Difícil es escribir a partir del prisma de la felicidad. El final feliz es complejo porque la muerte es el destino inexorable de todo ser humano. Las religiones dan explicaciones acerca del espíritu, del alma o aquello inmaterial después del último latido, pero es un hecho que se trata de la culminación de un proceso de descomposición caracterizado por la pérdida de funcionalidad de nuestros órganos, o en otros términos, del tránsito de células vivas a otras que serán degradadas por otros organismos. Los instantes de felicidad en nuestro ciclo vital son momentos que son precedidos o culminados por otros menos afortunados. El miedo, el dolor, la tristeza, la depresión no son circunstancias tan aisladas y poco frecuentes. El dolor físico producto del mal funcionamiento de nuestro cuerpo puede ser invalidante hasta el punto de necesitar analgésicos poderosos como la morfina. Otros dolores pueden ser aún más radicales al sumirnos en la tristeza, dando paso a depresiones que pueden hacernos dudar de la existencia. Imaginemos la pérdida de un ser querido, de un hijo por ejemplo, del efecto devastador sobre el matrimonio y sobre cada uno de los progenitores. La pérdida en una relación afectiva, estas circunstancias pueden incluso gatillar dolores físicos que también pueden deprimirnos. No es más que pena y angustia, pero si nuestros padres no nos enseñaron a lidiar con el fracaso o no fueron capaces de transmitirnos afectos en la infancia, para un ser humano común será imposible evolucionar y ante un contratiempo mayor todo mutará en sufrimiento y dolor en la medida que nuestras decisiones nos alejen más de los buenos momentos. La felicidad se alcanza al disfrutar del aquí y el ahora, de ese presente que en cualquier instante nos hará emocionar con un beso, unas palabras, una pintura, un libro. El poder transmitir esa emoción a otro ser humano hará posible esa sensación de plenitud que llamamos felicidad. Pero ella se construye a partir de malas experiencias que nos hacen emocionar ante logros alcanzados o emociones que contrarrestan esos episodios amargos que experimentamos a lo largo de la vida.
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Por Aníbal Ricci Anduaga