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Viaje y escritura o el menú de la ficción
Viaje al centro de la ficción de Augusto Rodríguez. Universidad Politecnica Salesiana. Ecuador. 2016

Rubén Medina
Profesor de literatura latinoamericana, Universidad de Wisconsin-Madison y poeta infrarrealista mexicano





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Si la vanguardia de la primera parte del siglo XX buscaba en su radicalidad unir arte y vida, como un modo de borrar las fronteras entre estas dos entidades y convertir a la vida cotidiana en el terreno propio de los cambios, las rupturas, y la nueva subjetividad, Augusto Rodríguez ha encontrado en este libro un territorio menos radical pero igualmente alterno y contundente: vivir la literatura a través de la escritura. Y más certeramente, a través de la ficción.

Augusto Rodríguez nos entrega otra estrategia, otra praxis, más allá de  escoger entre vida o arte. Por ello, es posible decir que para él no se trata de transformar la vida a través de un antagonismo político y estético, sino más bien a través de algo aparentemente más sencillo como es vivir la literatura, para la literatura, y en la literatura, sin que esto sea propiamente una forma de profesión. Pues la literatura es su forma personal de relacionarse con el mundo, o como él mismo lo dice refiriéndose a Kafka: “escribir era más que una necesidad… su razón de estar en el mundo”.

Ahora bien, en Viaje al centro de la ficción nos encontramos a un sujeto que se acerca a la literatura de manera múltiple: como un lector, un poeta, un activista cultural, una imaginación incansable, un viajero, un editor, un coleccionador de pergaminos (con su misteriosa genealogía), y como un joven escritor –y por más señas de Guayaquil-- que imagina, inventa personajes, conversa, yuxtapone textos, percibe señales y cambios en el camino, crea mapas, ofrece confesiones y va abarcando página tras página un amplio y sorprendente terreno literario. Sin duda se trata de sujeto múltiple que quiere abarcarlo todo con la lectura y la imaginación (aunque los textos, hay que decirlo,  le entren igualmente o los aprenda por los oídos, la boca, la piel, las axilas, el estómago, los sueños, y ese sexto sentido que comúnmente invade toda la relación con la literatura).

El mismo autor nos da las claves, los parámetros de sus ficciones y hasta una posible autocrítica del poder de la labor que realiza. Dice: “El lector es un ojo que todo lo ve”,  “El lector es un pequeño dios que crea y destruye de un solo parpadeo”. No en balde en su viaje imaginario en busca de Lezama Lima por La Habana, cuando toca a la puerta de su residencia y le preguntan quién es, sencillamente responde: Un lector. En la sencillez de la respuesta el lector es, a la vez, un ente ordinario e inmenso. Y esas claves del libro aparecen de modo estratégico y dialógico por todo el texto, sopesando y definiendo su doble labor como lector y escritor, así que citando a Bolaño, transcribe: “Escribir no es normal, lo normal es leer y lo placentero es leer, incluso lo elegante es leer. Escribir es un ejercicio de masoquismo; leer a veces puede ser un ejercicio de sadismo, pero generalmente es una ocupación interesantísima”.  Las otras claves, igualmente centrales del libro, son la idea de la ficción y su manera de navegar por la cultura en base a una triangulación, que más abajo anotaremos.

En Viaje al centro de la ficción el mundo de la literatura es lo relevante y lo palpable, es lo que está ahí y por todas partes, pero (ojo) lo relevante indistintamente se encuentra en un poema, una novela, un diario, una metáfora, una noticia de periódico, y en lo trivial, lo cotidiano, en lo anecdótico, las relaciones íntimas y personales, la biografía inconclusa, lo que atormenta a un/a escritor/a, una jugada de futbol, y el suicidio, en los momentos en que se escapa la vida para siempre y ni la ficción puede con ella. Si bien la ficción resulta una manera primordial de inscribir la realidad --el acto simbólico, el inconsciente político, como explicaba Jameson-- de aprender lo “real”, aquello que, sabemos, escapa a la representación.

Augusto Rodríguez nos sugiere que el yo como sujeto histórico se construye en diálogo con los otros y a través de pequeñas diferencias con quienes encuentra, conversa  o imagina en su interminable viaje. Así sus textos construyen sugerentes paréntesis que parecen no cerrarse, revelan los datos y las preocupaciones que a menudo cada uno de nosotros llevamos a la lectura o bien son preocupaciones que ésta nos deja.  De ahí que este libro sea una conversación interminable con la literatura, con sus personajes, con personas de carne y hueso. Un viaje a su intimidad y cotidianidad, en el que se inserta el lector / la lectora.

Viaje al centro de la ficción condensa diez años de escritura, de su relación cotidiana con la lectura. La primera parte comprende de 2005 a 2012, y la segunda de 2013 a 2015. El epígrafe de Vilas-Mata que abre el viaje define en gran medida el libro al asumir como sinónimos, vida y ficción.  Pero entiéndase bien la ficción no es un escape de la realidad, un ejercicio egocéntrico, una estrategia de poder, una maniobra (masoquista como diría Bolaño) para abultar el curriculum.  La ficción, como bien indica el título, es un viaje vital en el que el autor se encuentra a escritores y textos que le han estremecido y hace pública su relación y significado; por ahí encuentra noticias y eventos que comenta y recircula, a veces simplemente con una cita, u ofrece también anécdotas que enlaza hábilmente a grandes interrogantes de la escritura. En el viaje del autor encontramos largas conversaciones, atentas observaciones a sus lecturas, confesiones íntimas, apuntes de diario, e inscripciones breves que no dejan de sacudir al lector: “Una de las cosas más tristes de ir envejeciendo es ver morir poco a poco a todos tus familiares, amigos, cercanos. Ser testigo del horror del mundo y pesar de todo, seguir respirando. Ser el último testigo de una guerra que nunca acabará”.  La segunda parte (2013-2015), considera a una gran multitud de escritores y artistas que se han suicidado. Nos queda claro que la escritura termina con la muerte, pero no con la ficción.

Viaje al centro de la ficción en su sencillez es un libro ambicioso que busca captar el mundo de la literatura en su totalidad. Su itinerario o navegación por los distintos espacios de la literatura sigue el modelo de Raymond Williams sobre la cultura en el que interaccionan y dialogan tres entornos que el crítico inglés denomina como lo dominante, lo residual y lo emergente.  Así, Augusto Rodríguez pone igual atención a lo emergente (la nueva poesía latinoamericana, o la joven poesía ecuatoriana), como a lo residual (poetas inclasificables, trágicos, y raros a los que hay que volver), y lo dominante (escritores que son parte de un canon universal o en proceso de serlo). Por eso mismo a veces el viaje en el libro es en realidad un acto de navegación hacia territorios desconocidos; otras veces es un breve paseo; otras, el intento de yuxtaponer varios mapas de la literatura. Esa mirada triangular y atenta releva su condición de escritor latinoamericano, incapaz de desentenderse de prácticas locales o voces marginadas, de nuevas y anteriores corrientes continentales, y de lecturas que emergen de los cuatro puntos cardinales.

¿De dónde viene la prosa de Augusto Rodríguez? Viene claramente de la poesía y del poema en prosa. Se trata de una prosa caracterizada por las oraciones cortas, acumulativas, aliteradas en muchos casos. Una prosa telegráfica, en la que prevalece la precisión y la sugerencia sobre el desarrollo del argumento; sobresale la insinuación, la frase certera y la punch line. Ciertamente las oraciones podrían ser versos y aparecer espaciados sobre la página. Veamos el siguiente pasaje que abre con una cita de Kafka: “Hoy es/ el primer día que siento la ciudad/ la ciudad inventada /  la ciudad vertical / que lo poblaba por dentro / la sangre / las casas que podía esconder / en la palma de la mano / La lluvia torrencial / La nieve/ El invierno / Los niños que reían / como pequeños pájaros…”. No me extrañaría que los lectores leyeran este libro advirtiendo esa frágil frontera entre prosa y verso, y navegaran libre y creativamente por ese nexo vida-escritura como en un menú de la ficción.
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