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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |


 

 






PURGATORIO

Por Aníbal Ricci Anduaga


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I split my brain.

Prefiero vivir ligero de equipaje, ducharme temprano y caminar hasta el café más cercano. Arriendo un altillo cerca de Providencia, lugar sencillo con un baño amplio y confortable. Resulta facilísimo ordenarlo y el tragaluz ilumina todos los rincones. Sin adornos innecesarios, salvo los libros apilados que falta por leer. No he colgado ningún cuadro, mis ideas se desordenan cuando algo no está en su sitio. Mi cerebro impide enfrentar el día si un objeto está roto o si le falta un botón al abrigo. Suelo vestirme con ropa cómoda y tampoco soporto un polerón con el puño descolorido. Quedo pensando y antes de mandar el manuscrito debo cambiarlo por otro. Los colores deben ser definidos, esas mixturas difusas hacen ruido y dispersan las ideas.

Estoy viendo el cuarto episodio de The last of us y la música transporta a otra serie. Apenas puedo concentrarme en Joel y Ellie debido a que no entiendo los diálogos si no recuerdo la serie anterior. Cada vez que escucho la introducción mi olfato huele a otros personajes y soy incapaz de cristalizar una emoción.

En mi bolso coloco algún libro antiguo de los que escribí en el pasado. Requiero esa materialidad en la eventualidad de conocer a alguien, para que pueda compartir algo de mi vida anterior, no importa que sea ficción, eso es para mí ir ligero de equipaje. Estar en un lugar con todas las experiencias acumuladas y tener alguna certeza de que has vivido.

La chica que atiende las mesas observa que estoy escribiendo. Es encantadora y a pesar de que estoy trabajando, da la impresión de que mantengo una estúpida pose de escritor y eso me molesta, preferiría preguntarle por su vida y supongo que no quiero hablar de mis libros. Pero si me deja intrigado querré conocerla y será un problema más al ordenar mi cabeza.

Estuve casado alguna vez y estoy seguro de haberme portado como un imbécil. No fue mi intención, tenía tanto miedo que prefería un futuro sin sentido a un presente donde la depresión destruye neuronas. El departamento con vista a la plaza era hermoso, pero había acumulado demasiados adornos, mientras la mancha de la alfombra me estaba volviendo loco. Mis hijos cambiaban las cosas de lugar, por lo que a veces me costaba horas empezar a ser productivo en el trabajo.

Bernardita conocía muy bien mis conflictos, aunque no entendía ciertas aficiones a personas extrañas. Había sido honesto con ella, pero eso que me calmó durante los primeros años, ahora no era suficiente aliciente, debido a que ya no tenía tanto miedo al pasado sino a un futuro que me era imposible imaginar.

Con mi señora lo pasamos genial en las vacaciones. La conversación abstracta nos llevó a otros lugares y disparó esas emociones que me hacían amarla. Pero cuando no estaba con ella trabajar se volvía una experiencia deshumanizante. Podía ser una persona razonable para los demás, cuando en realidad me sentía perdido dado que ese comportamiento neutro iba apagándome por dentro. Le contaba mis problemas, pero la gente del trabajo era insufrible. Dejaban fluir libremente sus emociones y yo tenía que contener la situación para evitar que hicieran peligrar sus empleos. Esa racionalidad impostada entorpecía la toma de decisiones y cada día costaba más levantarse. Mientras más empleados poseía la empresa el equipaje era mayor y mantener ese andamiaje en funcionamiento se volvió un suplicio.

Contratar gente requería adaptarse constantemente y esa mañana se había cortado un cordón del zapato. La planificación estratégica se materializaba de forma satisfactoria, las metas y objetivos se cumplían con creces, pero la tienda de cordones permanecía cerrada. Debía tomar un vuelo a Concepción y sabía que ese día todo iría cuesta abajo.

Aterricé y antes de juntarme con la ejecutiva de zona compré un par de zapatos en el mall y tuve que deshacerme de los que llevaba puestos. Volví a estar completo y supongo que imaginé que la reunión de la tarde sería satisfactoria. Durante la hora de almuerzo planificamos la presentación. Bebimos una copa de vino y su mirada volvió a complicar la existencia. Había vuelto de una licencia médica por depresión y estaba aterrado de experimentar nuevos pensamientos psicóticos. Estos viajes hacían daño, tener a mi esposa lejos me destrozaba.

Los neurolépticos aligeraron la carga y las voces me dejaron en paz. El resto se hizo cargo del trabajo, mientras iban desapareciendo mis afectos.

–¿En la noche podríamos ir a un pub?
–Nos fue bien con la alcaldesa.
–Mañana será la reunión con el director de educación de Hualqui.
–Llamaré a Bernardita para contarle que pasado mañana vamos a Talca.
–Aprende a celebrar, la alcaldesa de Concepción ya nos dio su venia.
–Regreso al hotel. Tú te encargas de afinar los detalles con el director del municipio.
–A las nueve nos juntamos, te paso a buscar a la habitación.

Durante el año de depresión no pude escribir una sola línea. Me pasaba en el departamento y las imágenes de televisión eran insípidas, en realidad no tenía ganas de hacer nada. Los objetos de la casa estaban tan presentes y ya no tenía ánimos de volverlos a su sitio. Estaba paralizado y sentía que Bernardita no iba a comprenderme, que se cansaría de esperar por mi recuperación.

De vuelta al trabajo seguía sin escribir. Apenas ejecutaba labores indispensables para acoplarme al funcionamiento de la empresa. No manejaba los hilos y tampoco estaba cómodo en casa. Una especie de fantasma vagando entre realidades paralelas.

Victoria golpeó la puerta y al abrir se dejó admirar. Había tirado para arriba toda la zona sur y además estaba lidiando conmigo. Descansaba en ella en muchos aspectos y presentía su invitación.

–Soy un hombre complicado.
–La empresa la levantaste tú solo de la nada.
–Bernardita sabe de mi pasado con las drogas.
–¿Te apoya de veras?
–Nos conocimos en la empresa constructora y me despidieron por asuntos de mi vida privada.
–¿Faltabas al trabajo?
–En la subgerencia siempre tuve un desempeño destacado.
–¿Tenías enemigos?
–Me drogaba con prostitutas y transexuales.
–Pero eres súper atractivo.
–Sin desenfreno caigo en neurosis y la rutina me mata.
–¿Bailemos?

Llevo varios meses con Victoria. Mi vida patas arriba y esta amante estoy seguro va a destrozar mi matrimonio. Pero esa inestabilidad me ha hecho escribir de nuevo. No puedo controlar a esta mujer despampanante, pero loca como una cabra. No siento amor, aunque las emociones descontroladas hacen olvidar la posibilidad de volver a perder la cordura. Esta doble vida activa mi cerebro, soy dos personas incluso tres o más, he vuelto a recoger prostitutas en la calle. No salgo con travestis porque deseo conservar mi trabajo.

Recuerdo que no me importaban los comentarios en la constructora, pero el gerente general, ese judío de mierda, se las dio de homofóbico para darse humos y aparentar cercanía con sus empleados. Eso destruyó mi cerebro, no pude procesar ese permanente desprecio, esas infinitas ganas de verme caer.

Ese lunes no acudí al trabajo y empecé a huir de país en país. El delirio de persecución se incrementó exponencialmente hasta que en un hotel de México descubro que todo el planeta me persigue.

Cambio de ciudad todas las semanas. En terminales de buses y a espaldas de mis celadores voy escribiendo pasajes de este primer libro.

Memories rising from the past,
the future´s shaddow overcast.
Something´s clutching at my head,
through the darkness…

Iron Maiden invoca el purgatorio mientras sigo escribiendo entre tinieblas.

 

 

 

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