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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |


 

 

 




NO TE OLVIDES DE MAÑANA


Por Aníbal Ricci


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Con mi llanto atraigo a los gigantes que me cambian de pañales.

Voy conduciendo confortablemente. Los instrumentos de navegación son precisos. A noventa kilómetros por hora atravieso la carretera dentro de las normas permitidas. Con el paso de los años lo percibo cada vez más iluminado. He recorrido tantas veces el camino entre Santiago y Viña del Mar que me siento seguro en este túnel. No sobrepaso las tres mil revoluciones y tres mil años es más que suficiente para cualquier religión. Pienso que ningún esfuerzo por agradar debiera durar tantos años. Acelero con la esperanza de alcanzar algún destino antes del final.

Las luces artificiales se transforman en líneas que van convergiendo. La ruta se hace cada vez más angosta y a pesar de los destellos me transporto a otro túnel menos alumbrado que llevará a Illapel. Es de una sola vía con un semáforo de advertencia, a veces tiene sentido y otras un contrasentido. Lo recorro seguro a pesar de que la oscuridad es extrema. Las luces del auto dan un tinte azul a las rocas, un azul tenebroso que me hace pensar en un cielo sin estrellas.

Me interno en un valle completamente distinto calentado por un sol sin sombras, donde un hombre hace dedo con un casco en la mano. Dice que es bombero y también policía, que en ese pueblo suceden pocas cosas. Arrienda un pequeño local en el centro. Lo dejo en la entrada, pero es tan minúsculo el lugar que también es el centro.

Se respira una velocidad distinta en el aire. Aquí no hay delincuencia, nos conocemos todos, me dijo el policía. Los bandidos se encierran a sí mismos en la cárcel (confieso que reí) y por lo mismo soy bombero. Rara vez había incendios y por eso trae ropa usada desde Santiago.

Es un poblado de casas de adobe. Los presos almuerzan en la picada de la esquina, me confesó. Todos lo saben, pero nadie dice nada. Por su boca me entero que en la taberna les cobran lo justo y no se aprovechan de su situación. El restorán da pena y el bombero saluda a los reclusos. La comida es pésima y el vino peor.

–¿A qué se dedica?
–Soy gerente de una empresa.
–Yo hago lo que hay que hacer en cada momento.
–Verdad que vende ropa americana.
–Tengo muchos empleos.
–¿Y necesita trabajar tanto?
–Nunca he buscado empleo.
–¿Y cómo llegó a policía y bombero?
–Los trabajos siempre me encuentran.
–¿Quién es usted?
–Un prisionero de este pueblo donde nunca hay incendios.

Despierto llorando en una habitación gigantesca que jamás he visto.

En este túnel estoy rodeado de gente que me quiere. Muchos de ellos incluso me idolatran y no me permiten navegar tranquilo. Pierdo mi brújula por satisfacer deseos ajenos que hacen sentir culpable. Confundo la amistad de tantas personas y me escudo detrás de una mujer hermosa. Vislumbro mi futuro a través de sus ojos y deseo hacerla feliz. Mis instintos se esfuman y me vuelco por entero hasta asfixiarla. Dice que está deprimida y entristezco por amarla demasiado. Me deja abandonado en una enorme caverna para la que aún no estoy preparado.

Del túnel del amante paso a sentirme borracho ante los problemas que me angustian. Ahora necesito borrar mi historia y partir de cero. Estar solo no es fácil y prefiero cambiar el pasado para trazar un presente. Espero no contraer nunca matrimonio. Prefiero las fiestas y las cenas románticas en restoranes de moda, aunque el sexo pasajero me hace sentir un peor amante. Busco la luz en el pasado y retrocedo a mi infancia.

Subimos el cerro San Cristóbal en medio de una intensa niebla. Al llegar a la terraza donde llega el funicular, montamos las bicicletas al hombro y escalamos hasta la virgen por un sendero de tierra. Ascendemos por su pedestal de cemento entre una bruma tan densa que a cada paso van desapareciendo los peldaños. Nos vemos suspendidos en el aire y distinguimos apenas la estatua virginal. Con mi amigo somos los únicos moradores de una isla de peldaños que se pierden entre las nubes.

Esta habitación tampoco la he visto antes. Necesito escapar de estas borracheras interminables que me hacen sentir atrapado. Es una forma de renegar el pasado sumiéndome en fiestas que transcurren a una velocidad mayor. Quiero llegar pronto al final del túnel. Una sola partícula de luz le dará sentido a toda una vida de oscuridad.

He tomado rumbos equivocados. Ser un alumno brillante hizo que me aislara de la crueldad de la gente. Estudiar demasiado es el camino fácil para no entender a los demás. Es querer que transcurra a una velocidad diferente del resto, no sé si mayor, pero de todas maneras distinta.

Voy avanzando con los ojos vendados, aun cuando lo razonable sería detenerse. Necesito incorporar el pasado al presente, mutarlo en nuevas acciones que permitan atesorar mi existencia.

Cuando era niño estaba enfermo. La cama no sólo servía para dormir, sino también para desayunar, almorzar y seguir estudiando. Apenas me levantaba, subía a mi bicicleta y recorría los parajes que había perdido. Algunos se cansaban de esperarme y supe que muchos amigos quedarían atrás mientras estuviera recorriendo esos túneles solitarios y exagerados de mejor deportista, estudiante destacado e incluso de mejor enfermo.

La verdad es que yendo hacia atrás también hay luz. Es peligroso detenerse, pero aún peor avanzar a ciegas. Necesito aprender de la experiencia. Darle sentido a este recorrido fascinante que voy escribiendo a cada paso.

Descubro que la historia es para liberarnos del pasado. Casi sin darme cuenta estoy disfrutando de mis errores y apartando esa tristeza que contamina otros túneles. Por fin he aprendido que el pasado nunca termina de ocurrir y en el futuro me veo abriendo puertas.

Unchain the colors before my eyes,
yesterday’s sorrows, tomorrow’s white lies.
scan the horizon, the clouds take me higher.

Resurgiré del fuego.


 

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