El año pasado fue hermoso y una experiencia de dulce y de agraz. Provoqué
emociones contrapuestas en dos musas que supieron rescatarme de la oscuridad.
Ayudaron a superar el miedo y la angustia, aunque esos surcos estaban marcados a
fuego. Escribir como si el mundo se fuera acabar no es sinónimo de estar bien,
aunque para un escritor debiera ser suficiente. Palabras de amor surgieron al creer
que mi cerebro no estaba tan dañado. Pensé en el a-mor como un lugar sin muerte,
pero ahora debo sanarme por mis propios medios. Me sentí pleno, aunque las
decisiones pasadas hicieron muy difícil una relación recíproca. El respeto parte por
uno mismo y hoy soy una barca rumbo al despeñadero. La felicidad nunca fue lo
importante, sino perseguir aquello que soñé en la infancia. Esa libertad de subirse a
una bicicleta y abrir nuevas rutas hacia un futuro lleno de esperanzas. La felicidad es
para oportunistas, nos recuerda Zizek, porque lo importante será entablar una eterna
lucha contra uno mismo. Uno trae demonios que hay que saber domar y también
reconocer cuando ya no es posible hacerles frente. Estos consumen lo mejor de
nuestra alma, le gusta cantar a Charly García. Te pueden corromper, te puedes
olvidar, pero esa libertad la vas perdiendo con malas decisiones. Quería impresionar
a la chica y a veces resultó mal, pero siempre tuve fe en conquistarla. El amor duró
hasta que las mentiras fueron imposibles de camuflar con cenas y viajes. El dinero
dejó de fluir cuando la salud mental fue dejando espacios vacíos. Es horrible no
tener deseos sexuales, como tampoco es recomendable buscar el placer infinito.
Luché por equilibrar la balanza, pero llegó un minuto en que me cansé de jugar a los
contrapesos. Los sueños ya no estaban al alcance y el motor de partida dejó de
funcionar.
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Por Aníbal Ricci Anduaga