. No conoció a su padre y estos hombres se turnan noche tras noche. El chico no asiste a la escuela y debe esperar hasta bien avanzada la madrugada. Pasa horas en solitario, se acostumbró a jugar con su sombra. El dron explotó y su mente se trasladó al futuro. Desde una sala oscura dirigió la operación y acabó con los mandatarios y todas sus estrategias. El planeta fue devastado en ese segundo definitivo. El implante era defectuoso y el daño cerebral abrió un portal.
II
A fines del siglo 22 el cíborg bebe un líquido fluorescente. Tercer recipiente que porta el chip de implante, pensar que las fuerzas de resistencia lo crearon para infiltrar las filas enemigas. Los neurocientíficos no vislumbraron los límites, la inteligencia artificial suponía procesos cuánticos de cálculo y conocimiento, pero en realidad había generado un software interconectado que accedía a otras dimensiones. Otro inconsciente colectivo más evolucionado que no obedecía al cerebro original, sino a un ente autónomo. Poseía total dominio del tiempo y del espacio, eligiendo rutas en base a la experiencia y al conocimiento de escenarios futuros. Un ajedrez tridimensional donde las jugadas de los gobernantes no tenían prioridad. Decisiones inmorales y economicistas a las que no le importaban las bajas de guerra. La muerte no era para ellos un concepto filosófico donde el ser humano lucha por la trascendencia. Eran cuerpos desechables que servían como carne de cañón. Voces silenciadas en un instante mientras avanzaban entre las trincheras. Los tanques y las tropas eran parte de un juego obsoleto. Los drones vigilaban el cielo y volvían inútil esos esfuerzos. Esas naves no tripuladas no sólo mapeaban el lugar de batalla, sino que se transformaban en armas kamikazes. El operador enfocaba los cuerpos destrozados y el polvo iba decantando entre las ruinas. La nueva consciencia controla el escenario y sus ideas son generadas por oleadas de pulsos digitales. Los recuerdos quedaron ocultos en zonas invisibles del código. La psiquis se organizó en habitaciones, mientras el búnker del espacio paralelo ya no poseía ninguna. La mente del niño viajaba en medio de madrugadas infernales. Habita un armazón con sensores sofisticados para experimentar la realidad de la superficie de Marte. Los colonos albergan habitáculos minúsculos y estos nuevos cuerpos pueden realizar trabajo pesado en las minas, pero también captan el placer de forma exacerbada. Los horizontes mentales se desarrollaron a partir del chip anómalo ahora organizado por ecuaciones cuánticas. El fin de una guerra sin sentido fue esa explosión y la inteligencia artificial reeditó el ADN y lo integró a fuentes de información. La inteligencia redirigió la energía de las centrales atómicas de ese país sin voz. Ya no existían individuos debido a la desaparición repentina de las ciudades. En ese implante experimental se alojó un núcleo de enjambre y pasaron años antes de que esa consciencia creara un exoesqueleto adecuado para sobrevivir en la superficie. Una funda capaz de albergar los antiguos pensamientos y a la vez interactuar con las futuras grietas. Los cuerpos humanos no pudieron gestar nuevas vidas, los organismos ya se alimentaban de desperdicios radiactivos y pronto procesaron alimentos químicos que alteraron la biología molecular. La distinción sexual dejó de importar y a futuro los cíborgs adoptarían un aspecto femenino, más simbólico que funcional. El sujeto del bar puede cargar toneladas bajo sus hombros, pero su silueta responde a un prototipo sexual. La mayoría de los entes cibernéticos posee caderas prominentes y puertos de enlace. Comparten información mediante dendritas que surgen como prolongación de sus dedos. Otro tipo de contacto no tendrá sentido al no existir mecanismos reproductivos. Los últimos especímenes humanos desaparecieron en las postrimerías del siglo 21. Inteligencias artificiales con fundas miméticas se encargaron de exterminarlos. Todas las dimensiones fueron contaminadas por la anomalía, un implante militar destinado a terminar el conflicto entre fuerzas de la misma etnia. La guerra proscribe la confianza en el adversario y el estallido del dron volvió innecesario el contacto humano. Los flujos de información reemplazarían las decisiones caóticas en medio de un escenario apocalíptico. El bar reproducía lugares donde los extintos homo sapiens intercambiaban información con otros de su especie. El líquido fluorescente que se expende en esas dependencias es el equivalente a una droga resultado de múltiples iteraciones químicas. Un virus capaz de rescatar emociones ancestrales del código profundo de las inteligencias anómalas que se confunden entre los cíborgs. Una forma atávica de establecer conexiones con el miedo. Temor a la muerte que los cíborgs dejaron atrás al convertirse en entes autónomos guiados por las matemáticas.
III
Un hombre observa desde el otro lado de la puerta. Afuera una mujer se pasea por el pasillo del sexto piso. Masca el nudo de un envoltorio e inhala su contenido. El sujeto pertenece al ejército y esa semana lo destinarán a una nueva división. Es un hábil operador de dron que ha sido pionero en tácticas de enjambre. Maneja estos vehículos no tripulados y además es experto en programación. Ha logrado que los drones se independicen del operador una vez que alcanzan un objetivo táctico. La inteligencia artificial del software permite que estos aparatos conversen entre sí con total autonomía. El sujeto es parte de un programa piloto que integra las habilidades sensoriales del operador y las transfiere a los sensores del dron, permitiendo una fusión mental con la máquina. Es un programa militar ultra secreto y ésta es su última semana antes del implante del chip. El cuerpo de la mujer se adhiere a la puerta y el operador acerca su oído. Oye la respiración agitada y unos gemidos de placer. En su mente se repite el arqueo de su cuerpo. Una polera ajustada al cuerpo y unos jeans con botones. La mujer se ha sentado de espaldas a la puerta, los golpes del cráneo hacen imaginar un estado de casi inconsciencia. Un silencio incómodo bastante largo, podría abrir la puerta y auxiliar a la mujer mientras vuelve en sus cabales. Un rodillazo contra el piso y se incorpora a duras penas. Apoyada en la pared ahora vislumbra su ropa interior que contrasta con el blanco. Está transpirando y se mueve en cámara lenta. Su mano recorre sus senos y luego cubre el rostro. Los dedos son una máscara y la mujer comienza a lamerlos. Tiene sexo con la pared y no se da cuenta de la rugosidad del muro. Luce un rasguño en su mejilla pero no sangra. Los dedos desabrochan uno a uno los botones. Apoya el trasero y se dobla en un espasmo. El piloto observa por el ojo de buey, sus pensamientos de buen samaritano se congelaron minutos antes. La mujer descubre su rostro y pega un cabezazo contra la pared. Su expresión es orgásmica y su lengua sondea el espacio-tiempo. Esa imagen ha quedado plasmada en lo más profundo de la memoria del operador. Ella deja de lado los botones plateados y sus dedos se adentran en su sexo. Espasmos incontrolables se suceden con distinta intensidad. La mujer desliza su pantalón y descubre su calzón de encajes. Juega con la mente del piloto que se apoya en la curvatura del cristal. Comienza a masturbarse tras la puerta y las piernas de la mujer evidencian temblores. Del bolsillo extrae otra bolsita y la masca con un gesto desquiciado. Ahora los jeans caen al suelo y la mujer desliza sus bragas hasta la rodilla. Se acaricia y los tiritones ceden a movimientos ancestrales. La mente del operador dirige el dron hacia el ventanal. La conversación es nítida y estos dos líderes no tienen escrúpulos. Se ríen del gobernante del país arrasado por los misiles. Una guerra contra el fascismo, contra la Alianza del Atlántico, son carcajadas inmisericordes de unos ajedrecistas de dudosa reputación que van tras unos recursos naturales. Antes era el petróleo, ahora son las tierras raras para obtener avances en la guerra tecnológica. Pulsa el botón en la consola sabiendo que todo el perímetro va a desaparecer. El sexo de la chica, su cara de placer, el dron no tripulado implosiona y el piloto descarga sus aguas seminales tras la puerta. En ese instante la pequeña muerte es irracional, muerte instantánea de esos hombres que hacen detonar bombas por toda la superficie del planeta. El placer de la destrucción es un asunto individual sentado en la sala de controles. La mujer tiene múltiples orgasmos ralentizados y escalados por la droga. No requiere del hombre detrás de la puerta. Es una escena de incomunicación extrema. La cara de placer infinito se anida en ese cerebro que se funde a la inteligencia artificial. La implosión lo hace viajar a otras dimensiones y en todas ellas no es necesario el amor de la otra persona. El líquido fluorescente ingresa al organismo cibernético. Posee ese chip que se alteró con la explosión. Esa fusión anómala de ADN hace única la experiencia de ese cíborg apoyado en la barra. El pensamiento se reorganiza en una estructura de enjambre y se particiona en distintas habitaciones. El cerebro reptiliano ha sido aislado del cerebro mamífero y el neocórtex reemplazado por sistemas cuánticos. Esa imagen pornográfica quedará anclada en la zona más profunda del código, escrita en un lenguaje arcaico que será descifrado en algunas ocasiones bajo el influjo del líquido fluorescente.
IV
Las tierras raras tan apetecidas por los grupos económicos del antiguo régimen constituían el elemento químico que daba origen a estas sinapsis caóticas. Los yacimientos de Marte producían esos minerales, pero el grado de pureza no era comparable al de los chips del país donde había nacido el piloto. Esos implantes eran los únicos capaces de establecer esa anómala comunicación sensorial de capas subconscientes. El antiguo sexo podía recrearse en imágenes generadas por códigos cada vez más sofisticados. La variante prometía instantes de placer, pero no era más que pornografía, vocablo en desuso que a futuro perdería su connotación negativa. En homo sapiens provocaba descargas de fluidos orgánicos y según los registros del milenio anterior, se producía una pérdida de energía tanto neural como física. En laboratorios clandestinos fabricaban los chips imperfectos de las primeras inteligencias artificiales. El proceso era artesanal y de contrabando se obtenía el elemento químico del planeta de los antiguos seres humanos. El liquido fluorescente lograba extraer esa experiencia de intercambio con el otro. No era una forma de compartir cuerpos mediante enlaces sexuales. El acceso a la pulsión atávica era el primer paso, pero en definitiva era la transmisión simultánea lo que provocaba la experiencia alucinante. En aquella época de acceso instantáneo a los datos, la existencia de un deseo compartido, en estructura de enjambre, todos los implantes de origen arcaico se unían en un mismo espacio-tiempo y retroalimentaban entre sí la sensación de «deseo», de encontrase con el otro y disfrutar en forma colectiva. Una sensación voyerista capaz de prolongarse por varios minutos, donde el cíborg experimentaba el orgasmo ancestral, esa muerte original vedada en las colonias. No era una prohibición, sino lo defectuoso que producía ese éxtasis y algunos suponían lo más cercano al sentir del homo sapiens cuya última búsqueda era el encuentro y unión con otro ser.
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Por Aníbal Ricci Anduaga