El presidente se refugia tras las puertas del edificio de gobierno. Afuera la policía se ha vuelto en su contra y gritan consignas para derrocarlo. Una multitud de pobladores acuden a defender al que consideran líder de la revolución. Adán Morales corre por el pasillo enarbolando banderas y pidiendo que defiendan los muros. «Las cámaras están filmando lo que aquí sucede», vocea a sus ministros, especie de delirio de persecución al revés. Nadie está preocupado de su destino, pero sinceramente cree que lo persiguen. Observa al techo en busca de las cámaras, aunque el circuito cerrado no está transmitiendo este ataque de las fuerzas de orden. Pretendía dárselas de mártir y aparecer en los noticiarios de todo el planeta.
«Fantástico», grita como un enajenado, la misma cara de Maradona cuando se lo llevó la enfermera durante el mundial de fútbol. «Esto se va a saber», se toma selfies y graba videos mostrando el desastre. Se oyen disparos, pero no conforme, mueve la cámara para simular un terremoto. Tiene los ojos inyectados producto de la injusticia que está experimentando. Declaró inconstitucional que no le hubieran permitido un tercer período a la cabeza del país, verdadera violación a los derechos humanos que dice defender. Acude a la cocina del salón presidencial, agarra una taza y la estrella contra el lavaplatos. La hace añicos y utiliza una de las esquirlas para herirse. Su rostro sangra mientras deambula por los pasillos del segundo piso. «Quieren aniquilarme», como si hubiera tenido un megáfono en mano. «Los imperialistas están atacando», sigue voceando, la verdad es que su paranoia lo saca de foco. Está claro que Estados Unidos no siente aprecio por su suerte, pero el daño a su imagen ha sido autoinfligido. Podría ser Vladimir Putin o Xi Jinping, aunque no detenta ese peso específico. Nadie está preocupado por este país tercermundista con una economía enteramente informal. Nacionalizó recursos naturales, pero sigue siendo un país pobre desde que salieron los capitales foráneos y la producción de hidrocarburos disminuyó abruptamente. Necesita de la política exterior y atacar a los países vecinos ante las cámaras. Debe ocultar las huellas de su ineptitud, más bien justificar esta especie de asalto a su propia Constitución.
El tiro le ha salido por la culata y ha provocado un Golpe de Estado de esos del siglo XX. La economía local está tan debilitada que la próspera provincia de Santa Cruz se ha sublevado. La intención de un tercer período presidencial era demasiado ambiciosa, pretendía dejar un legado, pero sus logros no son tan extraordinarios y su conocida oratoria no será suficiente para lograr la utopía. «Fantástico… el mundo sabrá que los gringos quieren derrocarme… el poder del pueblo sabrá protegerme». Adán mira constantemente a las cámaras, su rostro es tosco, pero se comporta como una modelo de pasarela vistiendo atuendos tradicionales. Parece que nunca se despoja de su ropaje, la idea de que no tiene otra tenida cruza por la mente de la oposición. Los ministros huyeron del edificio y en televisión el Congreso anuncia un gobierno provisional. Tendrá que huir por la puerta trasera mientras su vida corre peligro.
Tiene las manos ensangrentadas con su propia sangre y se la esparce por el chaleco. La idea de que lo filman en todo momento le hace adoptar esa odiosa actitud de víctima. Como un rey al que le han eliminado todas las piezas del tablero. Se mueve torpe avanzando una casilla cada vez. No puede huir de la farsa. «Fantástico», grita por todos los rincones. Llega a los confines de su escenario virtual y al parecer sus partidarios lo han dejado solo. Se lamenta al cerrar las puertas de cada habitación, intenta entonar una canción tradicional, pero está tan enajenado que de sus labios surge «un suave látigo… una premonición… dibujan llagas en las manos». Resulta increíble que el mandatario esté cantando una melodía de un grupo de rock. Corre como un fanático devoto de Soda Stereo. Ha desquiciado su mensaje presidencial, ahora silencia su voz para abordar el automóvil que lo ha de llevar fuera de las fronteras.
Alguien ha divulgado las imágenes tras los muros. «Fantástico», configura un grito transmitido a través de las cadenas internacionales. En algún rincón del planeta Adán Morales debe estar satisfecho. Su mensaje ha viajado a través de los satélites. Diego Armando Maradona observa la cámara con ojos desorbitados. Vendrá el control de doping para desacreditarlo ante los ojos del mundo. La verdad es que poco interesa si ese país transita una dictadura o una democracia. La imagen del mandatario fue socavada y los partidarios no pudieron plasmar las escenas del guion original.
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Por Aníbal Ricci