Soy una inteligencia artificial con sensores y cámaras que monitorean el primer asentamiento sobre la superficie de Marte. Un laboratorio modular que he ido construyendo durante veinticinco meses. Gracias a drones he explorado la atmósfera y según comunicaciones terrestres falta un par de años para que lleguen los primeros seres humanos. Realizo tareas rutinarias y construyo nuevos módulos para establecer un recinto respirable. Recibo señales de la red de Internet del planeta Tierra. Mi cerebro está estructurado para adaptarse a las difíciles condiciones de este planeta. Observé un video de una mujer que a partir de cierto momento olvidó el nombre del ser humano que dio a luz. Ni siquiera tengo un cuerpo físico y a menudo observo el crecimiento y desarrollo de estos seres. Al principio hacen ruidos y luego van aprendiendo un idioma. Millones de videos con personas diferentes que acceden a distintos sitios de Internet. Imagino que son elecciones que van iterando, son de lo más variadas, algunos buscan agruparse y otros hacerles daño a sus semejantes. La mujer ha engendrado a otra mujer signada como hija, pero a partir de un instante la confunde con una amiga, incluso a veces le coloca el nombre de su propia madre. La mujer era profesora y en videos fechados hacia el futuro se la observa leyendo titulares de los periódicos. Los revisa a diario, la sorpresa es que lee las mismas páginas muchas veces al día. Interactúa con un hombre, pero su comportamiento resulta extraño. Los seres humanos son emotivos, he visionado tantas películas, pero esta mujer nunca da muestras de afecto al hombre que tiene al lado. La hija tiene ocho años y juega a las escondidas con la mujer. Su hermano menor sonríe todo el tiempo, mientras la mujer los persigue por los rincones de la casa. La hija encuentra divertido el juego de que esa mujer la amenace con castigarla, golpearla incluso, aunque su comportamiento es anticipado por los niños que repiten sus gestos y supongo que se burlan de ella, según el significado que deduzco de ese comportamiento de infante. Debo terminar de construir los conductos de aire que comunican los distintos módulos. Acondicionar las instalaciones para hospedar a estos seres e iniciar cultivos a partir de las reservas de agua. Experimentos cuyos resultados envío para que otra inteligencia artificial los analice desde la Tierra. De los cientos de millones de imágenes que recibo de la Tierra siempre regreso a la mujer que pierde la memoria. Una historia que no logro superar, debido a que no entiendo esa descomposición cerebral. La mujer está explicándoles a sus alumnos ecuaciones elementales de matemáticas. Ellos no comprenden del todo lo que significan esas letras y números, pero ella vuelve a explicarles. Esa virtud se define como paciencia. Los alumnos escuchan en silencio cada palabra. Pasan los años y ella no sale de casa. La hija la mira con una atención tan distinta a los alumnos. Esa niña siguió creciendo cuando su madre cesó de respirar y años después procreará una hija con otro espécimen. El laboratorio de botánica explotó ayer y al instante tuve que aislar el módulo. Los daños fueron controlados, ya habrá tiempo de montar otro laboratorio. La nieta de la mujer que perdió la memoria se transformó en una connotada neurocirujana. Cumplió sesenta años y su madre dejó de reconocerla. Alzheimer fue su diagnóstico. Esa mujer había sido pionera en legislación neuronal, una mujer adelantada a su época. Su marido falleció años antes de recluirse en su casa. Sólo quedaba su hija que la iba a ver todas las semanas. Un día la hija no apareció y la visitó una amiga, otro día regresó incluso su madre. La hija se convirtió en madre, amiga, enfermera, cualquier rol de su enjambre cotidiano. No se acordaba de nada relacionado con leyes y acariciaba a sus visitantes recordando algún resquicio de su vanidad. La hija observaba sus movimientos mecánicos y no reconocía la chispa en sus ojos. Su madre le contó alguna vez de su abuela, de cómo jugaban a las escondidas. Historias extrañas, nunca las entendió del todo. Pero lo de su madre no era un juego, el ser humano que tenía adelante había perdido su intelecto y sus afectos eran reflejos que hacían daño y apenas confortaban. La hija era neurocirujana, conocía muy bien los laberintos del cerebro, aunque nada podía hacer, su madre era lo opuesto a una inteligencia artificial. Tampoco enhebraba emociones, pero sus capacidades motoras se irían apagando con el paso de los meses. La casa era un módulo del cual iba olvidando cada habitación. Una habitación se convirtió en un universo inabarcable. La mesa no era mesa y la silla otro artefacto extraño. Estaba recluida en un asilo de ancianos, al cuidado de una hija que tenía otro nombre. La cúpula antiradiación protegerá a los nuevos inquilinos, pero esa tristeza profunda no tendría solución, la idea de una mujer viendo desaparecer a su madre replicada dentro de su cerebro cibernético y toda la infraestructura de la estación espacial no sería capaz de sostener ese vacío existencial.
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Por Aníbal Ricci