«¿Por qué siempre hay que hacer lo que el muerto quiere?». Una pregunta, cómo tantas interrogantes del libro. ¿Cómo llevar el duelo ante la partida de un ser querido? Ir a Praia Preta en Brasil, un viaje para despedir al padre (el dinero no es herencia), cuando él hubiera preferido un viaje a Cuba. La reflexión es muy válida: «Acá no había deseos del muerto, sino deseo del vivo por significar espacios…».
La novela encierra un tema importante: hay dolor obviamente, pero sobre todo transcurso de tiempo, que empezó a correr más lento desde el diagnóstico del cáncer.
El que abandona este mundo es el muerto y ciertamente no volverá (aunque está la implicancia de los recuerdos). Los deudos y el hijo en particular, se queda habitando lo terrenal. Debe aprender a resignificar el territorio, ahora en ausencia del padre.
El narrador-autor va aprendiendo a dejarlo partir, es una experiencia nueva. Le importan sus deseos, pero es él y su familia los que deben seguir viviendo en esta dimensión. Le concede incinerarlo y que en el velorio no haya cruces. Respetará los designios de un hombre duro y de genio fácil de perturbar, pero ya sea por razones económicas o cualquier otra, la familia necesita despedirlo.
Hay ritos de rigor, como llevar sus cenizas al mar, frente al muelle Prat. Unas palabras de sus excompañeros del cuerpo de salvavidas, con palabras religiosas, ésas que odiaba. El hijo ríe y sólo piensa en las vueltas que se está dando en el ataúd, pero no hay ataúd, hay cenizas… un tipo de humor negro que cruza el relato, muy original… responde a la personalidad del hijo, no del padre.
Pero la ceremonia tendrá también un hermoso simbolismo: «Tres vueltas por el contorno de las cenizas al sonido de la bocina de la embarcación». Responde a esas tres preguntas primordiales: ¿De dónde venimos?, ¿De dónde somos?, ¿A dónde vamos?
Ese humor negro es la forma que tiene el hijo de despedirse, su forma particular, nada de hacer lo que quiere el muerto, esa pregunta inicial que es mitad interrogante, mitad reflexión y obvio, oculta un humor negro. Yo soy el que me quedo, todos vamos a morir, si no lo tomo con perspectiva estoy tapando el sol con un dedo.
El tono de la novela es confesional, pero no cae en sentimentalismos vanos. Es una experiencia y el duelista nos relata esos últimos días. Aquellos de viajes para consultar especialistas y hacer exámenes, aquellos de escuchar sentencias sin futuro, al hijo no le queda más que aferrarse a lo material, a las esperas inútiles.
Hay algo de ineficiencia en el sistema de salud, pero no es Kafka el narrador, el padre pertenecía al partido comunista y de alguna forma, su hijo agradece las bondades, aunque sean pocas, el sistema Auge que permite que la salud sea un derecho, nombra a su querido Allende entre toda esa vorágine.
Un narrador-autor que narra su dolor y desesperación a través de los detalles tortuosos. Importa el padre, pero una vez diagnosticado, él tiene un pie en el más allá y la experiencia le es ajena, el calvario se vive a través de las emociones del hijo y su familia… más que emociones, son hitos, momentos que se van acumulando y donde cada minuto y cada paso van quedando registrados en la memoria de los vivos.
No sólo deja registro de los instantes previos a la muerte, también hay lugar para los recuerdos. Pero son unos «recuerdos futuros». Ahora él está en todos lados, el padre está presente en el gato que le hace cariño o el otro gato que olisquea el altar para recordarlo, está presente en el mar, en el caldillo de congrio, incluso en los tornillos oxidados de Valparaíso.
Es el hijo quien debe aprender a habitar este mundo en ausencia del padre, deberá resignificar cada uno de los lugares que ya no puede recorrer con su viejo.
Y está el tema del cáncer, que puede matar a una familia entera. Cáncer significa muerte y también resurrección en el caso de su esposa. Un cáncer al estómago se lleva al padre y la fragilidad, el miedo infinito al recorrer otro viaje entre exámenes y médicos.
La muerte está presente en todo el libro, no esa muerte literaria que da sentido, sino aquella que te vuelve humilde ante la posibilidad de ver morir a tu esposa. Las pruebas de vida han sido demoledoras, junto a ella han vivido el dolor de varios embarazos que no llegaron a término.
Es encomiable en el narrador esa habilidad para recibir malas noticias y al mismo tiempo tener esperanza ante una sentencia condenatoria. Cáncer significa muerte, pero el antes hijo –ahora esposo– se involucra de otra manera con la muerte. Hay amor al acompañar a su señora en este difícil trance y también fe, esa espiritualidad que quizás el padre no abrazaba.
Al materializar el viaje a Brasil, lo mundano y lo cotidiano permiten postergar el dolor. Los trámites de aeropuerto, los hoteles fallidos, los cobros indebidos dan cuenta de esta vida llena de imperfecciones y de aspectos que están fuera del alcance del hijo.
La muerte es inexorable, no hay control alguno respecto a ese destino que nos apartará del mundo de los vivos.
Sin embargo, algo ha cambiado: ha comprado regalos y planificado el regreso del viaje, pero esta vez no hay un padre para anunciarle del arribo al país.
Deberá convivir con esta ausencia y tendrá que reanudar el viaje con los que siguen bregando en esta dimensión.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com ¿Dónde va el viento cuando no sopla?
Novela de Rodrigo Orellana Carvajal.
Editorial Vicio Impune (2024), 84 páginas.
Comentario de Aníbal Ricci