Estoy surtido de droga y regreso a casa. En la botillería consigo una petaca de whisky y salgo disparado en busca de un Uber. La luz del sol abandona la escena en medio de un atardecer apocalíptico. Antes bebí unos schops en la Fuente Suiza y al inhalar parte del cargamento las neuronas juegan una mala pasada. Doblo en la esquina y me interno por un pasaje. He dejado atrás a los zombis de la pasta base y abro de nuevo la bolsa de cocaína. Cruzo delante de una puerta abierta, en realidad es un portón de metal, llego a otra esquina y luces rojas tiñen el pavimento. La policía hace sonar ese ruido tan característico. Sigo adelante y desaparece la patrulla, encienden la sirena y busco dónde arrojar la droga. Más puertas abiertas con gente anónima, no tengo dónde tirarla sin que alguien sea testigo. Cinco gramos y sólo atino a tragarlos. El pencazo cerebral es instantáneo y el placer no tiene límites. Divago a tientas por mi propio laberinto sorteando muros a corta distancia. Una calle desemboca en otra dentro de una persecución del Joven manos de tijera. Transcurre a dos kilómetros por hora; apenas puedo caminar cuando tengo deseos de masturbarme. La cabeza se disloca y mis ojos enfocan la noche. Llego al final de un pasadizo sin salida, la policía se acerca, en realidad es la guardia ciudadana de Macul. No tienen armas, pero hacen ademán de bloquear el camino. Estoy de espaldas, apostado contra la camioneta, mientras escucho que llaman a carabineros por circuito de radio.
El shock químico fue brutal y la sociedad se acerca para ver a este ser que se tambalea por las calles. Hay niños, dicen las señoras, parece que está drogado. No le he hecho mal a nadie, pero tragarme la droga fue una pésima idea. No puedo enfocarme y el guardia me pide la identidad. ¿De qué comuna…? Es extraño eso de siempre asumir que el implicado viene de otro sitio. El extranjero da su teléfono para que lo llamen, aunque sea imposible que resuelva por sí mismo este lío. Doy la dirección y una joven intenta escuchar. El guardia es cauteloso, dice que cursará un parte por ofensas a la moral. Siento que el hombre me protege de la muchedumbre borrosa y revela que no mencionará la droga en el informe. No hay pruebas salvo mi cara de enajenado.
Run, fight to breathe, it's gonna be tough.
Llega la verdadera policía y una oficial me lleva esposado hasta el furgón aparcado al costado de un parque. ¿En qué momento fui a dar a esta explanada? No estoy asustado, la droga va cediendo, supongo que di jugo por más de una hora. Voy en el asiento trasero y se internan por calles desiertas hasta dar con una comisaría.
Me saco el cinturón y los cordones, el resto de las pertenencias las acopian en una bolsa de nylon. El celular no figura dentro de las cosas y la idea de una llamada de emergencia a mí mismo sería demencial. Es el único número que me sé de memoria. Ingreso a un calabozo que huele a desinfectante. Respiro con pulsaciones aceleradas. Acabo de firmar muchas hojas, algo así como que acepto ser arrestado. Sólo escucho el tecleo del oficial y una mujer de uniforme que le habla. Recuerdo haber estado hace años en una comisaría, un par de horas y me regresaron a la calle. Pero el oficial escribe un cuento de ocho páginas. A la hora pregunto si me van a soltar luego, pero menciona algo de un informe a la Fiscalía. Pregunto otra vez y me dicen que intente dormir. El primer informe se despacha a las ocho de la mañana y son recién las diez de la noche. No ando con los medicamentos, será muy difícil conciliar el sueño. Estoy de espaldas en posición Snoopy y en la próxima hora abrirá la discoteca. A todo volumen los funcionarios disfrutan de una fiesta. El oficial de al lado desapareció y escucho reggaetón, Lady Gaga y Soda Stereo… música de lo más ecléctica. El evento durará tres horas y dormir se convertirá en una quimera.
De pronto se detiene el sonido y aparecen dos policías de otra comisaría, designados oficiales de enlace. Son muy educados, pero sólo hablan entre ellos. Atentar contra las buenas costumbres les parece un eufemismo incómodo y me hacen cruzar toda la comuna para constatar lesiones imaginarias. Luego otro traslado, tengo mucho frío, a Peñalolén para el control de identidad. La idea era no dejar que cerrara los ojos y creo que en eso son eficientes. A las seis me retornarán a la celda y dos horas más tarde otra patrulla me trasladará a la comuna de Santiago Centro para realizar el control de detención. Las horas transcurridas son parte de mis estimaciones; nadie me dice la hora en realidad y el reloj está en la bolsa de pertenencias.
Mis bostezos son demenciales y el amanecer violenta mi cerebro. La patrulla va a dar al monumental recinto cerca del Parque O´Higgins. Firmo otra vez por mis cosas y soy sometido a otra constatación de lesiones. Nos colocan grilletes a decenas de prisioneros, como si fueran herraduras y luego proceden a trasladarnos a través de una bóveda de trescientos metros de profundidad. Avanzamos como pingüinos, a pasos torpes. La idea es que te sientas un número más entre los reclusos.
I'm not a number, I'm a free man…
Recuerdo la letra de Iron Maiden, pero cada frase bajo un signo de interrogación. ¿Soy libre realmente? Llevo herraduras y vivo con miedo a navegar por el futuro.
Kafka mostraba El proceso como algo claustrofóbico, pero ahora no vagamos entre papeles infinitos, más bien somos minimizados a tamaño hormiga. Antes estuvimos encerrados en una celda con doce reos. Tres metros por uno y medio. Hace un calor infernal y estoy sin medicamentos hace 48 horas. No he dormido en tres días y mis piernas se mueven de forma involuntaria. Parezco drogado, pero es la falta de descanso. Les explico que tengo esquizofrenia, para que no me crean un consumidor de pasta base en su fase de angustia. Estos sujetos son bastante simpáticos. Trato de controlar los espasmos, pero es imposible y el venezolano del frente dice que mejor esté calmado porque aquí me tratarán de lo peor.
El pasillo resultó interminable y los guardias inventan tretas para ningunearnos. Los nombro y responden con el segundo apellido, dice leyendo una lista, sólo faltó corroborar los últimos dígitos de nuestra cédula. Pasillo angosto y una celda con un baño sin puertas. Sólo entra un enano y aguardamos el arribo de un ascensor de doble puerta. Un metro por medio metro y seis adentro. El juego de los ascensores y las celdas me llevan a Valparaíso. Somos unas cargas transportadas mediante poleas. Se abren las puertas y seguimos siendo seis, pero en celdas cada vez más diminutas. Recintos mínimos que parecen alternarse dentro de esta maquinaria monstruosa. Al meditar uno imagina una jaula abierta donde entran razones y emociones. Llegas a un estado de paz y las ideas posteriores serán lúcidas mientras el corazón latirá a su propio ritmo. Todo se vuelve calmo, en cambio estos barrotes provocan pesadillas de una sola celda sin llave. Podrás gritar, pero será tu propio ataúd. Vivo y muerto al mismo tiempo, Schrödinger ya lo intuyó en su realidad cuántica.
Not a prisoner, I'm a free man and my blood is my own now.
Las interrogantes me confunden. Llevamos horas en estos acarreos de ganado y los extranjeros empiezan con sus historias carcelarias. En sus países hacen pedazos a los primerizos, historias de mierda que intimidan, puesto que intuyes que en la próxima celda estarás con tres personas y te sacarán la cresta.
If you kill me, it's self defense. If I kill you, then I call it vengeance.
De repente aparece un abogado ante la reja y me anuncia que saldré en libertad. Siento un alivio inmediato, aunque estoy a punto de caer desmayado. No hablo una palabra. Nos sacan de a dos personas y otra vez pasan lista. Es un hueveo escolar para evitar que se pierda algún reo, es tan estúpido el procedimiento. Estamos engrillados y no hay donde huir. Ingresamos ocho a la audiencia, donde hay gente comunicándose por Zoom. El fiscal no está en la sala y el abogado defensor permanece en un rincón. Tampoco hay público tras los vidrios. Decimos uno a uno nuestros nombres, número de identidades y correos electrónicos. Nadie posee número de teléfono, es curioso. El fiscal relata los hechos de cada causa y uno asume; no eres capaz de contradecir el cuento del oficial. Una mechera robó tres millones de un mall, chilena; un traficante vestido de chaqueta, colombiano y vive en Providencia; otro hirió de bala a un tercero, venezolano, Pudahuel; y hay dos que amenazaron con arma de fuego a unos locatarios. La mechera es reincidente, el fiscal la reconoce y esboza una sonrisa; los demás quedan en prisión preventiva, pero hay uno al que dictan una dura sentencia porque amenazó a un policía, portaba un revólver y luego golpeó al uniformado. Esta última historia es con diálogos: paco culiao, te voy a matar, a ver si eres tan choro. La causa es como un cuento de Borges donde el tiempo no deja rastros. Quedo en libertad, soy el último y el fiscal notifica una prohibición de acercamiento por dos meses, ni siquiera una multa.
Not a prisoner, I'm a free man, live my life how I want to.
Salgo solo y el alguacil me lleva a la celda con el resto. Converso con el venezolano y dice que es su primera vez. No sé si creerle, pero es un sujeto divertido que incluso nos cuenta un chiste.
Otra vez el pasillo interminable de pingüinos. En algún lugar nos separan y vuelven a coincidir los que convivimos en distintas celdas. Reconozco a la mechera, al resto de los enjuiciados les pierdo la pista y nos quitan las herraduras.
Don't care where the past was, I know where I'm going.
Fui sujeto de un juicio abreviado y claramente no sé a dónde voy. La saqué barata, uno porque era mi primera vez y dos, mi delito era una alpargata al lado del resto. Pero salir en libertad no implica que algo haya aprendido. Al meditar me conecto con mi yo interno y ese equilibrio nada tiene que ver con andar drogado por las calles. El pasado me condena, aunque es cierto que reúno fuerzas para levantarme y escribir historias. Luego de tres días sin dormir, bastaron 24 horas para estar de vuelta frente al computador.
Básicamente, escribo la historia de un prisionero de sí mismo. Alguien que huye de la felicidad y que no cree merecer una buena racha. Siempre es lo mismo: escribo y crece mi ego y quiero tener muchos amigos, pero a la vuelta de la esquina me denigro frente a los demás, una manera de mantener el equilibrio y no escribir desde el ego. Prefiero aumentar mi autoestima y ser un mejor escritor, que mi compañera converse conmigo y siendo más humilde también soy mejor persona.
Mi autoestima es un trabajo de larga data, desde pequeño fui un niño enfermizo. Perdí tantos amigos y cuando repetí un año hasta mis compañeros de kínder dejaron de hablarme. Los padres nos educaron lo mejor que podían, pero algo de fanatismo me convirtió en el único vegetariano de la generación y por ende siempre fui objeto de bromas. Me apodaban «tomate» y querían que me disfrazara de queso–caliente mientras mis compañeros iban de hot–dogs. Fui un buen alumno para que me dejaran tranquilo y para eximirme de las clases de religión. Pero a la postre terminé siendo el mateo del curso. Siempre elegí deportes solitarios, ciclismo o running, así el bullying jamás me alcanzó. Huyo del ego porque me haría sentir distinto, pero de ahí a tener una compulsión por hacerme daño, eso no lo voy a entender nunca.
A ciertos encausados les permitieron salir en libertad y en ese acto volvimos a ser personas. Miro al cielo y el sol abraza mis huesos, un calor distinto al infierno del que acabo de escapar. Pero sigo siendo un prisionero, sigo jugando con mi vida y haciendo daño a mis cercanos. Resolver el problema del ego es complicado para muchos, pero yo lo confundo con autoestima. Pese a que he meditado por años, sigo cautivo de mis decisiones. Me auto–infiero castigos que ni siquiera son legales. Por eso salir libre carece de importancia en la medida que no me perdone y consienta en ser feliz más allá de los instantes en que extravío mis sentidos. Censuro a los que me quieren, incluso a una mujer que me ama. Debo traerlo del útero y mientras no aprenda a quererme no lograré dar el salto espiritual para transitar seguro por las calles y seguiré recorriéndolas en calidad de ciego.
Break the walls, I'm coming out, not a prisoner, I'm a free man and my blood is my own now.
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Por Aníbal Ricci