Un hombre se zambulle en la piscina y visualiza los azulejos del fondo. No hay reglas salvo el aire saliendo de los pulmones. La falta de oxígeno imprime desesperación al rostro. Cuatro de la madrugada y el porno nubla su mente. Mejor caer inmerso en una serie de Netflix, ocho capítulos de una hora en vez de dormir. Deja de respirar ante las imágenes de un viaje futurista. La habitación oscura lo encandila. La angustia de no llegar al otro borde de la piscina, temeroso de aflorar en medio de un océano congelado. La realidad será profunda o traspasará esa atmósfera. Presiono el 601 y asoma una mujer. Hay un espejo en un rincón. Me invita al siguiente cuarto. Luce pantalones de cuero y un ceñido top que deja vislumbrar un tatuaje. 601 inscrito sobre su pecho. Sobre el suelo un colchón blanco con sus biscochos marcados. No hay sábanas y todo parece tan obvio, dónde estará la cámara. Espejos en ángulos sospechosos. Bandeja de plata con líneas de cocaína. Bloquean los canales de la nariz. El borde de la piscina se observa lejano. Apenas puedo respirar, pero este ascenso no requiere aire. Un sorbo de whisky para calmar pulsaciones. Más líneas blancas y desesperación por no llegar a la superficie. Enloquezco en sus senos y el rostro da lo mismo. Succiono el pezón y vierto una bolsa de droga en su ombligo. Saco otra del bolsillo y trago hasta perder la cordura. Necesito aniquilar neuronas para que la realidad tenga algún sentido. Vomito sobre su pantalón negro y el ácido parece decolorar el cuero. Me aparta y ordena que vaya al cajero a sacar dinero. No entiendo, tengo tarjetas y ella una maquinita del banco. El match perfecto, pero la realidad siempre esconde curvas. Obedezco y abandono a 601. El hombre cruza calle Providencia y observa su entrepierna. También ha manchado los jeans, pareciera que se hubiera masturbado. Corre como un loco entre la multitud. Muchas cuadras en esta ciudad de bancos cerrados luego de la pandemia. Baja al tren subterráneo y enfrenta el cajero automático. Recuerdo que yo mismo compré cocaína a la mujer. Una transacción o varias en la maquinita. También compré la botella de whisky y me convidó nexus; otra noche averiguaré que sus compuestos son ketamina y éxtasis. Qué hago apretando teclas en esta máquina que ya no dará billetes. La chica hurga mi bolso y extrae las tarjetas. Le confieso que los medicamentos son para ordenar acontecimientos. Se desordenan y las pastillas hacen dormir cuando no entiendo las secuencias. Primero pago por sus servicios y luego contraigo sífilis. O la sífilis ha destruido mi sistema nervioso y ahora ya no recuerdo que primero fui al cajero automático. Una crisis psicótica hace que el dinero deje de importar. La otra semana pedirá un préstamo para seguir viviendo. Los años a cuesta parecen no importar a esa chica de menos de treinta. Para qué gastar en almuerzos si puede comer una concha placentera. 601 me tiene enloquecido. Vuelvo del cajero y ella no me cree. Una última brazada debajo del agua y pulso la tecla del ordenador. 602 tiene un rostro extranjero. Se coloca delante y me ofrece algo. Delicadamente lo hago despertar mientras la droga dispara imágenes. Lo succiono y el órgano adquiere forma. Lo trago una y otra vez hasta que adquiere rigidez. Presiento que va a estallar y su contenido se derrama sobre mi pantalón. Las manchas esta vez son ajenas. Obedezco y busco el cajero para continuar el proceso. Pulso las teclas y 603 surge en la pantalla. Mi señora es voluptuosa y su vientre acogedor. Necesito dinero para invitarla a cenar. Los billetes no tienen valor en medio de una psicosis. Me embarga el miedo al futuro y Casandra me observa con sus ojos azules. Imágenes circulares envuelven al hombre. Sigue extrayendo dinero de cada una de las tarjetas. También raciona doscientos mil para 604, la que absorbe el jugo de su cuerpo. No me gusta introducir la herramienta en esa vagina, como tampoco en ese culo transexual, lo del condón no me da buena espina. Con una línea puedo tener erecciones, pero el exceso insensibiliza y sólo queda mi lengua como instrumento. De qué le serviría al hombre ahorrarse ese dinero, si en su cabeza el futuro no tiene cabida, menos esposa e hijos. Esos motores de arranque no tienen sentido en medio de este nuevo brote. Trabaja vendiendo libros en las ferias y ese exceso de efectivo será destinado a cualquier exceso. Cafés, medias lunas, una mujer, un transexual. La tarjeta permite acceder a juegos sexuales en línea. También podría contactar a otras personas, pero la cocaína es tan inmediata, lo demás suena a planes inconclusos. La pantalla del ordenador tiene un fondo y los azulejos también se vuelven azules a esta profundidad. Nado por debajo y no quiero respirar el oxígeno terrestre. Quizás si estuviera en el espacio querría respirar ese vacío mortal. Le gustan las películas de ciencia ficción que transcurren en otros universos. Puede conocer a 601 o a 609 y de todo lo espacial surgen nuevas experiencias. Un astronauta haciendo su caminata en medio del vacío. Comerse a 602, su orgasmo de eternidad produce placer. Es tan breve como la felicidad, en cambio lo seguro es ir a trabajar y volver con dinero al hogar, un extenso martirio. El orgasmo tiene textura y la cámara inmortaliza el instante. Los trozos de realidad son captados por los espejos. Una fotografía resume placer, pero la sucesión es una imagen tormentosa. Una extorsión que hará trizas tu ego, aunque qué esquizofrénico necesita de su ego. Se alimenta con el tiempo, pero el tiempo no tiene sentido para una experiencia psicótica. Imaginación desbordada que te persigue en el pasado, presente y hará imposible el futuro. La mente busca esos senderos que se bifurcan. Requiero compartimentar emociones, debido a que los sentimientos no tienen cabida. El edificio es un rascacielos, debes elegir un piso para gastar el tiempo. 603 podrá ser mi señora, pero en realidad ya no siento placer al conversar con ella. Tener una casa en la playa y compartir un pisco sour detiene el aquí y ahora, mientras me embarga una sensación de no estar haciendo nada. La sucesión de fotografías no tiene sentido. Simulación proclive a una extorsión. Prefiero el peligro de hacerme trizas en cualquier instante, para simular una vida. Pequeños ciclos temporales que acaban y vuelven a reventar con las olas. Asciendo mar adentro, hace frío y siento miedo. Estoy más vivo que nunca y deseo conocer a 609, aquella ninfómana que me dejará seco y luego se irá dejándome solo. Llegamos solos y nos vamos solos de esta playa sin sentido. Siempre he estado sin alguien, meras ilusiones que apenas clasifican como chispas dentro de una fogata eterna.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com EL PLACER DE UN TORMENTO ETERNO
Por Aníbal Ricci Anduaga