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Poemas Árticos
Colección El espejo de agua, 2018
Ediciones Altazor. Fundación Vicente Huidobro
A manera de prólogo
Armando Roa Vial
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Poemas Árticos, dedicados a Juan Gris y Jacques Lipchitz, nos sitúa a Vicente Huidobro en un punto de inflexión. Editado en el Madrid de 1918, ante un escenario marcado por el fin de la primera guerra mundial y el reciente estallido de la revolución rusa, cuando el pensamiento filosófico y científico europeo se abría paso hacia territorios no transitados y las grandes vanguardias alcanzaban puntos máximos de ebullición, refleja muy bien la tensión entre un mundo de certidumbres decimonónicas que se batían en retirada, heridas de muerte por la sospecha y la desilusión, y la irrupción de una modernidad que aspiraba a revitalizar el legado espiritual heredada de la ilustración con nuevas formas y modelos para entender al hombre y al mundo. En un gesto muy de la época, el poeta Stefan George, ícono de este período, acuñó una frase célebre: “presiento el aire de otros planetas”. Ese aire de otros planetas ya despuntaba, por cierto, en las exploraciones de Freud al inconsciente o en el cambio de los paradigmas clásicos de la física, desarrollado por Einstein; también en el asalto demoledor de Wittgenstein a la filosofía del lenguaje o en el quiebre con la pintura figurativa que consuman Picasso y Braque, por no citar el giro copernicano que hace Schoenberg a la música occidental con el sistema dodecafónico. Nada de esto, naturalmente, va a ser ajeno a la voracidad intelectual de un inquieto Huidobro, quien había arribado a París en 1916, vinculándose casi de inmediato con los movimientos de ruptura y los artistas de avanzada. Es probable, incluso, que el estímulo recibido en el viejo continente haya sido decisivo en la maduración de intuiciones poéticas que, al decir del propio Huidobro, habían germinado muchos años antes. Es aquí, entonces, donde situamos la escritura de Poemas Árticos, cuyo itinerario, en la búsqueda de una voz rejuvenecedora del idioma, será la bisagra al salto poético del Huidobro que alcanzará un punto cenital con Altazor. Rene da Costa subraya que “sus poemas fueron leídos y releídos, estudiados e imitados por toda una generación de jóvenes españoles dispuestos a aceptar todo lo novedoso. Los que no podían comprar el libro lo copiaban a mano”. Es probable que da Costa caiga en la hipérbole pues no nos consta que los jóvenes autores españoles estuvieran efectivamente dispuestos a aceptar sin más el magisterio de Huidobro, quien con recurrencia, en declaraciones posteriores, se quejaría de la falta de audacia de la poesía peninsular, impregnada por la sequía de una retórica agotada tras los estertores del siglo de oro. Al respecto, no es casual que parte del ímpetu innovador de Huidobro en esta etapa incluya el abandono de la lengua materna, la inmersión en tradiciones ajenas a la suya, con la convicción de que esa distancia era necesaria para retomar desde un fundamento remozado las raíces de su idioma nativo. Creo, además, que como pocos de sus contemporáneos en Latinoamérica, Huidobro, como un adelantado, anticipó aquello que varias décadas más tarde George Steiner denominaría la fractura del pacto entre la palabra y el mundo, esto es, cuando la palabra pierde su estatuto referencial sobre una realidad allende el lenguaje. Y es que el hilo conductor de la estética de Huidobro se decanta por el poema como universo ontológico autónomo, no sujeto a los mandamientos o leyes de una naturaleza respecto a la cual el lenguaje proclama su emancipación. Es en ese escenario que la figura del poeta imitador cede su puesto al poeta con estatuto de demiurgo, capaz de esculpir el lenguaje como presencia y no como una representación servil. Recordemos esta frase del poeta en sus Manifiestos: «El poema creacionista se compone de imágenes creadas, de conceptos creados; no escatima ningún elemento de la poesía tradicional, salvo que en él dichos elementos son íntegramente inventados, sin preocuparse en absoluto de la realidad ni de la veracidad anteriores al acto de realización».
Poemas Árticos es el anuncio más expresivo de esta tentativa reconfiguradora. Aquí Huidobro es el “marinero huérfano”, sin patria firme en nada, que se despide de los bordes costeros del lenguaje para sumergirse en océanos de sentido poco familiares. Su bitácora es auspiciosa: un lenguaje que se piensa desde sus posibilidades y límites, ahora no sólo mapa sino territorio por derecho propio, con una geografía abrupta, yuxtapuesta, impetuosa, desmalezada de retórica vacua, con hambre de significar desde un verbo que se hace carne en el poema como firmamento autónomo. El corolario no podía dejarse esperar: la semántica del verso debe ir más allá del relieve connotativo específico de los enunciados para invadir también los planos morfosintácticos y sus quiebres, la disposición arquitectónica –incluida la tipografía- de líneas y estrofas en el espacio de la página, la yuxtaposición de tiempos y hablantes, los desplazamientos metafóricos y la profusa densidad de las imágenes. El poema se vuelve entonces un trazado fundacional que explota al máximo la alquimia de la palabra. Sugerente de este salto es “Égloga”, donde Huidobro, apropiándose de San Juan de la Cruz, reescribe un momento inaugural de nuestra tradición idiomática para preparar otro que se avecina, el anuncio gozoso de un Huidobro irreverente que se intuye en una zona fronteriza donde todo está por despuntar.
Leer Poemas Árticos es, en suma, abrazar una experiencia seminal cuyos ecos resonarán en nuestra poesía mayor ensanchando tesituras sonoras y paisajes verbales, testimonio y confirmación de la odisea infatigable de Huidobro por oxigenar con sangre fresca las arterias de la palabra.
Otoño 2018