El futuro del país navega entre un mar brumoso. La esperanza de la población es silenciada por decenas de asesinatos orquestados por el crimen organizado. Los militares luchan para detener el avance de los inmigrantes que vienen desde las fronteras. Las autoridades velan por mantener el orden capitalista imperante, pero la comunidad se encamina directo al exterminio. «Todo acto tiene consecuencias», es una frase que se usa normalmente para revelar el resultado del comportamiento humano. Los políticos se pelean por imponer sus puntos de vista mientras la violencia se apodera de las calles. Existe una relación de causa y efecto al no hacerse cargo del problema. Los delincuentes hacinados en las cárceles realizando tareas inútiles para hacer transcurrir el tiempo. Las leyes no los amedrentan y la policía tampoco ejerce coerción efectiva. Van por la vida sin frenos y sin prestar atención a las consecuencias de su conducta. La cárcel es el lugar donde van a parar esos miembros desechables que no persiguen el bien común y experimentan el nihilismo de sus decisiones. El subproducto de los otros habitantes que también compiten entre sí, al alero de un neoliberalismo que exacerba los deseos de ostentar bienes materiales, en una sociedad donde la moral no es importante, sino sobresalir frente el vecino, teniendo autos más lujosos o participando de fiestas con mujeres hermosas. Un mundo de oportunistas sin escrúpulos que eluden cualquier tipo de responsabilidad. En el otro extremo de la campana de Gauss, a su vez conviven los que han renunciado al dinero y jamás se trenzarán a golpes. El capitalismo los mantiene a raya aun cuando no son sujetos violentos. Incluso los encarcelarían por no contribuir a la envidia colectiva que lleva a ambicionar bienes ajenos. Sobreviven amenazas terroristas, suicidios, tecnología impredecible y violencia anarquista de las calles. Una mentalidad poco funcional los vuelve aptos para tareas artísticas que nadie valora y que difícilmente se podrán expresar en dinero. «Estoy peleando por una vida que no tengo tiempo de vivir», parecen repetir los narcotraficantes. Lo mismo expresan los artistas en su lucha contra el tiempo y goce permanente de cada instante. Vive bajo sus propios términos y posee la lucidez suficiente para darse cuenta de cómo funciona el sistema. El tipo gozador, más bien solitario, en cierto sentido el egoísta de Nietzsche. Un ego destructivo caracteriza a este hombre que ha vencido los prejuicios inculcados desde la cuna.
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Por Aníbal Ricci Anduaga