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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |












MINARI (2020)
Dirigida por Lee Isaac Chung

Por Aníbal Ricci Anduaga



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Impresiona que una película de escaso presupuesto, acerca de unos inmigrantes coreanos que se asientan a cultivar la tierra en un apartado rural de Arkansas, consiga tantos premios (95 hasta el momento) en eventos tan importantes como los Globos de Oro, Sundance, National Board of Review (NBR), American Film Institute (AFI), Critics Choice Awards; además de las seis nominaciones a los Oscar (incluyendo mejor película y director).

Al parecer, la pandemia del coronavirus ha permitido que películas categorizadas como independientes (indie, en inglés) tuvieran una importante vitrina a través del streaming, asumiendo que las salas de cine permanecieron en su mayoría cerradas durante el año 2020. Ahora el cine se disfruta desde la casa, internet ha logrado acercar a las familias en torno a una buena película.

Basada en los recuerdos autobiográficos de Lee Isaac Chung, compitiendo en la categoría de mejor guion original, firmado por el propio director. El punto de vista se centra en David, el hijo menor, que observa extrañado como la familia se ha trasladado desde la ciudad hasta unos containers acondicionados sobre ruedas.

El matrimonio se dedica a separar los pollos machos de la cadena productiva, su principal fuente de ingresos, y Jacob (el padre) ha comprado veinte hectáreas para cultivar vegetales de origen coreano. La familia ha renunciado a las comodidades citadinas para ser dueños de algo que les pertenezca. Para estos inmigrantes constituye su propia versión del sueño americano.

El tiempo transcurre pausadamente a lo largo de una cosecha y a Mónica (la madre) no le convence haberse trasladado al entorno rural. Para cuidar a los niños vendrá Soonja (la abuela) desde Corea, quien desde un comienzo da muestras de su extravagancia. No sabe cocinar, le gusta jugar a las cartas y ver programas de lucha libre. A David y su hermana les extraña que su abuela no haga galletas y que maldiga todo el tiempo.

Todos los personajes están magníficamente interpretados, lo que otorga verosimilitud a este relato de tono minimalista. Los ejes fundamentales serán la abuela y el nieto, la primera aporta su sabiduría y el niño la inocencia, aunque ambos perciben la vida desde una arista lúdica.

David evita agitarse debido a que padece de una malformación al corazón. En casa lo cuidan en todo momento y sólo la abuela le repite que es un niño fuerte. Con Soonja descubren un claro del río y en ese lugar la abuela plantará unas semillas de minari, hierba medicinal que también sirve para sazonar las comidas.

El minari representa la metáfora del filme, aquello que crece en cualquier sitio sin cuidados especiales, como si la propia familia coreana pudiera adaptarse hasta en el más inhóspito y recóndito lugar. En esos momentos, David establece una relación cercana con la abuela, que sin querer alienta el ejercicio físico en el muchacho.

La familia afrontará toda clase de dificultades, como que fallen los compradores de sus productos y que deje de salir agua del pozo. Una mañana, la abuela sufre un infarto cerebral y su movilidad y habla quedan bastante comprometidas. Mónica (su hija) la deja ayudar en pequeñas labores, pero Soonja no es del todo capaz. Ayuda torpemente a lavar los platos y apenas se puede servir un vaso de agua.

Se podría decir que la cinta es una especie de neowestern, al emular los esfuerzos de las primeras familias de colonos que poblaron los Estados Unidos. De suma importancia será la unión de sus integrantes, dado que son los únicos que velan por su bienestar. Aunque Jacob recibirá la ayuda de Paul, un fanático lugareño que profesa la religión cristiana, quien rápidamente lo auxilia en las labores agrícolas. No es antojadizo este personaje, debido a que subyace durante el metraje la idea de que mediante el sufrimiento alcanzarán la recompensa, el padre sería el culpable de esta precaria situación, idea muy acorde al razonamiento cristiano.

El matrimonio discute habitualmente y luego de un chequeo médico Mónica le hace saber su molestia, dejando entrever que Jacob privilegia la granja por sobre la familia. Hay profundidad en un encuadre donde Mónica adopta esa posición de rebeldía, le dice a su esposo que ya no confía en él. David observa desde lejos y al regreso a casa se desatará la tragedia.

Son escasos los alardes técnicos, el montaje tiene el mérito de hacer pasar como cotidianas las distintas escenas, nada es tan dramático, pero al llegar a casa un incendio devora el granero y en ese instante notamos que Mónica estaba realmente comprometida con el proyecto de su marido.

La escena emotiva surge cuando David corre, a pesar de su defecto congénito, a darle una mano a la abuela, que se sentía responsable de todo el desastre. Un travelling magnífico como aquel de Los 400 golpes (Truffaut).

El ciclo natural volverá a empezar, una nueva cosecha, un nuevo pozo. El padre acudirá con David al lugar secreto de la abuela.

«La abuela eligió un buen lugar», le dice Jacob a su hijo.

Ella representa el origen (la que siembra y determina la cosecha) y observa a los demás recostados sobre cojines, durmiendo abrazados como una verdadera familia.

La historia fluye tan natural, que los personajes conmueven y nos hacen partícipes. Como espectadores asistimos a una ceremonia íntima, cuando llegan los créditos algo cálido recorre nuestras venas y en ese punto somos profundamente privilegiados.

El sueño americano nada tiene que ver con el dinero, sino con el asentamiento de una familia.

 

 

 


 

 

 

 



 

 

 

 



 

 

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