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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |


 










A propósito de El nombre de la rosa, de Umberto Eco

Por Aníbal Ricci



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La novela transcurre durante el siglo XIV en una abadía benedictina situada al norte de Italia. Narra la investigación realizada por Guillermo de Baskerville (de la orden franciscana) y su pupilo benedictino Adso de Melk ante una serie de crímenes ocurridos en los alrededores del recinto.

La cáscara del relato obedece a una estructura policíaca de suspenso, pero en realidad se trata de una portentosa narración histórica que gira en torno al enfrentamiento entre el papa Juan XXII (uno de los siete pontífices que residieron en Avignon) con los franciscanos conocidos como espirituales, acerca de la doctrina de pobreza que habría enseñado Jesucristo.

Las acciones suceden en el período tardío de la Edad Media y el protagonista, ex inquisidor, sigue preceptos humanistas que serán precursores del Renacimiento Italiano.

Umberto Eco explica la organización logística y dogmática al interior del monasterio, en parte para contradecir a los que creen que la Edad Media obedeció a un período donde sólo reinaba el oscurantismo, entendiendo que las congregaciones religiosas fueron en realidad la base sobre la que se erigieron las ciudades del Estado italiano.

En el edificio de la abadía (construcción principal) se encontraba una biblioteca que albergaba una colección inestimable de textos en varios idiomas que contenían el saber tanto del mundo religioso como aquel producido por los llamados infieles. Durante la Edad Media, los monasterios guardaron en sus entrañas los tesoros del saber humano, el poder de la palabra escrita.

Baskerville era un ser racional, basaba su conocimiento no sólo en los textos sagrados sino también en la ciencia. Renunció a su antiguo oficio de inquisidor al darse cuenta de que la Santa Inquisición obedecía a una organización de carácter totalitario (rige sobre los creyentes y no creyentes, controlándolos coactivamente bajo los preceptos del catolicismo) que imponía su sesgado punto de vista al desenmascarar a los herejes, infringiendo torturas a través del brazo secular para luego condenarlos a la hoguera.

Paralelamente, en la abadía se celebrará un encuentro donde se discutirán las diferencias entre los intereses del papa (no renunciar a la riqueza de la Iglesia) y la supuesta herejía perseguida por la rama aludida de los franciscanos. Los hombres de Avignon serán comandados por el inquisidor Bernardo Gui, uno de los antagonistas (que son varios) de Guillerno de Baskerville. En la indagación oficiada por Gui, el lector se dará cuenta de que el inquisidor buscaba a toda costa comprobar la herejía en el adversario, no importando si el acusado ha incurrido o no en actos heréticos. El mecanismo de la Inquisición deviene en fanatismo, en asimilar los conceptos que profiere y darlos por ciertos. En el interrogatorio (antes del desmoronamiento mental) Gui está convencido del accionar herético del acusado y toda su dialéctica (da lo mismo lo que diga la contraparte) se construye en una estructura donde las respuestas lo hacen culpable tanto si dice la verdad o la niega. El propósito final de Bernardo Gui será condenar a los miembros de la congregación franciscana (y declararlos herejes), debido a que ese punto de vista favorece a Juan XXII.

Se deja entrever que, en su antiguo oficio, Guillermo buscaba separar la herejía de otros comportamientos, no con el afán de hallar a un culpable, sino permitiendo el espacio suficiente para que aflorara la verdad. A Gui esa verdad lo tiene sin cuidado, sólo desea imponer las ideas totalitarias que imponía la Iglesia durante esos días aciagos.

El comportamiento de Gui semeja al lector que tiene una idea preconcebida de lo que va a leer: al cabo de unas pocas páginas el punto de vista del narrador ha dejado de importarle y todo lo interpreta a su antojo.

En todo caso, la retórica del inquisidor requiere de este que sea un gran conocedor de los textos sagrados. Antepone su mayor conocimiento ante la persona que juzga, se trata de un orden donde se distingue lo docto del hablar y del saber por sobre el vulgo. Existe un orden donde la Santa Inquisición impone el miedo sobre el resto de la población como forma de control, mecanismo propio de los regímenes de orientación fascista.

Guillermo y Adso contravienen las normas impuestas por el Abad e intentan resolver el misterio de las muertes que se suceden en los siete días de su estancia. Sospechan que el objeto asesino es un libro envenenado que se encontraría en la parte prohibida de la biblioteca. Se trata de un manuscrito del filósofo Aristóteles, particularmente el segundo libro de la Poética que se creía perdido a través de los siglos.

Guillermo de Baskerville utiliza el método científico para hallar al culpable y se enfrentará en todo momento al fanatismo religioso que interpreta a cada muerte como la sucesión de las trompetas que anuncian el Apocalipsis.

La primera hebra de la novela era el asunto político entre los representantes de Avignon y una de las ramas de los franciscanos. Ahora aparece este segundo tema que sería la lucha entre el mundo religioso y el mundo de la ciencia. En las últimas páginas aparecerá este segundo antagonista que corresponde al benedictino Jorge de Burgos. El personaje perdió la vista hace cuarenta años cuando oficiaba de bibliotecario. Cree que resguarda los designios de Dios, representa al antiguo orden (Antiguo Testamento) y en su fanatismo está dispuesto a asesinar con tal que el libro de Aristóteles no vea la luz.

Burgos entiende que el mundo docto (que habla latín) debe gobernar por sobre el vulgo. Es un orden donde el temor a Dios mantiene al rebaño obediente. Hace cuarenta años que dejó de observar los acontecimientos del mundo real, representa la resistencia a los cambios en un escenario que dará paso al período del Renacimiento.

El tercer eje tiene que ver con el Abad benedictino. Abbone da Fossanova custodia los tesoros de metal y piedras preciosas, pero no sólo esos, también guarda en los relicarios artículos y osamentas pertenecientes a los santos y al propio Jesucristo. Este antagonista representará la riqueza material como diferenciadora y superior al estado en el que viven los que habitan en las faldas del monasterio. Es una especie de plutocracia que eleva a los religiosos a una categoría superior y por eso Abbone no está de acuerdo con los conceptos que se pregonan dentro de la orden franciscana.

Abbone ha encargado la resolución del misterio de las muertes a Guillermo debido a que de algún modo es su enemigo. Abbone conoce la verdad de Jorge de Burgos, pero deja que Baskerville pierda el tiempo. Guillermo no cree que sea el asesino, más bien será una última víctima que quizás no merezca ser salvada.

Jorge de Burgos esconde el libro que propicia a la risa como fuerza creadora. La segunda Poética de Aristóteles insinúa que el universo fue creado a partir de las carcajadas de Dios. Burgos no está dispuesto (cree que es su mandato divino) a que la risa que abunda en el ignorante sea la que rija el mundo. Cree fervientemente en que el miedo al diablo permite mantener al vulgo a raya, en cambio Aristóteles piensa que mediante la comedia (Dante Alighieri hablaba de La divina comedia) se escudriña en la vida de los pueblerinos y mediante la risa se exponen sus defectos, accediendo a la mejor comprensión del espíritu humano. Burgos está convencido de que el hombre docto debe preservar el saber, no así desentrañar sus misterios. Teme a que, dada la reputación de gran filósofo, el texto de Aristóteles sea venerado y validado por las mentes más doctas. El poder de la risa hace ver al diablo como una caricatura, el hombre vulgar dejaría de temerle y el temor a Dios y al demonio dejarían de ser el orden rector sobre el comportamiento humano. Entonces reinaría el caos. Jorge de Burgos comienza a tragarse las páginas envenenadas con el objeto de que el mensaje de Aristóteles no contamine al hombre.

Ese viejo orden es totalitario y abusa del temor del pueblo. Desconfía del hombre común y lo considera un ser no pensante. La gran masa es inculta y se consume a sí misma mediante actos violentos. Se insubordina ante la injusticia cuando pierde el miedo a los poderosos. Umberto Eco hace que el lector se enfoque en los tres temas enunciados en la novela, en los tres antagonistas de Guillermo de Baskerville, esos tres personajes utilizan su poder, amparados en el temor del pueblo: miedo al pontífice, miedo al demonio y a morir de hambre si el Abad no les proporciona alimentos.

La comedia liberaría al vulgo. Conviene que el saber escondido en la tragedia siga a cargo de la vida terrenal. Como retrataría Milan Kundera al humor (que provoca la risa) en su primera novela La broma (1967), una simple secuencia jocosa de palabras produciría un cataclismo, es vez de creador, esta vez sería destructor del orden imperante. Tal como pregonaba Jorge de Burgos, la risa no es amiga del orden totalitario de la Iglesia ejercido a través de la Santa Inquisición, como tampoco los regímenes fascistas, tanto de derecha o de izquierda, cultivan el humor. A Kundera el optimismo del comunismo le parece una estupidez, no es más que una broma inofensiva que viaja a través de una carta a su amada. Pero el Partido tiene derecho a conocer el contenido de esa misiva y la risa no abundará entre los representantes del Partido Comunista. La risa es enemiga del fascismo porque relativiza el temor del pueblo hacia sus autoridades (ya sea la Iglesia o el poder político). Desconfía del poder del pueblo para reírse de los gobernantes y en definitiva de sublevarse cuando éstos incurren en injusticias.

El pueblo no es una masa que carece de raciocinio, cultiva otro tipo de sabiduría quizás creada por la precariedad. Interpretando el paso de los siglos a partir de la novela de Umberto Eco, los regímenes fascistas han ido desapareciendo de la faz de la tierra. En pleno siglo XXI, cuando esas ideas amenazan con estallar de nuevo, el poder del ciudadano común se expresa en estallidos sociales que elevan ese sentido común a un escenario que promueve cambios.

Jorge de Burgos le temía al vulgo, Hitler buscaba en los judíos su chivo expiatorio, Stalin estaba dispuesto a sacrificar millones de vidas, con el objeto de mantener el orden antiguo, de instaurar regímenes de terror sobre la población obediente bajo el pretexto de una ideología que perseguía una supuesta única verdad.

Jean-Jacques Annaud dirigió una película homónima. El nombre de la rosa (1986) es una cinta que se hace cargo de las acciones descritas en el libro de Umberto Eco, le da rostro a los distintos personajes y parajes de esa antigua abadía, pero en cambio el espectador no percibe el sustrato profundo de la novela. Los tres temas principales se pierden en la secuencia de imágenes y el guion agrega romance donde no lo hay y un supuesto ajusticiamiento del inquisidor. Le resta peso a este último y lo banaliza como un ser injusto que debe ser castigado. Quizás haya algún acierto en oponer la quema de herejes al incendio de la biblioteca (en sentido contrario a la pretensión del autor), pero de todas formas el final propuesto por el cineasta le quita peso dramático a una obra de gran envergadura.

 

 

 



 

 

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A propósito de El nombre de la rosa, de Umberto Eco
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