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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |


 

 

 




LA CRUDA REALIDAD


Por Aníbal Ricci


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Observo a la gente en la antesala de urgencias. Obvio que atenderán primero al resto. De improviso estoy en una camilla rodando por los pasillos. No puedo controlar el movimiento de mi lengua. ¿Tan grave estoy?

Presión elevada, escucho al paramédico. Electrocardiograma con arritmia aguda. Síndrome coronario, sentencia el médico. Benzodiacepina por vía intravenosa. La presión sigue alta y creo escuchar Fentolamina. Estoy en mis cabales sintiendo vergüenza. Cuántas veces acompañé a Cristian Cottet a emergencias y esperamos horas antes de que lo atendieran.

Un vecino me llevó en auto. Llamó por teléfono a mis contactos y les explicó que convulsionaba en la acera. Eso opinaba, porque yo estaba en otro lugar sin poder enfocar un ojo. Pura sensorialidad, aunque al parecer esta vez fue grave.

Cuando ya estaba estabilizado entraron paramédicos y enfermeras. Querían verme como a un bicho raro y pensaba en Kafka y sus procesos judiciales, pero al revés. Esta gente se preocupaba en serio, no era un proceso de rutina para dilatar el tiempo, era una especie de carrera contra el tiempo. Todo esto lo pensé en la sala de recuperación durante más de dos horas.

No creo que haya sido algo tan grave. La sensación de Gregorio Samsa y que los paramédicos dijeran cosas como si yo no estuviera presente. Una especie de cuerpo al que le inyectaban distintas sustancias, nada personal, tampoco creo supieran mi nombre.

La verdad no sentí nada. Del placer extremo a salir de la intoxicación más rápido que otras veces. Un tiempo irreal, sin emociones, sin sobresaltos, sólo vergüenza. Desde la sala de recuperación escucho la voz de mi hermana, aunque no le permiten entrar todavía.

La estadía en el centro asistencial es el precio que hay que pagar. La sociedad espera que te sientas miserable, pero sigo sin articular ninguna emoción, incluso la vergüenza ha cedido.

¿Por qué no puedo evitar drogarme? Las aletas de mi nariz se cierran y necesito dilatarlas para respirar. En realidad busco un respiro de mí mismo. Quisiera volver al pasado e invitar a una chica a un bar, sin luego pedirme otro trago y otro. La adicción es tan poderosa que dejo de ser buena compañía. Planeo dónde comprar la droga y volver a casa en busca de porno.

Si no bebo algo pido un café e igual acelero las opciones. Me encantaría que a la primera cita pudiera confesarle que soy adicto, luego extrae un cigarrillo y el olor del humo lo transporta a otro lugar.

Soy un tipo entreverado que cada cuatro años pierde la poca humanidad que logra reunir. Puedo no haber bebido en esos mismos años y un día cualquiera desconfío de los que me rodean. Delirio de persecución que me aísla de lugares públicos y eso desencadena una depresión. Luego impulsos eléctricos en mi oreja izquierda hasta que ese día cualquiera vuelve a llegar y unas voces disonantes apuntan como a un ser despreciable, quieren matarme, escucho una voz coral, no vas a escapar esta vez.

He intentado de todo. Acupuntura, meditación que en medio de una crisis es imposible, sin los fármacos ni siquiera podría dormir y el insomnio hace escribir hasta altas horas de la madrugada.

Hay que escapar de esas voces y las personas que desconfío, la droga completa el círculo vicioso. Cada episodio es peor y esta vez reconozco que no podré salir por mis propios medios. Estoy atrapado y requiero que alguien me brinde una cuota de esperanza.

Cada vez soy una peor persona, capaz de llegar a profundidades abisales, a lo más atávico del ser humano, un lugar sin emociones donde sólo importa el día siguiente. Puedo planificar cualquier cosa y con toda probabilidad seré incapaz de alcanzar el objetivo. Mi cerebro se rebela y sólo entiende de salidas temporales, nada definitivo que haga remontar siquiera una ola.

El ciclo vuelve sobre sí mismo. Debo consultar el Tarot y El colgado es la única carta que hace sentido. Esperar pacientemente para que esta marea alta pase de una vez, sabiendo que al otro lado de la tormenta la calma siempre será de peor calidad y que la desconfianza en los seres humanos, ya no confío en mi persona, siempre irá cuesta arriba porque encontrar a otro ser humano afín es una verdadera misión imposible.

Quiero sentir emociones simples, pero lo más importante, perdurables. De nada sirve pasear al perro si lo amarro a la mesa de la fuente de soda y pido un gin tonic. Para que sea perdurable debo esperar que mi cabeza me deje vivir tranquilo. Por favor, este ciclo será el último, aunque hace tiempo aprendí que la espiral será siempre descendente.

 

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