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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |

 

 

 






RUMBO DE COLISIÓN


Por Aníbal Ricci


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El hombre pasea a Atenea, perrita salchicha que no se deja gobernar. Apenas sale de casa por estos días. En el local del peruano pasará a comprar galletas y unas almendras. No puede administrar más de cinco lucas, monto exacto que cuesta un gramo de droga.

Se sienta en el living seguro de que estaría mejor recluido en una institución psiquiátrica. En vez de los snacks podría haber llamado un Uber y conseguido cocaína. En casa no lo espera nadie, sólo el computador con carga completa de batería. Las noticias son una locura, el Presidente ha indultado a un delincuente indultado años atrás por un presidente anterior. Se supone que se indulta como un acto humanitario o por convicción política. Pero un indultado que volvió a incurrir en un crimen parece demasiado descabellado. El hombre se mira en el espejo del vestíbulo y sus sesenta años no pasan en vano. El Presidente atenta contra las instituciones democráticas en un acto que raya en el delirio. Colocándose por sobre la Justicia asume potestades de ese otro poder del Estado.

Cierra el diario digital y abre Facebook. Bloqueó a uno de sus amigos que le asestó un botellazo en la cabeza hace unas semanas por una desavenencia política. Alguna vez contó quinientos contactos en la plataforma, hoy no pasa de treinta. Escritor de historias futuristas, alguna vez supuso que la red social serviría para divulgar su trabajo. Divorciado hace unos años, más bien lo divorciaron. Apenas tiene amigos en la vida real y es un adicto a todo lo que se cruce. Ya no puede beber para conocer a alguien, debido a que después viene el cigarro y sale disparado a comprar droga. No tiene a alguien cercano que lo contenga y le aburre jactarse de ser escritor. El manifestar ego lo supera y prefiere sentirse menospreciado. Escribe para conversar con alguien, pero esta semana le quedan menos de veinte amigos en las redes.

Conectar con otras personas le dispara nuevas adicciones. Se pone en el lugar de los otros y les aconsejaría que no lo conocieran. Le gusta el cine, pero desde la pandemia ya no acude a las salas. Vive de emociones ajenas, apenas recuerda la última vez que quiso conocer a una mujer. Se diría que cosecha lo que sembró, pero la verdad, está cansado de seguir sembrando.

–Todo es una mierda –diría el sujeto–. La política chilena se ha hecho trizas y vuelto a los años ochenta.
–Tanto tiempo que no te veía –retruca la mujer–. Mi hijo acaba de postular a la universidad y le daba lo mismo qué estudiar.
–Cuándo éramos jóvenes tampoco teníamos idea, pero el mundo parecía algo más acogedor. –¿No tenías una hija?
–Ahora es un hombre y el colegio lo apoya en su proceso.
–Andrea, nuestra segunda salida y no me acostumbro a tener expectativas.
–Hace un mes eché a mi exmarido de la casa.
–No siento nada –responde–. No sé cómo te puedo ayudar.
–Conversar contigo ya es un avance. Me disculpas si pido otro trago.
–Eres una gran mujer, muy hermosa por lo demás, pero soy un cacho –baja la cabeza el hombre–. No encuentro la magia en mi manera de hablar.
–¿Te echaron hace mucho?
–Años. Eres la primera mujer con que salgo.
–No tengo sexo hace meses.
–No me conmuevo con nada.
–Estar sola es una mierda y todos tienen cada vez más problemas.
–Andrea, te va a parecer fuerte lo que te voy a decir.
–Lo de mi hijo me preocupa, este mundo tan hostil.
–He estado acostándome con transexuales desde hace años –confiesa Andrés.
–¡Podrías salir con mi hijo! –reacciona bastante perturbada.
–No me agarres pal hueveo –responde medio avergonzado–. Te lo cuento porque no te quiero hacer perder el tiempo.
–¿Eres homosexual? Cuando fuiste mi amante teníamos buen sexo.
–No podía esperar para confesártelo.
–Todo el mundo se ha vuelto loco, no sólo el Presidente.
–Levanto travestis por la emoción, estoy vacío.
–Pero te fuiste al chancho.
–Sólo necesitas tres gramos de droga para convertirlos en mujer.
–Me costará mucho procesarlo.
–Tenía que decirlo antes de que tuviéramos algo más serio.

Consulta el periódico y todo apunta a una recesión. Atenea lo mira desde la alfombra. El último encuentro con su antigua amante le ha hecho caer en cuenta que ya no es un ser humano. Sus sentimientos son tan confusos. Abre otra pestaña del computador y baja el volumen. Todo está tan mal que teme a que los vecinos lo escuchen. Porn Hub le sugiere preferencias y recuerda a la última prostituta con que salió. Las anteriores eran atractivas, pero necesitó el viagra luego de una eyaculación precoz. Fueron varios aburridos intentos hasta dar con una venezolana de senos enormes y un culo que daba miedo. Resultó más simpática y la siguiente vez el hombre vertió varios gramos en su pecho.

            –Si abuso de la droga no se me va a parar, la verdad sólo quiero conversar contigo y engañar al tiempo durante una hora.
–Como quieras Papito.

Le gusta ver mujeres voluptuosas en el porno, pero después de salir con tanto transexual se habituó a este otro tipo de preferencia. Es un hueveo el tema de las enfermedades venéreas, por lo que a veces resulta más práctico consumir unos gramos y dar vida a las imágenes. Masturbarse con audífonos resultaba demasiado autosuficiente. Prefiere bajar el volumen y abrir ventanas de manera frenética.

            –Oye mujer. Sabes que prefiero recostarme en tu vientre.
–Como quieras Papito.
–Recuerdo algo que experimenté quizás en otra vida –confiesa.
–Para eso me tienes a mí.
–Eran tiempos donde escribía poco.
–Me gustó tu libro de la prostituta.
–Estaba enamorado y no me salían las palabras –vuelve a confesar–. Pasaba noches enteras frente a una página en blanco.
–Parece una vida aburrida.
–Todavía era un ser humano.

Aparte de almendras y galletas, siempre las mismas, tengo videos habituales en el porno. Me gusta mucho el ritual con mi venezolana. Unos pocos besos, la cocaína en su pecho y luego perder el control mirando al techo. Debo internarme luego en una institución psiquiátrica. Todos los placeres los deshumanizo y terminan en rayas de cocaína. Ya ni siquiera la esnifo, ahora la trago y supongo que estaré gestando una úlcera.

            –Andrea, pensé que no te vería nunca más.
–Me han mentido tanto los hombres.
–Vas a tener que bancar mis adicciones. Prometo alejarme de las drogas, pero tu cuerpo, tus senos me transportan a otros recuerdos y ahí están muy presentes.
–Me gustaría ayudarte y reemplazar a las drogas.
–Quiero volver a conversar contigo –habla muy en serio Andrés–. Mirarte y ver cariño en tus ojos, volver a encontrar algo parecido a un sentimiento.
–Lástima que no puedas compartir un trago, para mí es un momento íntimo.
–Si bebo una sola cerveza, dejaré de prestar atención y ya no podré comprenderte –confiesa Andrés– y descarrilaré el tren.

Debo internarme lo antes posible y dejar de leer noticias. El Presidente nos tiene sumido en un país convulso y sus ministros mienten a diario. Debo dejar de abrir Facebook y no ver más películas en Amazon Prime. El computador me invita a ver pantallas de porno y a escribir esta historia. ¿Debo dejar de escribir?

Llaman al celular y el hombre no responde. Pantalla que abre todo tipo de deseos que podría satisfacer, pero que le hacen daño y lo alejan de toda emoción genuina.

En televisión aparece el Presidente pidiendo disculpas. No es lo adecuado, requiere afecto y su programa de gobierno polariza, aleja a sus gobernados y sus camaradas tampoco están conformes. Se ha deshumanizado tras unas ideas que no mueven ninguna emoción, está vacío y sin norte, debe tener un profesional a su lado, debe dejar de violentar el espacio con palabras huecas. No pidas perdón, hazte cargo, recupera tu vida y deja de lado ideas absurdas. No te van a querer, busca a alguien con quien compartir una conversación humana.

Andrés tuvo que internarse en una institución psiquiátrica. El último contacto con otro ser lo hizo pensar en todo lo que había perdido, anhelar esa adicción llamada amor y se internó simplemente porque la droga lo iba a matar.


 

 

 



 

 

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