«Teo, tráeme cigarros del peruano. Son cinco lucas y me das el vuelto».
Muevo la cabeza al escuchar el portazo. La reja está sin llave y cuento los pastelones. El perro negro de la señora vieja. Mea un árbol y rio. Bocinazo, un grito y la señora del perro mira feo. El portero sale del edificio. No sé su nombre, pero es amable. Me levanta y grita al chofer. Debo cruzar una calle y falta harto. Tengo el billete en el bolsillo, respiro aliviado.
«El Mateo está cada día más imbécil. Ojalá no se olvide, podría cocinar, pero es un peligro».
Terminan los pastelones, empieza una zona de cuadrados enormes. Pan con mantequilla, tengo hambre y esconden el pan. «Te comes todo el queso y estamos a lunes».
Me baño en la mañana, la pieza sin adornos. Paredes blancas, hago la cama. Barro el patio, el negocio a dos cuadras. Lejos, prefiero mi cuarto. La cortina tiene musgo y apoyo la cabeza al otro lado. Duermo temprano, sacaron la tele. Esta señora me pasa plata y compro una Coca-Cola de tres litros. Nada en el refrigerador, la señora se enoja. Todo el mundo grita, ella en verdad. Estoy llegando donde el peruano. Abre temprano y cierra tarde. La vieja es medio ciega, no sé por qué me trata mal. Trajo un pino horrible para Navidad, no sé para qué, si su hija no vendrá a verla. Se me pierde la plata y guardo un paquete de galletas debajo de la cama.
«Se demora este tontorrón, quiero fumar un cigarro». El pino afuera de la pieza, sin luces y sin adornos. Mi mamá murió y esta señora es mi tía. No aprendí a leer, mi padre me trataba mal. No salía a jugar con otros niños. Cuando llegué donde esta señora fue la primera vez, íbamos de compra al supermercado. Pasé a llevar el pino y mi tía se puso roja de furia.
«Eres un tarado y tampoco pienso regalarte nada». Cumplí cuarenta años y disfruto de la soledad. Una vez escapé y caminé muchas cuadras. Mucho más allá del negocio del peruano. Antes comprábamos una vez por semana, pero ahora me manda a comprar una cosa. Tres como máximo, recibo el vuelto y me reta. Caminé como diez cuadras, le robé un billete de la cartera y compré un berlín.
Llegué a una plaza y la gente miraba raro. Me senté en una banca, pero prefiero la oscuridad del clóset. Cierro la puerta de rejilla y miro la revista de Almacenes París. Me masturbo cuando me grita mucho, las mujeres en ropa interior son bonitas. Eso a veces, pero me gusta hojear un libro que tengo. No entiendo una palabra, pero tiene dibujos, algunos colores.
Doy vuelta las páginas y entiendo cosas distintas cada vez. Supongo que es una buena historia, escondo el libro de esta señora que no para de gritarme. El peruano no me engaña con el vuelto, en el quiosco es otra cosa. Un chocolate de envoltorio blanco y negro, es lo que alcanza.
La vieja fuma una cajetilla todos los días y la casa huele a humo. Una vez traje un gato y lo echó a patadas, le tiró agua caliente. Quiero un pan con huevo. «Ya estás molestando». Esconde el pan en su pieza y lo guarda con llave. He preparado tallarines, pero la señora me da un pan al desayuno. Almorzamos comida recalentada y en la noche los restos del almuerzo. La he escuchado tomar once y luego de comer voy al cuarto.
Recibo una plata de un seguro, todos los meses, pero mi tía dice que no puedo ocuparla. Ella vive de un montepío, el tío murió hace mucho. A veces me convida vino, cuando se pone alegre. «Ven a conversar con Marta». Yo la miro extrañado, es otro tono de voz, amable, parecido al portero del edificio. Siempre me saluda por el nombre. Al árbol le puso unas guirnaldas y lo pasé a llevar. Bloquea la puerta, apenas puedo pasar, pero grita una y mil veces. Le traje los Laky.
Recuerdo que mamá me llevaba al cine, a veces unas películas en otro idioma y no podía leer las letras. Cuando estoy en el clóset recuerdo la oscuridad. Miro por la ventana luego de correr la cortina con musgo. Esta señora gasta toda la plata en cigarros y jamás invita a alguna parte. Mi prima es menor que yo y es enfermera. Me mira feo, ni siquiera saluda. Pero no viene nunca a ver a Marta, supongo que cuando chica la gritoneó mucho. No me imagino a esta vieja siendo cariñosa, yo llegué a la casa cuando ella era ya una enfermera. Me inyecta antibióticos cuando tengo fiebre. Duele montones y nunca he visto a un doctor. No tengo hambre, pero me hacen un sándwich. Lo mastico, si no lo termino será la última vez. Me gusta el pan con palta, prefiero queso, siempre mi tía lo esconde.
Cuando se hace de noche me tengo que ir a la pieza. No me duermo altiro y escucho el ruido desde el cuarto de Marta. Abro la ventana y me siento en el piso. Cuando voy por la calle los ruidos perturban y no me concentro. La gente habla y me asusto. Mejor la oscuridad, dentro del clóset los ruidos desaparecen, recuerdo a mamá.
Mi padre me pegaba todo el tiempo y ella me defendía cuando sacaba la correa. No era muy cariñosa, pero me defendía. Esos gritos los recuerdo bien, el grito del tipo que me acaba de atropellar. Ni siquiera se bajó y el portero lo enfrentó enojado. El chofer dijo que no se metiera o haría que lo echaran. La señora del perro negro me odia, pero se acercó a levantarme. Me recordó a mamá y pensé que se me había caído el dinero. Cinco lucas para el Laky.
Sigo apoyado contra la pared, está fría y duele la pierna. Está dormida, pero para qué le iba a contar a Marta. Prefiero que me deje en paz, estas horas antes de dormir son el mejor momento del día. No enciendo la luz para que cuando vaya a la cocina no se le ocurra abrir la puerta.
Los bocinazos son un infierno y la gente parece tan enojada como mi tía. Me encanta la noche y el silencio. Si Marta lo supiera me obligaría a dormir, acaso eso se puede.
Durante el día estoy medio dormido, total, para eso soy el «imbécil».
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com CUANDO NO EXISTO.
Por Aníbal Ricci Anduaga