El cine de Almodóvar aborda vidas de mujeres, qué duda cabe.
La mayoría de las veces sobre mujeres fuertes. Sería el caso de Becky del Páramo, que regresa a Madrid tras años en el extranjero, reconocida cantante cuya fama la precede. En el aeropuerto la espera su hija.
Almodóvar nos plantea una historia de abandono, de ausencia, vuelca la narración sobre Rebeca, una mujer frágil que creció a la sombra de la madre.
Unos flashbacks dan cuenta de la niña. Desde pequeña sintió que era un estorbo para la carrera de Becky, al final sabremos lo que hizo por estar cerca, pero ella la traicionó.
Esos episodios de infancia muestran el origen a esta tragedia, aquella de las palabras no dichas, conversaciones que no tuvieron lugar, cuyo vacío destructor fue absorbido íntegro por Rebeca, que ya adulta carga con un insufrible complejo de inferioridad.
Becky es exuberante, alta, melena rubia, dueña de su vida, mientras Rebeca es mucho más baja y lee las noticias que le ocurren a otros. La madre nunca cumplió las promesas que hizo a su hija y privilegió su carrera sobre los escenarios. En cierto modo, cuando Rebeca confiesa su crimen en pantalla, ella pasa a ser la protagonista de la historia, escena genial.
Ese complejo de inferioridad tiene su espejo opuesto en la madre. Pero mientras Rebeca la admira e intenta estar a su altura, Becky sabe que la ha hecho sufrir y se siente culpable.
El retrato de culpa que nos ofrece Marisa Paredes se irá profundizando a medida que el director envuelve este relato de madre e hija en un entresijo policial, algo recurrente en la filmografía de Almodóvar.
El asesinato se materializará como un déjà vu. Con la madre compartieron hombres (padre, amante) y esa competencia terminará por destruir a Rebeca.
Una culpa de dos caras. La primera vez que cometió un crimen Rebeca lo hizo para salvar a su madre de una vida miserable. Pero al hacerlo la hija se convirtió en un ser sufriente. Rebeca escondió la culpa, aunque era la madre la culpable por haberla descuidado.
No es una historia enredada, pero Almodóvar juega a asignar la culpa, como también juega con las identidades de los personajes y una maternidad que complica las cosas, surge el conflicto de interés por parte del juez de instrucción, que ahora es padre y creerá el último deseo de Becky: debe liberar a su hija.
Cómo todo filme de Almodóvar, nos depara algunas vertientes retorcidas: Rebeca hace el amor con Lethal, un transformista que imita a Becky del Páramo. Por transitividad, la hija tiene relaciones con la madre, que a su vez fue amante del marido de Rebeca. Becky ha opacado a su hija toda su vida y mediante ese acto sexual se apodera de su alma. Retorcido verdad, pero en realidad hay un hombre representando a una mujer.
Ese hombre será el juez que dirija la causa criminal que recaerá sobre Rebeca. Los límites son confusos (¿detenta más poder un hombre o una mujer?) y el accionar judicial es representado por Lethal, que actúa como hombre y mujer, dejando entrever que la justicia no distingue géneros.
El director manchego volverá sobre el tema de la culpa 25 años después en Julieta (2016), mucho más contenido por la experiencia de los años. La tonalidad de las imágenes será más atenuada, los encuadres más pulcros, pero el uso de vacíos devastadores funcionará como huella indeleble que tiende un puente entre estas dos cintas. Almodóvar tocando sus temas de siempre, pero menos provocador.
Lo que prima en estas películas es la distancia, las vidas de madre e hija corriendo separadas a través de los años, la amargura que ello conlleva. La culpa será tan grande que Becky, en su lecho de muerte, asumirá la responsabilidad que le cabe a Rebeca.
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