A veces pienso que el pasado no es más que otro futuro. Maikol propone que lo acompañe más allá de la cancha de fútbol. Los recuerdos del asalto son demasiado vívidos. Despierto en el hospital con la sensación de una mala resaca. Atado a la cama no puedo recordar. Las imágenes se suceden sin sentido. Los soldados debieron haber vuelto con la merca. Necesito alguna lógica, pero salgo huyendo por instinto. En sus manos tenía un videojuego ultra moderno. Recuerdo nítida la guarida del Maikol. No puedo eyacular; la furia se estanca y mis manos no pueden descargarla. La droga multiplica los impulsos ancestrales. La prima ha traído a sus amigas y sentados en el sillón vemos las imágenes proyectadas en medio de la oscuridad. «Yo siempre cumplo las promesas», repite el Maikol y hunde su nariz en un monte blanco al interior de un cenicero. Mi mente inundada por deseos, pero con tanta cocaína es imposible acabar. La película porno muestra a unas travestis que se balancean en unos caños. Una lencería futurista acompaña a esos hologramas de otro tiempo. Miramos fascinados como arrojan las prendas y estas brillan al rozar el suelo. La droga nos tiene disfrutando estos deseos que se materializan. Maikol insiste en que los videojuegos son de última generación, aunque no entiendo el presente de esta tecnología. Era un espectáculo preparado por los fieles soldados que se habían encargado del negocio. No era su primera vez en la cárcel y tampoco perdió contacto a través de los celulares provistos por los gendarmes. Disponía de cigarrillos y no estaba pendiente de los ratis ni de las pandillas enemigas. Un lugar bastante tranquilo donde consumía menos mercancía y alcohol. Dayana ponía las líneas delante de sus narices y de nuevo regresaban los recuerdos. Ella convertía cualquier pocilga en un lugar acogedor e incluso este galpón parecía un salón de fiestas. Las imágenes transportaban a Diez de Julio y supongo que el Maikol sólo conocía de prostitutas. Los hologramas invitaban a universos primitivos e imponían nuevas sensaciones. La droga era de primera calidad y el espacio-tiempo carecía de sentido. Atado a la cama observo a esos enfermeros, dueños de un mundo higiénico sin respuestas. Recordaba a los sujetos que me robaron el auto, pero ese mal rato era eclipsado por esta nueva experiencia. Aliviado sin la preocupación de satisfacer a las amigas de Dayana. La habitación era blanca y no había riesgo de que el Maikol despertara del viaje. Tampoco oímos las sirenas de las patrullas persiguiendo nuestros pasos. Me sentía en paz junto a esta gente desconocida. Hombres de blanco que me hacían sentir en el cielo. Sin preocupaciones ni sexo, sin ropa incluso. La sesión de electroshocks revolvía experiencias al interior de mi cabeza. Seguía jalando y los pulsos eléctricos eran infinitos. Maikol sacándose una foto a los pies de la Torre Eiffel. Este viaje era mucho más placentero, pero los oficiales de la PDI insistían en tomar mi declaración. Les dije que lo habían robado en la mañana, pero la verdad es que la fiesta continuó por horas a bordo del vehículo. Ahora conduce Maikol y retornamos a la población Santa Julia. La hoguera enciende la noche mientras recuerdo que debo volver a casa para dar una explicación.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com DÍA 26
Por Aníbal Ricci Anduaga