No tuve el coraje de acudir al terminal. La víspera del depósito bancario siempre tiene consecuencias. Deseo embriagarme mientras doy un vistazo a La sociedad de la nieve. Sorprendente el tono de la película, muy humano para tratarse de una tragedia. Seres que comen a sus muertos para sobrevivir a un accidente en la cordillera de Los Andes. Hecho dramático donde los deseos de vivir los llevan a decisiones extremas. Tras varias copas clavo los ojos en la camisa escogida para nuestro encuentro en el Hotel Plaza Ñuñoa. Había planeado una noche memorable para hablar del futuro, pero es extraño que use ropa formal y de alguna forma lo intento más allá de lo posible. Quieres una relación de dependencia absoluta y hasta el momento he sido criticado por no haberme divorciado y he oído todo tipo de insultos hacia mi ex esposa y cualquier mujer que aparezca en las redes sociales. Estoy confundido, me gustas mucho, pero en el fondo buscas apartarme de todo y cerré Instagram porque estaba harto de tus celos. Me siento acorralado cuando criticas todas mis decisiones y me doy cuenta que no logro conmoverte con ninguno de mis escritos. Siempre existe un detalle, una coma, no debieras ser así y repites que no soy la víctima. En general son historias de amor, pero cuando estoy cabreado expreso mi malestar. He causado un daño inmenso con mis infidelidades, aunque siempre estoy a prueba y te encanta que pierda el control. El problema con las drogas no sé cómo afrontarlo. Los últimos psiquiatras recetaron ansiolíticos que me hicieron andar por la cornisa. La loquera del hospital psiquiátrico de Putaendo indicó una dosis descomunal de Lorazepam que causó estragos. Ingresé a una tienda y me probé pantalones a vista y paciencia de los clientes. Paseaba en calzoncillos por los estantes y me encaraste con vergüenza. Cuando salí a la calle casi me atropellan porque simplemente estaba fuera de mis cabales. Esgrimes que las cosas deben cambiar, que no te respeto como mujer y que te sientes desatendida. La maldita camisa realmente hace daño y verla colgada en la elíptica provoca una sensación de impotencia.
En Año Nuevo andaba con mi mejor atuendo. Dijiste que no puse empeño y que te habías vestido para la ocasión. Fuimos a La Batuta e insinuaste que debía sacar a bailar a otra chica. Había sido una hermosa celebración, pero al día siguiente te enojaste por no insistir que anduvieras con el anillo. No lo deduje y esa noche no quería hacer el amor para cuidarte. Hace menos de un mes perdí la consciencia y te agredí sexualmente sin darme cuenta. No estaba seguro de donde había estado, pero no estaba dispuesto a ponerte en riesgo.
Esa mañana alojamos en casa de tu hermana y de nuevo pedías que hablara de temas interesantes. Tu familia intimida y en parte eres culpable de no respetar nuestros secretos. He revelado cosas terribles y obvio que las vuelcas a tus psicólogos y psiquiatras. También te vas de lengua con tus padres y les confiesas mis excesos. Propongo un panorama cerca de San Felipe, pero prefieres salir de noche y exigirme al máximo. Cada vez que vamos a una discoteca estoy cerca de las drogas y no estás dispuesta a que dejemos el alcohol.
Exiges miles de cosas cuando te pones en el papel de víctima e intentas moldear cada una de mis decisiones. No veo salida a la realidad y estoy tan cercado, que es imposible escapar de las drogas. Las primeras veces en tu casa nos pusimos a bailar mientras bebíamos como condenados. En una borrachera escapé de madrugada y terminé en el hospital. Aguanté tu furia porque te amaba y en la semana quedaba esperando que salieras del trabajo. Siento que te agredo y no escribo ninguna palabra. No sé qué hacer para que transcurra el tiempo cuando vas cargada de recriminaciones. Debiste mandarme a la cresta mucho antes, en vez de echarme de tu casa esa noche, a última hora y sin posibilidad de encontrar pasaje. Fue cruel enrostrarme la falta de dinero y desesperado busqué refugio al interior de un cajero automático. Hacía frío y me lanzaste el famoso anillo por la cabeza. Luego del Año Nuevo también arrojaste el colgante que te había regalado. Has dado harto por la relación, pero el compromiso debe ser bajo tus términos. Sigues a diario el GPS y revisas mi teléfono buscando algún wasap sospechoso. Soy escritor y tengo contactos que han comprado libros. Amigos del colegio o la universidad a los que debo renunciar. Tengo delirio de persecución y haces que me sienta como un criminal si hablo por teléfono. Te comparas con todas mis amigas y si tiene algún tatuaje las crucificas. Me encantan los tuyos, pero eso no es suficiente y deduces que no quiero estar contigo. Que hago el amor como lo hice con otras personas. Creo que es imposible que te pueda hacer feliz, tienes unos estándares muy altos para haberte fijado en un simple escritor que vende libros y no trabaja largas horas de oficina. No entiendes que eso puede hacerme daño, ni tampoco que sea un hombre con limitaciones. Me tienes contra la pared y agudizas el problema con la cocaína. Eres demasiado perfeccionista y buscas intensidad en cada instante. Vivir el aquí y ahora y también perseguir sueños inalcanzables. Estoy perdiendo el control y quieres a alguien al cien por ciento, no importa que sea un escritor. Como si fuera posible sobrevivir sin literatura. A veces me veo con dinero en las manos. Voy a la población Santa Julia a surtirme de droga. Bastan cuatro gramos para iniciar la persecución. Vago por calles y camino kilómetros mientras luces intermitentes avisan del peligro. Cruzo al frente y evito a toda costa un callejón sin salida. Todos los autos siguen de cerca mis pasos y doblo en otra esquina. Hurgo en el bolsillo buscando el gramo siguiente. Los primeros los inhalé, pero ahora simplemente los trago. Ingresan el torrente sanguíneo, una locura diferente a estar escuchando tus quejas. Quieres que preste atención, pero ahora divago libre en dirección contraria. Hago parar un taxi y busco prostitución. Hice transferencias para no tener efectivo y ante la imposibilidad de encontrarla sigo deambulando por barrios periféricos.
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Por Aníbal Ricci