«Fitzcarraldo», «Aguirre, la ira de Dios», películas que muestran a un ser humano fuera de control, personalidades que sólo entendió Klaus Kinski, alter ego de Werner Herzog, una mente desmesurada como sus personajes. No es un «buen salvaje», posee una fuerza primitiva, pero no le venden el cuento de que los seres humanos somos pacíficos y tranquilos, más bien entiende que seamos codiciosos y violentos. En «También los enanos empezaron pequeños», mostró esa oscuridad que llevamos dentro, nuestro afán de conquista y de dominio, de abrazar sin mucha dificultad el caos más absoluto. No utiliza las redes sociales, prefiere la mesa del comedor como tal, donde comparte con su esposa y un máximo de cuatro invitados. Prefiere ser cauto, considera que los computadores e internet son el principal enemigo del pensamiento analítico profundo. Herzog es muy activo, se interesa por variadísimos temas en torno al ser humano, pero nunca aparecerá como un fanático que incite a no vacunar a los hijos. Debido a su capacidad analítica y a ubicarse bastante afuera del espectro de la inteligencia artificial, sus opiniones son valiosas, no porque sea tan inteligente, sino porque conoce las preguntas e intuye bien a quien preguntar. «La información que los niños aprenden en la escuela ya está en internet», por lo que debemos cultivar nuestro raciocinio. Al ciberespacio no le importa si eres un perro o un robot, simplemente despliega posibilidades y sobre todo datos. La información, en cambio, surge a partir de una mente educada que se relaciona con esas posibilidades. Quien ha experimentado el mundo real o ha leído muchos libros, aprovecha de gran manera lo que ofrece la red, sabe dónde encontrar lo valioso y cuándo descartar la basura. Internet se propaga fuera de control, lo importante es que el usuario tenga filtros para interactuar equilibradamente con la tecnología. Instalar internet en Marte no representa un gran desafío, bastarían cuatro satélites para conectar con la Tierra. Un ser humano sin filtro será más eficiente para destruir el planeta, que para lograr concebir un nuevo mundo en el espacio exterior. «Internet ya sueña consigo misma», ocasiona eventos impredecibles que se ocultan dentro de la propia red. Estamos en pañales, queda mucho por avanzar en lo moral y cultural, ni hablar de las leyes. La internet de las cosas va a hacer invisible la tecnología, con una interfaz tan sencilla como la electricidad. El cerebro humano posee un lenguaje universal que funciona independiente del idioma. Lo demuestran las resonancias magnéticas del cerebro, a futuro podríamos incluso twittear los pensamientos humanos. Estamos frente a un mundo de infinitos que son abordados a través de la tecnología, pero que deben ser explorados por mentes eternas y trascendentes. La tecnología acercará las distancias, pero por ningún motivo debe contaminar nuestras mentes. Nos haría pedazos, dejándonos atrapados en el infinito ámbito del conocimiento, vagando por la banda ancha y olvidándonos del libre albedrío que nos distingue de las máquinas. Las decisiones serían tomadas por algoritmos. El aprendizaje, nuestros gustos, son los factores que nos diferencian. Si no cultivamos decisiones propias, seremos incapaces de encontrar un propósito vital. «No hay dignidad ni respeto en internet», nadie se hace responsable por lo que ocurre en su interior. El hombre va muy atrasado persiguiendo a la tecnología, obviamente es un problema que el protocolo pueda ser anónimo, pero al contrario, quedar completamente individualizados, nos dejaría de manos atadas frente a los gobiernos. «Vivía más tiempo conectado a videojuegos», confiesa un individuo desde un centro de rehabilitación a las adicciones. Mentes patológicas o esquizoides son caldo de cultivo para perderse en la red. Imaginemos la satisfacción instantánea que ofrece la pornografía, sin seducción ni posibilidad de rechazo, simplemente se accede a un presente distorsionado, donde el tiempo deja de transcurrir y se escapan nuestros sueños.