Nunca la invité a Los gatitos, motel piola con rejas de metal para proteger el castillo. Cuatro gramos son suficientes para revivir los dedos del pie. Hace tiempo comenzó el congelamiento, ahora son tres los dedos que no siento. El oído izquierdo hace cortocircuito y nuevas voces están por estallar. Pero la depresión está contenida mientras transcurren los meses fríos. Desde que dejé de hablar con Javiera durante un mes pude contener la ansiedad. No salí del departamento y tuve una ventana de drogas. Después mi padre hizo patente la ira hacia sus hijos y la presión fue incontrolable. Voces no sólo del oído izquierdo, también el derecho se hizo presente con un préstamo de la caja de compensación como detonante. No fui capaz de liberarme de ideas retorcidas y fue imposible diferenciar entre el día y la noche. Durante semanas se sucedieron jornadas de sexo entre los santuarios. Moteles de doce horas para recargar las pilas y acceder a otros transexuales. La memoria dejó de registrar en su bitácora y ni siquiera la lluvia fue capaz de detenerme. Perdí humanidad y me robaron, pero la ley de fraudes devolvía el dinero. Otra vez en Los gatitos pidiendo whiskys para mi acompañante invisible. Un gramo para encender el porno y el recuerdo de Javiera. La imagino compartiendo ese vino blanco, me encantaban nuestros rostros alcoholizados. Estoy desnudo sobre la cama y sus tatuajes cobran vida. Cualquier contacto de Instagram es motivo para disparar sus celos. Hace meses que no hemos vuelto a vernos y le tengo que dar explicaciones. Hablar con ella en el chat permite hacer las paces. Ambos estamos complicados con nuestras vidas y sé que al terminar el invierno podré ser un humano otra vez. De qué sirve que nos recriminemos los actos. Negativo es una palabra hermosa, pero este invierno ha calado profundo. Hacer planes al futuro no será una opción viable en estos momentos. Una palabra a veces lo es todo. Falta detonar la combustión para avanzar en alguna dirección. Observo al lado derecho de la cama y la cocaína hace posible verla. El espejo esta vez miente, porque no hay ninguna persona en ese reflejo. El segundo gramo produce espejismos. La veo sentada en la cabecera, desnuda y quiere hablar conmigo. Estoy solo y su ropa interior roza mi piel. El negro es un color que le favorece, pero hay un solo cuerpo para alimentar esas imágenes. Un tercer gramo activa la paranoia que me hace importante, dueño de este espacio con un vestíbulo. Pido otros dos whiskys y apago las luces. Ese día no podía dormir y Javiera debía darme una estocada. Pero hablaba en serio. Agarré las llaves y me fui al centro de San Felipe. Un salón de pool borroso como única visión antes de aparecer en el hospital. En verdad estoy brindando junto a Javiera. La cocaína se esfumó, pero las pulsaciones siguen a mil. Descuelgo el citófono y extiendo por doce horas. No quiero volver a verle la cara a mi padre y cambio el canal del televisor. Una película al azar podría ser, pero prefiero el canal de noticias que indica la hora. Todavía no amanece. Tengo frío y enciendo la calefacción. Me pongo los pantalones y me envuelvo entre las sábanas. No traje los medicamentos y creo que será imposible dormir. Esas tres semanas fueron infernales, pero ahora necesito estar solo. El pasado sigue vivo en los flashbacks que se han vuelto inquietantes con el correr de los años.
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Por Aníbal Ricci Anduaga