El abuelo despertó a las cuatro de la madrugada y golpeó la puerta del nieto gritando que no había tomado el computador y que lo acompañaran al instante a la bodega del subterráneo. Intenta abrir el cuarto que la hija deja con llave todas las noches. Junto con la loza escondió los cuchillos y como nadie le respondió a esa hora comenzó a insultarnos. Los gritos despertaron a los vecinos y llegó la policía. Mi hermana colocó la denuncia, tal como la anterior ante otra de estas salidas de madre. Se había retirado al cuarto, pero cuando escuchó a los oficiales apareció en calzoncillos apoyado en su bastón. Les dijo que su nieto había robado treinta millones a razón de quinientas lucas mensuales. Anuncia que realizará una auditoría contable y los agentes no entienden qué rayos tiene eso que ver con los gritos denunciados. Le muestro a los policías la orden de alejamiento por maltrato verbal y físico al nieto de doce años. El abuelo alega que pasó frío en el otro lugar, siendo que es propietario de varios departamentos repartidos por la capital. Yo estoy escribiendo sobre estos eventos cuando él me obliga a cerrar el computador. Deja sin luz el living, le digo que prefiero trabajar a esta hora. No lo escucho y me lo quita tirando de los cables y cuando lo eleva por el aire rescato el ordenador y el viejo me arrastra al suelo. Recibo un codazo en la nariz, sin querer, pero igual la situación está fuera de control. La denuncia es detallada y el viejo, olvidando lo anterior, le dice al oficial que su hija y nieto insultan a este viejo de ochenta años, cuando a las dos de la madrugada irrumpió en la habitación del mayor y lo golpeó con la muleta. «Quiero que te vayas», le gritó a mi sobrino y le sacudió la pantalla del televisor. Una noche larga donde habrá que velar porque no arroje las cosas por el shaft. Hoy definitivamente no dormiré y seguiré de largo. Ayer vació mi velador y tiró a la basura los pendrives donde respaldo los archivos. Afuera hay una lluvia torrencial por el frente de mal tiempo. Ya no tengo celular para pedir un whisky al delivery y no tener wasap simplifica las cosas. Suena el citófono y la conserje que algo sabe quiere hablar conmigo. Bajo en ascensor y le explico a seguridad ciudadana que la policía llegó antes que ellos. Regreso por la escalera esperando que el viejo se haya acostado. Recién a mediodía podré dormir, pero estoy contento de este cuarto día sin probar un sorbo de cerveza.
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Aníbal Ricci Anduaga