Treinta y siete grados celsius. Voy a la botillería y compro una cerveza de litro. Olvidé la tarjeta de débito, crédito será. Dos vueltas a la manzana y estoy bastante alcoholizado. Un piquero en la piscina y converso con Claudio, ejecutivo de grandes empresas del Scotiabank. El agua semeja algún país del Caribe, me sumerjo y atravieso por el fondo de azulejos. Estuve meses con una mujer que me quitó las ganas de vivir. Escribí menos, no leí nada y esta mañana devoré el libro de un amigo, Succión, uno de los mejores escritores chilenos. Una delicia que me hizo pensar en el consumismo, no como un eslogan, sino como esa máquina de producir mierda. Lo hace en un lenguaje al alcance de cualquier tipo que no terminó cuarto medio.
Salí de la piscina y no llevé toalla, el calor secó el traje de baño al instante. Subo al quinto piso y del congelador saco la botella de chardonnay. Mi padre nunca se va a enterar de que estoy medio pasado. Dos copas y estoy escribiendo estas líneas. Las tengo guardadas en mi bolso para disfrutar a medianoche. El porno increíble al que accedo con un par de rayas. Escribo entusiasmado porque de verdad me he librado. La chica me volvía loco, tenía una sexualidad contenida que explotaba mi cerebro. Uno aguanta humillaciones, de verdad siento la libertad de pensar en infidelidades saludables. Me encantaba esa mujer, pero era tanta la opresión que a veces tiraba con un travesti. Me tenía hasta las huevas con sus celos primitivos. Uno puede estar empotado hasta el culo por una mina, realmente trastornado, ahora estoy un poco más relajado.
Tiré el celular a la basura y cerré todas las redes sociales. Libre de atados, podré encamarme con Roxana, nombre que me hace recordar a Police. Luces rojas que siempre llevan al extremo, compré tres gramos y espero culearme a todo lo que salga de la pantalla. Los días de paga puedo acceder a un transexual de fuste. Ahora que estoy solo, ni siquiera voy a buscar los límites.
Uno se va a la cresta porque necesita equilibrar emociones contrapuestas. Esta mujer no tendrá pico, pero es tan rica que confunde e invita al infierno. A buscar un trabajo convencional y hacerlas de macho proveedor. Se siente importante porque la invitas a tomar un trago. Mejor la valentía de vagar por calle Diez de Julio y conversar con ese hombre con tetas. Argentina, su labia denota orgullo. El porno da ternura y una dosis de viagra contrarresta el influjo de la cocaína.
He dado tantas vueltas a la manzana y los espectadores pensarán que soy homosexual. Vago feliz recorriendo calles con tan pocas lucas, pero la coca hace recorrer muchas millas y el viaje resulta una versión del futuro. Paz, la mina ya no puede llamar y respiro libertad. Qué agradable bracear por el fondo de la piscina. Unos minutos lejos de esas recriminaciones. Necesito escribir y sin querer te conviertes en la piedra del zapato. Hasta las ganas de respirar haces trizas y te sientes empoderada.
Me tranquilizo y pienso en la chica anterior, la amaba y se fue al sur. Se escapó de mis posibilidades económicas. Esa foto en Cascada, ella era mi mujer y yo la cagué al reemplazarla con otra. Pido prestados diez lucas y con esa plata no sé a lo que accedo. Una promesa de irme, pero en realidad estoy en el balcón, durmiendo en un sillón, donde la familia hace la vida imposible.
Estas ideas descabelladas liberan y sigo debajo del agua, esperando llegar a la orilla. Puras huevadas intercambiamos con el banquero, el tipo del Scotiabank era simpático, toda esta mierda de entorno, suave, atenuada; no sé si estaré conforme con esta vida que se extiende hasta el infinito.
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Por Aníbal Ricci