La cocaína la cortan con fentanilo y no salir a la calle es la última esperanza. Me duele que haya metido mis libros en bolsas de basura. No entiendo la razón de ordenar los espacios ajenos. ¿Por qué le molestaban los libros? «Me gusta el orden», es una pobre expresión de un viejo sin propósito. Mi hermana tenía un set de ollas nuevas, pero él se empeñó en regalarlas y reemplazar por otras que ni siquiera son de igual calidad. «Hay que ahorrar», repite, junto con adquirir doce tazones para tomar café. Nadie entiende esa manía por las cosas inútiles, ni su capacidad por echar a perder todo. Unas fugazzetas envueltas en papel de aluminio y el microondas se encendió y dio un estallido. Tenemos que reemplazar el hervidor, la tostadora y ahora el microondas. Todo esto es reparable, salvo el vanitorio de uno de los baños. Lo destruyó y contrató un maestro que luego de semanas brilla por su ausencia. Mi hermana demoró varias horas en limpiar la casa, pero el viejo sacó la loza de los estantes y escondió todos los cuchillos. Llenó de escombros y basura el comedor y el living, para luego quejarse de dolores de espalda. Sentado en la silla del comedor con una cataplasma de barro con cebolla se buscó una pelela para orinar. Dijo que no llegaba a tiempo al cuarto de baño, pero en verdad es su forma de enfurecer al resto. Buscamos los cuchillos y los fuimos a encontrar en la basura. Un orden que trae caos y los libros de mi clóset eran otra forma de conjurarlo. Yo ni siquiera lo escucho al hablar pestes de su nieto. No sé por qué desea que fracase en los estudios. Lo quiere fuera del departamento según cierta idea retorcida. Todos nos iríamos a Viña del Mar, pero él prefiere esclavizar a mi hermana para que cocine y le siga sus mandamientos. Los vecinos y conserjes de la ciudad jardín lo denunciaron por maltratar a su esposa. Empujones y golpes en el patio central que terminaron con una fractura de cadera. Es evidente que el viejo tuvo un infarto cerebral que le quitó movilidad, pero renunció a hacerse una resonancia magnética en tres centros de salud. «Los médicos no saben nada», lo que más repite desde mi infancia. Tampoco le dio los analgésicos para el dolor. Mi madre sufre de Alzheimer y según la neuróloga, su cuadro se agudizó cuando él le retiró los medicamentos para la tiroides. Siempre ha sido un fanático y cuando fui a verlos a Viña del Mar mi madre estaba con hambre y en el refrigerador solamente había tomates. Desde Santiago gestionamos que le llevaran almuerzos. La vecina confesó que mi padre la dejaba encerrada en las mañanas y salía a caminar a la playa. Es cierto que mi madre apenas puede levantarse, pero en cualquier momento una simple ida a la cocina y luego encender el gas. No tienen hervidor en Viña del Mar y le hace calentar agua en una olla. Dos años que le veníamos diciendo que contratara una cuidadora o una enfermera. Ahora no hay vuelta atrás y con mi hermana tuvimos que internarla en un hogar. Él no estaba dispuesto a gastar la pensión de ella en ninguna institución. Al final nos hicimos cargo, pero este viejo odioso solamente vive para molestar a los integrantes de la familia. Quiere que lo escuchen todo el día y como son puras maldiciones y quejas, entonces ventila los trapos sucios con los conserjes del edificio. Ha sido hiriente toda la vida. Destruyó mi matrimonio e incluso se consiguió el celular de una novia para desacreditarme a mis espaldas. Es un empleado público que vive para hacer la vida imposible a los demás. El hogar de ancianos quedaba al lado, pero el viejo se encargó de dar órdenes al personal y amenazar con demandarlos. Tuvimos que sacarla porque fue insostenible la convivencia y pusimos a mi madre en otro lugar. Me gustaría escribir de otras cosas, de verdad requiero estar internado y este viejo nos violenta. A mi sobrino le rompió el marco de la puerta y lo amenaza con destrozarle el computador. «Estás cada vez más gordo, nazi de mierda», lo violenta con el bastón en las costillas y tal como cuando alzó con furia mi computador, le agarra los cables de la pantalla y le sacude toda la unidad de procesos. El viejo me ha odiado toda la vida, nunca fue un padre de verdad. Siempre compitió mientras buscaba hacerme cargo de mi propia familia. Mi psicoanalista estaba seguro que la esquizofrenia era producto de las continuas fiebres sobre cuarenta grados y esas amigdalitis que duraban semanas sin recurrir a antibióticos. Era un fanático contra la medicina alópata y afortunadamente las vacunas eran obligatorias en los colegios. Pero lo que más duele es que soy un escritor y el viejo me bota los libros. Apenas tiene energía para caminar, pero dice que el departamento es suyo y no quiere los libros cerca de su presencia. Hoy conversé con una amiga y las ganas de comprarme una botella de vino era incontrolable. Quiero borrarme y dejar de pensar. Es hermosa y no puedo estar con ella. Soy un cúmulo de emociones a punto de estallar.
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Por Aníbal Ricci Anduaga