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EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS
de Leonardo Padura

Por Aníbal Ricci Anduaga



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¿Se puede tener compasión por un asesino?, tesis que asoma en las últimas páginas de la novela y que el autor instala en nuestros cerebros.

El libro gira en torno a dos personajes, víctima y victimario, o al revés, León Trotski y Ramón Mercader, el primero consciente de un ego desmesurado y el segundo despojado casi por completo de él.

Mercader era un luchador comunista catalán que bogaba por la República en contra del accionar de un Francisco Franco que amenazaba con instalar el fascismo en España. Por esa época lleno de ideales, luego instigado por su madre y reclutado por Kotov para ejecutar uno de los planes maquiavélicos orquestados por el dictador Stalin.

Asesinar al antiguo camarada de Lenin y héroe de la revolución bolchevique de 1917: Trotski sería exiliado a Siberia y luego a Turquía y Suecia, antes de ser asilado por el gobierno mexicano. Trotski intentó bregar contra el «sepulturero de la revolución», Stalin, que desdibujó los ideales proletarios llevando a los soviéticos a una dictadura de terror que se preocupó más por mantener el poder y destruir a los enemigos a través de una purga política y racial que asesinó a millones de personas (hay que notar que Padura no menciona expresamente las hambrunas, la de Ucrania por ejemplo, como parte de los azotes de Stalin, que condenó a la muerte a millones de sus compatriotas).

Durante su exilio Trotski escribió libros de la revolución y sobre Stalin como una forma de volver a encauzar la revolución rusa. Stalin aprovechó la figura del enemigo como eje de su gobierno, primero instaló a Trotski como traidor y luego lo ligó a Hitler como confabuladores para asesinarlo. Trotski fue por años el chivo expiatorio ideal, pero cuando la guerra contra los nazis fue decantando, decidió que el ex colaborador de Lenin era un peligro y decidió que debía desaparecer.

Ramón Mercader fue reclutado para asesinar a Trotski durante su estadía en Ciudad de México. Se mimetizó bajo varios nombres falsos con el objetivo de ganar su confianza y asestarle el golpe mortal. Kotov, luego de la retirada del apoyo ruso en España, le lavó el cerebro y le infundió a la misión el máximo grado de patriotismo.

Luego de la muerte de Trotski, Mercader pasaría años encarcelado y con su vida en riesgo, hasta que luego de veinte años fue repatriado a Rusia y finalmente pasó sus últimos días en Cuba.

Básicamente, amigos y enemigos, consideraban a Mercader un asesino, e Iván Cárdenas, su confesor, sería un veterinario que apenas sobrevivió los peores años de la resistencia cubana contra la pobreza y los apagones eléctricos («período especial»). Décadas antes, Iván había conocido a Jaime López (la chapa de Ramón Mercader) quién se dispuso a contarle la historia de cómo se gestó el asesinato de Trotski.

Trotski había sido extirpado de la Gran Historia oficial que circulaba en La Habana. Cuando Iván supo del destino del supuesto traidor de Rusia, no se atrevió a escribir la historia contada por el enigmático López, sino hasta muchos años después de muerto, justo antes de que el miedo reinante en la isla terminara con su propia vida y con la de tantos que lucharon por unos ideales pervertidos por Stalin (un verdadero fascista de izquierda).

El telón de fondo de toda la novela es un omnipresente Stalin, quién veía traidores a su causa personal en todos los rincones. Stalin era el conductor de los destinos de la Unión Soviética, pero Padura lo muestra como un ser nefasto que, más que instalar los ideales de la revolución proletaria, terminó instaurando un régimen de terror que marcó a generaciones. 

A la población cubana se la encausó en el miedo a las autoridades y fueron víctimas de un régimen implantado por verdaderos asesinos desde la lejana Unión Soviética.

Por décadas los ciudadanos sacrificaron su libertad y fueron obedientes a un régimen comunista que los amenazaba con el ostracismo si se rebelaban contra la Historia Oficial. Leonardo Padura retrata, a través de Iván Cárdenas, a los habitantes de Cuba como víctimas de una ideología que intentó mantenerse a flote a punta de asesinatos y fusilamientos. También sitúa a Ramón Mercader como otra víctima de esa lucha despiadada. Iván Cárdenas, de alguna manera alter ego de Padura, llevó a la escritura las confesiones de Ramón Mercader y tal como el propio Mercader, tampoco quiso que su nombre se relacionara con esa historia maldita (novelada, recalca Padura).

Iván Cárdenas sentía compasión por ese asesino que fue instrumento de una ideología despiadada, no quería transmitir a través de sus líneas ni una pizca de esa compasión por quién consideraba un verdadero asesino.   

La novela de Padura está repleta de episodios históricos mezclados con la relación novelada entre víctimas y victimarios, que son muchos y que se filtran a través de los años en una visión caleidoscópica infernal. Hay un profundo desencanto en el derrotero de la ideología comunista que no sobrevivió a la Historia, en palabras de Padura, pero que se llevó la inocencia y las esperanzas de millones de personas que lucharon a ciegas por una causa que se tornó homicida y decayó de forma física, al punto de que Cuba acabó en una decadencia material que Padura lleva al extremo, arrancándole la vida al narrador por medio de los escombros de la revolución y depositando en un amigo sobreviviente la misión de enterrar la maldita historia de Ramón Mercader. 



 

 

 



 

 

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El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura.
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