Voy descendiendo por un tobogán. Apaciguando el espíritu gracias a meditaciones de veinte minutos. Parece increíble que hasta hace poco era incapaz de gobernar mis actos. Los síntomas de abstinencia lograron asustarme durante los primeros días. Respiración entrecortada y una mucosa nasal que invitaba a seguir el desenfreno. Ahora a preocuparse por los desequilibrios, el bajón abrupto puede conducir fácilmente a una depresión. Pero algo distinto percibo disfrutando del sol que calienta mi espalda. Sentado en el futón del balcón donde también descanso en las noches. Estoy durmiendo muchas horas y siento renacer mi cuerpo. Deseos de conversar un café con los amigos. Debo aquilatar esta baja de revoluciones y lograr apreciar que estoy vivo. Cuando cierta paz inunda los pensamientos un vacío lo envuelve todo. Esa sensación de que el día transcurre sin sobresaltos ni grandes logros. He permanecido en el departamento y escrito este proceso cuesta abajo sin gasto de energía. La otra semana el motor de partida deberá iniciar de cero. Lavarse los dientes, desayunar y prepararse un café. Leer noticias y verlas desde una óptica diferente, más constructiva, sin buscar la desgracia ajena. Gracias a la meditación he logrado comprender el origen de los miedos y encontrar los fallos de personalidad que me llevaron a consumir drogas. Recuerdo la época de mis primeros empleos. Lo del Banco Edwards fue lamentable, estaba desilusionado y me pusieron un jefe que no aportaba conocimientos. En los meses posteriores conocí a una chica desafiante que me invitaba al viaje de las emociones. Encontré trabajo en el Banco de Chile y la cartera de clientes era más desafiante. Empresas de todos los rincones de la capital y de localidades lejanas a la ciudad. Era un trabajo arduo y la sucursal se ubicaba en la calle San Pablo a la altura de Libertad. Hubo balaceras durante el invierno cuando oscurecía temprano. Muchas veces quedé atrapado a pesar de vivir cerca del barrio Brasil. Jugaba ping-pong hasta la madrugada y recién a esas horas salía de la sucursal. Con Gloria arrendamos un departamento en calle Bulnes y otra traición me sacaría de la autopista, aunque esta vez el descarrilamiento fue severo y la psicosis me llevó a huir fuera de las fronteras, perseguido por voces imaginarias que hicieron multiplicar mis miedos por otros países de Latinoamérica.
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Por Aníbal Ricci Anduaga