Película dividida en tres actos que transcurren en China en los años 2001, 2006 y 2017. A través de su guion, el director sitúa el desarrollo en la mente de la protagonista, Quiao, la mujer de un mafioso local.
Junto a este viaje interior, la película coloca como telón de fondo el proceso de construcción de la represa de las Tres Gargantas, ubicada sobre el río Yangtsé y que se convertirá en la mayor obra hidráulica del planeta. Esta represa sumergirá las edificaciones de pueblos enteros bajo sus aguas. Simboliza el paso desde una China tradicional a otra que abraza el capitalismo y las costumbres y modas de occidente. Ese pasado quedará sepultado bajo la modernidad.
Quiao es una mujer segura de sí misma y por lo demás, muy leal a Bin, que opera dentro de la comunidad de Datong. En un enfrentamiento, Bin es atacado por miembros de una pandilla rival y Quiao sacará un arma en medio de la ciudad, salvará a su pareja de la muerte y de paso será enviada a la cárcel, donde cumplirá una condena de cinco años.
El mafioso saldrá libre al año y dejará a Quiao a su suerte. Cuando la protagonista vuelve a Datong, las autoridades refuerzan por los parlantes que los pueblos desaparecerán bajo el curso del Yangtsé. El pasado glorioso de la agrupación mafiosa también ha quedado atrás y la mujer sostiene una franca conversación con Bin en una modesta habitación de motel, que transcurre en un plano fijo donde le enrostra su resentimiento.
Quiao ha cambiado, es otra mujer, pero aún orgullosa le dice a Bin que lo dejará tranquilo. Este segundo acto representa la transición ante los profundos cambios de su vida y de la tradición china. Hay desesperanza y Quiao vuelve a Datong donde monta de nuevo un negocio de juegos a menor escala.
La caracterización de Quiao es milimétrica: el paso del tiempo en el rostro de la actriz y en sus ademanes suponen un conflicto interior de envergadura.
En el tercer acto, la ciudad ha cambiado y Bin vuelve a su vida. Ha tenido un infarto cerebral y ahora depende de una silla de ruedas para desplazarse. El antiguo mafioso se presenta ante sus antiguos protegidos, algunos han progresado en el nuevo mundo de la oferta y la demanda, aunque otros recuerdan con añoranza los viejos tiempos.
En particular, la juventud no respeta los viejos códigos ni a sus antiguos jefes. Bin ahora es un don nadie, pero en la mente de Quiao el pasado persiste y no ha vuelto a encontrar pareja. Todavía guarda cierta fidelidad hacia Bin y lo acoge a pesar de su estado lastimoso.
Ahora el dinero no abunda y Quiao comparte habitación con él en un pequeño apartamento. Visitan un viejo paraje a los pies de un volcán (el mismo de los viejos tiempos), pero esa lava ya no será capaz de afianzar ningún lazo.
En este desenlace no hay espacio siquiera para la lástima: Bin entenderá que ya no puede brindar nada a Quiao y deja a esa mujer en medio de habitaciones vacías donde el futuro se muestra solitario.
La modernidad se abrió paso en el cemento de Datong. Los personajes ya no completan el encuadre, se hayan sumidos en los bordes. Hay un silencio sepulcral. Quiao deberá afrontar ese vacío durante lo que resta de su vida. Los colores de China han desaparecido por completo.
La factura técnica de la cinta es de alto vuelo y la actuación de Tao Zhao nos ha sumergido en una desesperanza desoladora. La fotografía y puesta en escena fueron pavimentando, de forma implacable, este camino de no retorno.
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