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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |



 





ESTÁS MUY MAL

Por Aníbal Ricci


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Cállate, me estás molestando. Ayer extravió la tarjeta de crédito cuando compró tres kilos de plátanos antes de abordar el Metro y viajar a la ciudad jardín. Dice que el nieto no sabe nada, aunque en realidad fue quien le bloqueó el plástico. El hombre tiene ochenta años y prácticamente no trae equipaje cuando viene con su mujer a la capital. Adquirió un computador que no le interesa usar, no lo incluye en el bolso por el peso excesivo, aunque bien podría haber comprado los plátanos en los puestos cerca del terminal de destino. Ingresa en la línea tres y en vez de ir en dirección a Universidad de Chile, prefiere la ruta opuesta por Plaza Egaña. Estás equivocado, ese no es el camino. No quiere que su hijo lleve el bolso con los tres kilos de más. Su andar es pausado debido a que se cayó la semana anterior cuando experimentó un día de furia contra sus hijos y nietos. Hubo que encerrarlo para que no saliera a la calle, pero también escondieron los cuchillos luego de amenazarlos con las esquirlas de un vaso que hizo trizas contra el lavaplatos.

Baja en el terminal de Pajaritos y compra los pasajes para el bus de las seis. Quedan diez minutos y quiere de todas formas tomarse un café. Su esposa termina a tiempo y el hijo le dice que el bus va a partir. Nunca llegan a la hora, dice y tarda a propósito en beberse el brebaje. La idea es llevar la contra, está convencido de que el bus no partirá si no lo decide. Llega tarde al andén y el hijo sugiere que el bus ya partió. Son las seis y diez minutos. No quiere soltar los pasajes, repite que el bus está retrasado como otras veces, pese a que el asistente de andén ya anuncia las salidas de las seis y veinte minutos. El hijo le quita los boletos de la mano y al ejecutivo de Tur-Bus poco le interesa que dos ancianos hayan perdido el viaje. Se remite a informar que deben establecer un reclamo formal en la oficina central ubicada en no sé dónde.

El asistente de andén es un dominicano que observó como el hijo tomaba del brazo a la madre mientras ella caminaba temerariamente por la loza. El anciano se desentiende de la esposa que hace lo imposible por ingresar al bus que tiene enfrente. Está convencido de que el bus de las seis está retrasado cuando son las seis con cuarenta minutos. El asistente de andén intercede y habla con el chofer de las seis cincuenta. El hijo tranquiliza a la madre que grita frente a la puerta del bus. El chofer asegura que si quedaran asientos disponibles los hará pasar, que lo esperen hasta la hora de partida. El hijo llama al padre que está a seis andenes de distancia esperando el bus de las seis. La madre quiere ingresar al baño del bus que está junto a la entrada. El hijo coge al padre del brazo y le dice que ya solucionó el problema. Éste se adelanta a su mujer y la aparta para entrar primero al baño. Madre e hijo suben al segundo piso esperando un mejor momento. El bus cierra las puertas y se ubican al final del pasillo. Un pasajero cede el asiento debido a que presenció el griterío de abajo. El viejo tarda diez minutos en el baño y se sienta en cualquier asiento, no en los asignados por el chofer, a ocho asientos de distancia de sus parientes. Habla por celular en voz alta que se escucha hasta el final del pasillo. La madre está asustada ante la insistencia del hijo por llevarla al baño.

El hijo lleva más de treinta horas sin dormir debido a que acompañó al anciano a reparar la placa dental que hizo añicos la noche anterior. Por la mañana pretende por fin someterse a una resonancia magnética para descartar un accidente cardiovascular. Vislumbra que ha tratado pésimo a la familia durante los últimos días y dejará que el hijo lo lleve a Integramédica a primera hora. A la neuróloga le indicó que se hará un escáner como el que se hizo hace años, aunque la doctora insiste en que ese examen no determinará si hay algún daño cerebral. Extiende una orden médica para una resonancia magnética, exactamente la misma indicación de los tres centros de urgencia a los que acudieron la semana anterior. El diagnóstico probable es exactamente el mismo. Señorita, usted está equivocada, repite varias veces. No tengo ningún problema, anóteme un escáner para hacerlo de inmediato. Le indica que no sirve ese examen y que para hacerse las imágenes necesita pedir hora. El hombre sale de la consulta diciendo que la neuróloga no tiene idea de nada. Requiere de una muestra de sangre, insiste en que tiene que ser altiro y que medirá el nivel de creatinina. De ser alto resultaría peligroso el contraste yodado indicado para la resonancia que no quiere hacerse. La doctora lo explicó claramente, pero el sujeto quiso entender que de salir bien el examen de sangre no sería necesario el escáner, que en realidad debiera ser una resonancia magnética.

En Viña del Mar el hijo ha logrado dormir seis horas y el hombre le retira las frazadas y las sábanas. Acto seguido le sirve pebre de desayuno, en el refrigerador sólo hay tomates. El hijo trajo un tarro de café desde Santiago y lo esconde porque el padre insistirá que es veneno. Pero cuando se entera que calienta agua se enfurece. Te vas a cagar los riñones, repite como cientos de otras veces. El hijo desayuna solo mientras el hombre acude al banco a retirar una nueva tarjeta que le solicitó el nieto. Tuve que ir a otra sucursal, mi nieto no tiene idea de nada. El hijo lo llama durante toda la mañana y sus padres regresan a las tres de la tarde ya almorzados. Acudieron al restorán favorito y se sirvieron dos platos cada uno, con jugo, postre y café. El hijo los esperaba para almorzar, pero el padre no se da por aludido. A las cinco de la tarde toma un bus al centro y devora una pizza en el patio de comidas. Regresa al departamento del hombre y éste le pide que le enseñe como borrar contactos del celular. Le explica que su amigo de Limache se refería a los cientos de wasap que tiene registrados, pero no insiste y le enseña a borrar contactos. Quiere borrarlos todos, el de su hija, hijo y nietos. Le explica que va a quedar incomunicado e intenta llamar a su hija. Ha borrado también el ícono del teléfono y no sabe como llamarla. El hijo rescata el ícono, pero el anciano dice que nunca ha llamado marcando wasap. Quiere aprender a usar el computador nuevo. Le enseña a activar el motor de búsqueda. Se lo muestra, el hombre accede al banco, pero ahora quiere que el hijo le hable, que no entiende la tecnología que usaba hasta hace dos semanas. Le conversa, pero él no quiere conversar de ese tema. Estás mal, no entiendes nada. El hijo le menciona que un antiguo conductor de televisión, Enrique Maluenda, está próximo a cumplir noventa años y el progenitor le responde airado que no es así, que Maluenda es de su época y que no tiene noventa años. El hijo molesto busca en Google y le responde que cumplirá ochenta y ocho años. Ves que no sabes nada, nunca le achuntas. Enséñame a apagar el computador, insiste. En el refrigerador solamente hay tomates y de su bolso saca unas láminas de queso. Busca el pan en la despensa y el viejo grita con furia que lo va a dejar sin pan. Para qué viniste, todo está mal, tu madre nunca se porta así conmigo. No me puedo concentrar. Enséñame a prender el computador, ayúdame, escribiendo cosas en tu computador no me sirves. Para qué viniste. El hijo lo abraza y le dice que está sobrepasado, que tiene que contratar a alguien para que cuide a la madre. Cállate, me estás molestando, ahora la furia es contra su esposa. Ella le pide un pedazo de queque y él la manda a acostarse. Son recién las ocho cuando se oye el tercer me estás hartando. El hijo le pide que se calme cuando ella ya se ha acostado. No está acostada, las cosas no son como tu piensas, ahora increpa al hijo que se refugia en el cuarto para hablar con su novia. No me sirve que hables con ella, enséñame a apagar el computador. Si bien el hijo entiende el estado mental de su progenitor, también sabe que su padre lo ha odiado toda la vida.

Tenía siete años cuando le gritó a su madre que el médico no entendía nada. Tercer médico que insistía en que le extirparan las amígdalas. Estas amigdalitis recurrentes que se suceden varias veces al año pueden traer futuras consecuencias cardiacas, las mismas palabras de los anteriores doctores. El hombre repetía con voz airada que las amígdalas eran indispensables para el sistema inmune y que la fiebre alta era benéfica para la salud del hijo. La temperatura sobrepasó los cuarenta grados muchas veces y le bajaban la fiebre con compresas de barro y cebolla. Una vez llegó cerca de los cuarenta y uno, entonces el hombre se asustó y metió al hijo en una tina de baño con agua fría y le echó los hielos del refrigerador. Algo cedió, para el anciano bajarla con aspirinas era muy peligroso. Procedió a envolverlo en una sábana que sumergió en el agua, para luego cubrirlo con frazadas que impedían que se mojara el colchón.



 

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