Un día feliz fue cuando leíste «Amor delirante», eran palabras de amor para una chica que me estaba exigiendo cosas que tú me ibas a exigir. Estaba muy complicado por la distancia y porque eras hermosa y sabía que podía pasar algo entre nosotros. Imprimiste el texto y lo marcaste entero, lo analizaste de verdad. Creo que ahí me conociste y bebimos unas cervezas en el Liguria. Tu hermana tenía una cita de Tinder y no quería que le arruinaras la noche. Mentiste acerca de partir para su casa y te dejé mientras esperabas un supuesto Uber. Me bajé del metro y te llamé para ver si habías llegado y supe la verdad. «Vente altiro al departamento… ¿cómo vas a estar sola a esta hora?». A medianoche te acurrucaste en mi cama. No iba a pasar nada mientras no tuviera claro lo del sur. Pero fue bonito rescatarte esa noche donde conversamos tantas cosas. Me enteré que habías editado mi primera novela y te había mandado una caja con mis libros. Supongo que ya me conocías desde hace un tiempo. Fue una noche imperfecta, pero ese encuentro platónico tuvo su encanto. Me contaste de tu cáncer, hice mío el dolor de tu experiencia traumática. Ahí empezó todo y meses después aterrizamos en Viña del Mar. Sabía que el Tierra del Fuego te iba a encantar. Partimos con un Sauvignon Blanc y pedimos ostras y unos locos. El atardecer fue magnífico y la atención del lugar personalizada. Nos sacamos unas fotos y por primera vez las subí a Instagram. Brindamos con otra botella de vino blanco. La felicidad se construye en el aquí y el ahora, tuvimos un momento encantador. Beber contigo siempre fue una experiencia lúdica, pero luego le hablé tonterías al mozo y el alcohol nubló mi mente. Esa tarde maravillosa se fue a las pailas mientras cruzábamos avenida Libertad. Hiciste parar un taxi y yo no entendía nada. Dimos con una pensión de mala muerte y en el baño me di un tremendo costalazo. Seguí bebiendo no sé qué brebaje y esa noche no hicimos el amor. Al día siguiente me dolían las costillas y estuve semanas con esa molestia. No era invalidante, pero era una señal de que lo que había empezado bien se había echado a perder por mis excesos. Me los perdonaste una y otra vez, sucesos mucho más complicados de entender. Meses sin vernos y ahora realmente estoy fuera de control. Perdí el celular y tampoco deseo estar muy conectado. Volvimos al chat mediante Instagram y me hizo bien hablar contigo. Eres una mujer posesiva y lo sabes, pero te debía una explicación. Después de Año Nuevo desaparecí del horizonte porque realmente estaba agobiado. Tu amor me sacudió, en realidad la felicidad no es fácil de descifrar. Escribo puras historias tristes donde el miedo siempre es el vencedor. Debiera ser un motor de partida, no el lugar donde refugiarse. Me acostumbré a huir de lo convencional porque estar en paz no ha sido sencillo. El caos me ha resucitado tantas veces que ya no reconozco lo correcto. Huir del miedo es mi casa, pero ese rumbo no es confiable. Adrenalina que a la vuelta de cualquier esquina podría ser fatal.
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Por Aníbal Ricci Anduaga