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TEORÍA DEL ESPANTO Cuentos antologados de Juan Mihovilovich

Por Aníbal Ricci Anduaga



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Persiste un yo profundo, inquieto, en esta selección de textos antologados por Claudio Maldonado, de un autor que confunde con un juez, cuando en realidad se trata de un locutor de radio. Pero este locutor escribe libros, el propio autor ya se ha dado cuenta que ser escritor es mucho más lucrativo, constituye el corazón que mueve su vida y los corazones nada tienen que ver con el dinero. El epílogo escrito por Maldonado es de un vuelo surrealista, habla la gata y un duende que habita en el hogar, al igual que Claudio se incomunican por internet y entre las divagaciones se esconden los materiales que aportaron estos cuentos de Juan a este logrado punto de fuga, que pese a las incomprensiones de la existencia resulta en un texto unitario que compendia recuerdos y temores, concilia el bien con el mal, comprende a este ser humano al que no quema el fuego de los dioses.

Ese yo no es autorreferente, sino preocupado y se pone en los zapatos del otro. Se interroga a sí mismo buscando algún sentido a los pasos de niño que lo acompañarán hasta su muerte. Las historias de Juan contienen personajes arquetípicos, ritos de paso, eventos transcendentes del alma humana. Provienen de cinco libros, acaso el de Espejismos con Stanley Kubrick sugiere una unidad más hermética, un ser acosado por interrogantes existenciales y que Claudio Maldonado ha entendido así: todos los relatos de Juan son engranajes de un reloj que juega con nuestro tiempo, son piezas de un puzle inconcluso al que hay que encontrarle sentido. Por eso se vale del absurdo, de los personajes que se sueñan a sí mismos, debido a que halla en lo oscuro, en lo vedado, aquellos elementos que permiten recorrer este vasto universo.

Los miedos de la niñez acabarán en un acto onanista, vicio solitario que renace como un rito colectivo en una competencia de aguas seminales. Su memoria acudirá al cine, donde un ser diminuto podrá anunciar y luego actuar como personaje tras la pantalla. Esas imágenes son cultivadas por la literatura de Mihovilovich, no en una triple función, sino en un caleidoscopio lleno de significados.

Juan no es un escritor que te asalte con una pléyade de personajes en un solo texto, es más bien un autor que se disecciona en cada sendero del laberinto. Cada relato explica al personaje de otro pasaje, cada personaje es un puzle lleno de personalidades múltiples.

Los seres complejos no son bichos raros, son faros de luz, allí donde habitan mentes difíciles de dilucidar, Juan encuentra el motor de partida de una larga travesía, al gigante bondadoso que le enseñó a unir las letras y acceder a mundos infinitos, al ser acuático que sólo sabe brindar amor. Algunos son fantasmas de su infancia, le permitieron avanzar un peldaño a la vez, viejos maestros que desaparecieron de improviso.

Los nombres de las secciones que despliegan los cuentos responden a esa necesidad de clasificar piezas para una mayor comprensión, ese mismo clasificador que será despedido apenas nuestras mentes entiendan el puzle de este escritor magallánico.

Una burla infantil, esa carcajada despiadada lo hizo desconfiar de las rubias, pero apareció Virginia en esa ventana indiscreta (el cine siempre extiende sus tentáculos) de amor universitario, aquel ser que estudia en solitario y no le interesan las diferencias de clase, para volver a otro final despiadado, pero esta vez decadente, que deja de ser sensual y será testigo de como el tiempo devora primero a los más desposeídos.

El espíritu kafkiano del autor se interna en el sinsentido de un funcionario K. Una mujer solicita al juez un lugar en el paraíso, pero se trata de un juez rural, que ha leído suficiente y deberá juzgar a un personaje que nada tiene de vegano. Al fin y al cabo, el funcionario Wilson Lara ha encontrado la manera inmoral de escalar en una institución pública.

Dentro de esa experiencia existencial, Juan se nos vuelve paranoico y lo acorrala la soledad de Gregorio Samsa. La pampa invariable, el tiempo que todo lo traga, las sombras de los que ya partieron, hasta que en ese ventanal de la desolación se tropieza con sus propios restos. Trabaja de sepulturero para no encontrarse con sorpresas. Hermosea el aposento final, sabe que un día morirá y se regocija de ya conocer esas calles desiertas. Por las noches ingresa al departamento y se escucha a sí mismo rasguñando la tierra de su tumba.

Cuando llegamos a plano quebrado, surge ese portentoso relato de seres humanos jugando a ser dioses. En Puzle la vida es un rompecabezas que nos remueve, cada pieza es parte del rompecabezas de otra persona. Pero ese dios circunstancial a su vez será removido por otro ser humano en el futuro de una verdadera partida de ajedrez.

El cine parece ser el rectángulo de paredes que se extienden más allá de la imaginación. Stanley Kubrick es el alter ego de Juan Mihovilovich o quizás es al revés. No conoce su propia película, porque Juan escribió, al momento de nacer como escritor, que el director nunca la había filmado.

¿Somos semejantes los seres humanos? ¿Somos iguales como dos personas de distinto sexo? Juan confiesa que somos iguales en ese instante que nunca volverá a repetirse… cada vez que amamos a otro semejante.

El lector de estos textos ha aprendido a conocerse, a reconocer su camino en estas preguntas con respuestas inciertas. «El misterio de la vida no es un problema a resolver, sino una realidad que experimentar», nos recuerda otro existencialista. Para el danés Soren Kierkegaard «la vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelante». Esa es la invitación que hace Juan Mihovilovich: debemos atrevernos a hurgar nuestro pasado, a veces confesando el lado oscuro, pero si no le damos significado a nuestra experiencia simplemente no existimos.

En terapia intensiva Juan nos hará confrontar la historia, esa dolorosa de los cuerpos torturados incluso dentro de la violencia intrafamiliar. Unos amantes gozan de su amor en medio del horror de un septiembre que asolaba con sus miedos. Los amigos se han ido, sólo queda el recuerdo del amor eterno, antes de que esos militares lo vengan a buscar. El cuerpo castigado, las preguntas sin respuestas, el sujeto que desaparece de la historia humana.

Sobras de animal será el final del camino. Somos animales, pero el dolor de una criatura nos conmueve más. La gata parda hace pensar en nuestras mujeres, en la maternidad violentada, y Galleta seguirá bajando por los tejados y aún después de su partida, seguirá anidándose en algún rincón del corazón.

Un relato más cínico, nos ilustra sobre el ataque de una rata en su cuna de infancia (la de Juan) y riéndose confiesa que esa agresión infundió un extraño comportamiento adulto en relación a las mujeres casadas.

Otro ratón huye de su laberinto, a otro mayor y más incierto (la vida). Ya no es la presa indefensa, sino motivo de espanto, está es sólo una teoría, la Teoría del espanto.


 




TEORÍA DEL ESPANTO

Autor: Juan Mihovilovich
Antologador: Claudio Maldonado
Ediciones Universidad Católica del Maule
190 páginas

 

 


 



 

 

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